La bella y la bestia - by H. Link P.

Prólogo

En épocas pasadas, las fábulas relataban moralejas sin igual. Una de ellas hablaba sobre el romance entre una bella mujer y un hombre de horrible aspecto, un romance que, incluso con las turbulencias del tiempo, conservó su mayor lección, un amor motivado por algo más que el atractivo físico. Pese a ello, tal relato quedó a la peligrosa interpretación, misma que un cambiante pueblo experimentó.

Saint-Roux era un lugar poblado por gente que veneraba la labor de Belia, su reina tan bella como el nombre sugería. Sin embargo, su belleza no lo era todo, pues también era una dama de carácter firme ante toda adversidad, un motor adecuado para la empresa que montó en aquella provincia.

Conocedora de los peligros que atentaron contra su sangre antaño, Belia se hizo de toda una armada, involucrando variedad de recursos. Desde el más fornido hombre en sus filas, hasta el más potente cañón en las murallas, todo eso y más fue posible gracias a ella. Si bien esa era la prioridad pregonada, había algo más, algo que la reina miraba en el vasto espejo de su alcoba.

Más allá de su propia mirada marrón cual tronco, sus cabellos extensos como ornamentos, y su cautivadora tez, Belia vio una tétrica ilusión. Se vio a sí misma con un hermoso vestido de fiesta, de tonos rojizos como pétalos de rosas, y con telas doradas. Sin embargo, una sombra monstruosa la rodeaba, mientras sus rojizos ojos intercambiaban miradas con la doncella. A su vez, el fondo que los rodeaba era oscuro, mas el escenario cambió de forma abrupta, proyectando un bosque en llamas.

Con lentitud, Belia retrocedió, hasta que la silueta volvió a hacer acto de presencia, dando un salto que parecía que iba a salir del espejo, mas solo derribó a la reina. Apenas recuperó su postura, la reina vio que la ilusión se había esfumado, dejándola con un susto acompañado por fragmentos de su memoria.

De inmediato, Belia recordó cuando hubo un baile en el salón, mas todo era ambiguo, y se distorsionaba con las ilusiones mostradas por el espejo, provocando que perdiera la calma. En respuesta, acudió a un olvidado rincón del castillo, donde yacía un segundo espejo que, pese a su tamaño pequeño, era bastante especial. Durante muchos años, la reina procuró evitar su uso, mas aquel momento la llevó a tomar tan repentina decisión.

—Muéstrame a la bestia.

Apenas Belia rompió el silencio, el espejo liberó un humo azul, dejando ver la misma silueta en medio de rosales que se extendían como arterias. Incluso viendo aquella imagen por vez segunda, la reina temió que esa criatura fuera por ella. No obstante, recordando sus ideales, trató de convertir su miedo en un gesto de firmeza, mismo que expresó cuando dos soldados acudieron a su presencia.

—Majestad, traemos noticias sobre otro ataque.

—No puede ser. Es el séptimo en lo que va del año.

—Y bajo las mismas circunstancias.

—Todos los que mueren en ese trayecto son criminales —agregó otro soldado.

—Si hay una bestia suelta, debemos estar preparados.

—Perdone que sea escéptico, pero…

—Pero recordemos por lo que estamos luchando —interrumpió Belia—. Sea hombre o monstruo, hemos de enfrentar toda amenaza que quiera quebrantar la paz en Saint-Roux.

—¿Y qué propone, Majestad?

—Patrullen las calles y vigilen todo lo que entre y salga de la ciudad. En cuanto encuentren al culpable, tráiganlo ante mí, y yo me encargaré de extirpar su maldad.

Después de asimilar con la cabeza, los soldados se retiraron, mientras Belia pensó en lo que aquel encuentro podía conllevar, consumando el momento con una sonrisa de satisfacción. Sin duda, le esperaba un desafío bestial.

En cuanto a la criatura que había visto, no era más que la sombra de un antiguo legado, uno manchado por los bajos instintos, y bañado por el rocío del juicio. Nada ni nadie sabía de su existencia, pues el bosque la custodiaba con celo, cualidad que, gracias a lo que la reina sabía, podía estar en juego.

No obstante, la reina desconocía algo importante, una idea que también se movía entre las sombras del bosque. Se reza que el amor transforma, mas también se reza un dilema pecular, uno que alguien más ha de responder, ¿podría alguien amar a tan horrenda bestia?

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