La asistente equivocada

5. Un susto permanente

Silvia

♥︎

No empecé a vestir de negro porque fuera fan de Marilyn Manson y Ozzy Osbourne, sino porque estaba de luto.

De la noche a la mañana me encontré sola, cuidando a una pequeña de tres años. No teníamos dinero. No tenía cómo comprar comida ni cómo pagar la renta.

Estaba completamente sola.

Si no hubiera sido por Jocelyn, mi vecina, no sé qué habríamos hecho.

Ella nos cobijó. Aplicó eso de «Donde comen tres, también comen cinco». Y nos sostuvo mientras yo buscaba cómo reconstruir nuestras vidas. Incluso habló con el arrendador para explicarle nuestra situación, y por eso no nos desalojaron. Claro que tuve que pagar, pero lo hice cuando por fin conseguí un empleo, y con algunas facilidades.

Entonces recordé que se viste de negro cuando se está de luto y, ciertamente, yo lo estaba.

Acabábamos de quedarnos solas. Éramos nosotras dos contra el mundo, pero Chloe era demasiado pequeña para entenderlo.

Así que… comencé a vestir de negro.

Quizá fue algo tonto, pero tenía dieciocho años y debía hacerme cargo de mi hermana pequeña. Fue mi forma de expresar el miedo y la tristeza que sentía. Porque no solamente debía crecer y madurar para tomar las riendas de la situación, sino que temía que pudieran quitarme a Chloe.

¿Qué pasaría con ella? ¿A dónde la llevarían? ¿Quién le cantaría «Estrellita, ¿dónde estás?» cada noche antes de dormir?

Así que esos sentimientos se intensificaron, y todavía permanecen dentro de mí. El negro me ayuda a expresar que… hay un luto permanente conmigo.

Y luego comprendí que no sólo nos quedamos solas, sino que también perdí una parte de mí que jamás volverá.

Bajo mi cargo estaba una niña y todo lo que eso implicaba. Pero olvidé que… yo también era una niña.

Ya no había colegio. No más fiestas con amigos. No más diversión.

Todo se convirtió en trabajo y más trabajo para saldar las cuentas y proteger a Chloe.

Ya no me duele ni me pesa, pero al principio fue muy difícil. Esa fue la razón principal por la que me alejé de las redes sociales. Dolía ver a todos mis amigos y conocidos vivir lo que les correspondía, mientras yo sólo me desvelaba sacando cuentas, intentando averiguar si ese mes tendría que pedir un préstamo o no.

Trato de apartar todos esos pensamientos mientras miro por la ventanilla del taxi, camino a mi nuevo empleo.

Es un lujo que ya podré darme. No siempre, pero sí de vez en cuando. Además, es mi primer día de trabajo. No quiero llegar despeinada y jadeando porque tuve que cruzar la isla entera en metro.

También pude pedir un transporte por la aplicación donde conocí a Kyle, pero… no quise hacerlo.

Me gustó ver su nombre ahí, en el último servicio que tomé.

Tiene cinco estrellas y un año como conductor.

Y se ve muy bien en su foto.

Una sonrisa se escapa de mis labios y niego despacio.

Todavía recuerdo cuando me permitía soñar con conocer a un hombre que me aceptara con Chloe, pero con los años comprendí que eso no sucedería. En parte, está bien. No quiero a cualquiera cerca de mi hermanita.

Sin embargo…

Recuerdo los ojos azules de Kyle y vuelvo a reír.

No es mi tipo. En lo absoluto. Y es bastante obvio que yo tampoco soy su tipo.

Sólo reconozco que es guapo. Igual no importa, he decidido quedarme soltera para proteger a Chloe, así que… un pensamiento inofensivo no le hace daño a nadie.

El taxi se detiene frente al flamante edificio. Pago, bajo del vehículo y levanto todo lo que puedo la cabeza para verlo.

Es muy alto. No es un rascacielos, pero sí lo suficiente como para imponer. Y creo que eso lo hace lucir aún más elegante.

Ahí, en el último piso que apenas alcanzo a distinguir, está la oficina de Kyle, por encima de todos nosotros y al lado del CEO de la compañía.

Respiro hondo y me sumerjo en el ajetreo que será mi nueva vida.

Atravieso la puerta corrediza y camino hasta el mostrador de seguridad —como me indicó un día antes la directora de RH— con la carpeta de documentos apretada contra el pecho. El módulo está en un costado del lobby, con un escritorio metálico y pantallas que muestran imágenes de las cámaras del edificio.

El lobby de KAVAN parece todavía más enorme que el día de la entrevista, con los techos altísimos, muros de cristal y un ir y venir de empleados que parecen salidos de una revista de moda.

—Buenos días. Vengo a… incorporarme —digo, con una sonrisa que espero parezca segura—. Soy Silvia Marlowe.

El guardia revisa algo en una tableta y asiente. Me señala hacia un módulo lateral, donde una mujer con gafas finas y expresión amable me hace un gesto para que me acerque.

—Foto para tu gafete permanente —explica, girando una cámara pequeña sobre el escritorio.

¿Permanente?

Ni siquiera me da tiempo de acomodarme el cabello. La luz blanca del flash me toma por sorpresa y parpadeo, segura de que voy a salir con cara de susto en mi primera foto oficial.




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