La asistente indomable del jefe

Capítulo 6.2

Un roce suave me arranca del dulce olvido. Unos dedos se posan sobre mi hombro y lo aprietan con una delicadeza extrema.

Me despierto al instante. Abro los párpados lentamente. Durante los primeros segundos, observo en calma lo que tengo delante. Mis ojos me devuelven la imagen: estoy en un coche, envuelta en la oscuridad… y a mi lado…

Un escalofrío punzante me recorre la espalda y me hace dar un respingo. ¡Me había prometido no quedarme dormida en su coche! ¡Y lo hice! ¡Rompí descaradamente mis propias reglas! Me enfado conmigo misma.

Miro por la ventanilla: las farolas bañan con luz amarilla un lugar familiar. Reconozco ese parque infantil, los bancos, los edificios… Pasha me ha traído a casa.

—¿Cómo supiste dónde vivo? —pregunto, girando la cabeza hacia Podolskyi, que todavía no ha apartado la mano de mi hombro—. No te di mi dirección.

—No me la diste —responde.

—¿Y entonces? ¿Cómo lo averiguaste?

—Llamé a tu padre y se lo pregunté —explica—. ¿O querías que te llevara a mi casa? Puedo arreglarlo.

—Por supuesto que no quiero —resoplo—. ¿Y qué se supone que haría yo ahí?

—Muchas cosas interesantes —susurra, dejando que sus dedos se deslicen de mi hombro hasta mi muñeca antes de apartarse—. Natalia, ahora mismo te doy la última oportunidad para rendirte. Esa apuesta no te va a traer nada bueno. Y encima tendrás que cumplir el deseo. No vale la pena. Vamos a dejar los jueguitos.

—No pienso rendirme —respondo con una sonrisa desafiante, atrapando su mirada con la mía—. Nunca vas a conseguir lo que quieres… Así que deja de meter las narices donde no debes. Con ese tipo de actitud no vas a seducirme. Al contrario, me sacas de quicio.

Se queda callado. Podolskyi se convierte en un pez sin palabras. Solo juega con los ojos, con esa mirada cargada de deseo. Ahora los tiene grises. Como si fueran ojos de camaleón.

—¿Se te pegó la lengua al paladar o qué? —suelto mientras me quito el cinturón de seguridad de forma brusca. Lo jalo con tanta fuerza que no se desabrocha al primer intento. Tiro de nuevo, y esta vez cede.

Pasha dice:

—Eres un huracán andante.

—Entonces, más te vale tenerme miedo.

—Tengo otros planes para ti.

—¿Y todavía no entiendes que esos planes no tienen futuro? —le clavo la mirada entrecerrando los ojos, recordándole una vez más que sus intentos de seducción son inútiles.

—Ya veremos —responde con firmeza, alzando levemente las comisuras de sus labios carnosos.

—Estás demasiado seguro de ti mismo —le muestro los dientes—. Pero ese es tu problema —añado mientras me detengo un segundo—. Gracias por traerme.

—No hay de qué.

Salgo del coche rápidamente y camino con paso firme hacia la entrada de mi edificio. Afino el oído: el coche no se mueve. Sigue ahí, clavado como una estatua.

Apuesto mil grivnas a que me está devorando con los ojos...

Pero no me giro. Entro al edificio, subo al ascensor y me dirijo al décimo piso.

Cuesta creerlo… Esta misma mañana bajaba por este mismo ascensor pensando que tendría un día gris y aburrido. ¿Quién iba a decir que terminaría así? Nadie.

Parece que me espera un año entretenido...

Por fin llego a casa. Me quito los tacones y suspiro de alivio. Mis pies saborean la libertad tan ansiada.

Pero el verdadero placer me recorre la piel en la ducha, donde por fin me relajo por completo y dejo que el agua me limpie hasta el alma. Lo necesitaba desde que estaba sentada en ese despacho.

Y ahora ya estoy en el salón. Llevo una toalla rosa enrollada en la cabeza, un batín rojo de satén cubriendo mi cuerpo y el móvil entre las manos.

¿Estoy viendo algo útil? Para nada. Solo deslizo por redes sociales mientras mi mente se toma un respiro.

También tengo antojo de un té.

Lástima que la siesta del coche espantara el sueño.

El teléfono me aburre enseguida. Me levanto y voy al armario a buscar ropa para mañana. Saco un traje azul y un vestido violeta. Este último va directo a la lista negra. Demasiado atrevido. No vaya a pensar Pasha que me visto así porque quiero rendirme.

Aunque… la idea de provocarlo con ese vestido me tienta. Que se atragante de ganas y rabia al ver que no me puede tener. ¡Le voy a armar un infierno!

Sonrío con malicia, sintiendo cómo me invade una oleada de energía. Podría hacerlo. Pero más adelante. Mañana iré recatada.

Guardo el vestido y giro la percha con el traje entre las manos. Por suerte no necesita plancha, y eso ya me alegra el día.

Dejo el traje sobre la banco para ropa, luego me quito la toalla. Ahora toca secarme el pelo, beberme el té que ya debe estar templado en la cocina y finalmente hundir la cara en la almohada.

Voy hacia el baño, donde está el secador, pero el timbre me interrumpe.

Me detengo en seco. ¿Quién será a estas horas? ¿Casi las diez de la noche? ¿Quién viene de visita tan tarde?



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 07.08.2025

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