La apuesta con la virgen

1: Las desgracias tienen nombre y apellido

Lisa

Como todas las mañanas de mi vida, me levanté y desayuné con prisas. El menú de hoy era un té de hierbas y unas tostadas con semillas, ya que mamá no me dejaba consumir alimentos que irritaran mi hígado y así agravaran mi cuadro de acné. Por ese motivo es que yo no tenía permitido consumir lácteos, cítricos o grasas.

—Todo sea por la belleza que no tengo —brindé con mi taza de té al aire y terminé de un solo trago con todo el líquido.

Mi hermano Cristian todavía dormía y mi madre ya se había marchado al trabajo.

Hice una mueca, la noche anterior había llegado después de que nosotros cenáramos y esta mañana se marchó con la luz del alba. Algo extraño estaba sucediendo ya que mamá siempre había sido aplicada a su trabajo, pero nunca a este nivel.

Me preparé rápidamente y con cuidado guardé el obsequio que hacía meses venía guardando para este día en especial. Con solo pensar en lo que estaba por hacer, mi corazón latía a prisas y mis mejillas se sonrojaban. Hoy era catorce de febrero, el día de San Valentín y había esperado durante mucho tiempo para darle un perfecto regalo a Alex, mi crush de la escuela.

A Alex lo conocía desde que éramos niños ya que ambos fuimos parte de la misma cohorte en el jardín de infantes. Él era todo lo que siempre había soñado en un primer amor. Bueno, lo que yo y otras cien niñas del colegio anhelábamos en un novio.

¡Pff! Él apenas y reparaba en mi presencia y yo lo quería como novio.

Bueno Lisa, siempre es sano soñar. Me consolé mentalmente.  

Mientras pedaleaba en mi bicicleta, y como la persona negativa que era, pensé en las mil formas de que mi plan fallara. No tenía muchos puntos a mi favor más allá de la ventaja que “un San Valentín secreto” significaba, esa era la forma más civilizada que el colegió había encontrado para que las personas carentes de autoestima llenasen de regalos a los más populares; y aunque era tradición de la escuela regalar cestas con dulces y frutas, me había esmerado en comprarle a Alex un par de costosos audífonos inalámbricos para que cuando entrenase, lo hiciera con música. Llevaba meses ahorrando dinero para hacerlo y al fin la realización de que mi plan se llevaría a cabo, me llenaba de una ansiedad hermosa.

Aquella mañana no fue diferente a las anteriores y las clases se sucedieron una detrás de la otra, hasta que llegó el momento del almuerzo. Me quedé rezagada en mi pupitre, intentando pasar desapercibida para Vanesa y sus amigas. Ella era mi verdugo personal y parecía disfrutar de humillarme. Claro, como era hermosa y de una buena familia, le hacía gracia burlarse de la niña sin padre y enclenque.

¿Qué había hecho yo para volverme el centro de sus burlas? Nunca hablaba cuando Vanesa estaba cerca y ni siquiera me atrevía a respirar en su contra cuando nos tocaban clases juntas. Hacía hasta lo imposible para no caer en su radar, sin embargo, siempre encontraba un motivo para burlarse de mi. La única explicación que encontraba para su odio era el recuerdo de que una vez, en un tonto juego de todas las niñas de la clase, dije que me gustaría besar a Alex. En ese momento no lo sabía, pero no era la única interesada en el capitán del equipo de básquet de la escuela. Vanesa lo tomó como una ofensa personal que pusiera mis ojos en el mismo niño que ella y desde ese momento hizo de mi vida un infierno.

¿La goma de mascar en mi asiento que se pegaba a la tela de mi falda? Vanesa.

¿Las ruedas de mi bicicleta sin aire? Vanesa.

¿El rumor de que masturbaba en el baño? Vanesa.

La detestaba, con todo mi ser. ¿Pero qué podía yo hacer? En una ocasión intenté decirle a mamá las cosas feas que me hacían en el colegio y ella lo tomó como una bofetada directa, lloró y se culpó una y otra vez de mi desgraciada vida. Al final, y resumiendo aquella patética tarde, el asunto había girado en torno a ella y las malas decisiones de su pasado.

Bufé, había cosas de mamá que jamás entendería, supongo.

Cuando nada más que el silencio reinó en los pasillos exteriores a mi aula, decidí que era momento de actuar. Tomé mi delicado regalo con manos temblorosas y me encaminé hasta el pupitre de Alex. Inspiré profundamente y, como una acosadora espeluznante, me deleité en las notas de su colonia que aún perduraban en el ambiente.

Una risilla se oyó de pronto y me quedé quieta esperando a ver de quien se trataba.

No, no debía ser un genio para saber quién me acorralaba incluso en el horario del almuerzo.

Vanesa.

—Miren nada más —les dijo a sus amigas que la seguían como una sombra, —¿Qué clase de escena es esta que incluso la basura se cree con derecho de obsequiarle cosas a mi novio?

Las otras niñas rieron y yo bajé la cabeza, sintiéndome tonta, derrotada y expuesta. ¿Desde cuándo Alex era el novio de Vanesa?

—Yo… —balbuceé, pero ella no me dejó hablar.

—¿No te parece que estas aspirando a demasiado? —continuó ella con su ataque verbal. Yo no respondí. Sentía mi lengua anudada al paladar. —Eres tan estúpida como para creer que obsequiándole eso a Alex él se fijara en ti, ¡Por favor!

Vanesa cacheteó con fuerza mi delicado obsequio y este terminó cerca de la pizarra, muy lejos de mi alcance. No conforme con eso, agarró parte de mi cabello y lo jaló. Sus amiguitas rieron por su hazaña y alentaron a que me diera una lección. La basura como yo debía conocer su lugar en el mundo.




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