La bella y la bestia - by H. Link P.

III

Era mediodía, todos en la Béni seguían con sus actividades como siempre, pero Stella apenas alzaba la mirada. Una tormenta de confusión nublaba su mente, ni siquiera sus lecturas podían eclipsar tal sensación, hasta que una andrajosa señora le hizo compañía.

—Jovencita, ¿le molesta si tomo asiento aquí?

—C-claro que no —respondió Stella, recogiéndose el cabello.

—Vengo de un largo viaje, y no sé en dónde pasar la noche.

—Hay un hostal por aquí. Si gusta, la puedo acompañar.

—Me encantaría, pero quiero descansar aquí un rato.

—Está bien.

Aunque su compañía le generaba curiosidad, era un poco más aceptable, pues era una señora de estatura baja, complexión delgada y velo de hermosos bordados. La ternura de tal visitante motivó a Stella a comenzar una conversación.

—Es un gusto que se animara a visitarnos. Por cierto, me llamo Stella.

—Yo soy Agnes.

—Es un nombre hermoso.

—Igual que el bosque de este lugar.

—¿Lo ha visitado? —cuestionó Stella, reteniendo su temor.

—Por supuesto, y no había visto flores tan hermosas como las que habitan ahí.

—No he tenido buenas experiencias en ese lugar.

—Te entiendo. Aunque esas vivencias duelen, son las que se encargan de moldearnos.

—No sé en qué me puede beneficiar lo que ví ahí.

—El corazón del bosque puede ser impredecible.

—¿El qué? —cuestionó la chica.

—Sé de un verso sobre ese lugar —respondió Agnes, sacando una planta especial—. De las cenizas de la inocencia, y tras el fin de una noble progenie, varias rosas nacieron con un fin especial. Aunque la bélica y bestial oscuridad aún gobierna, el eco de aquellas flores persiste.

—Esa rosa…

—Una rosa que expone una especial precaución. Es bella, pero su cuidador puede lucir bestial, y aún si su amo luce así, en su interior puede haber algo más.

—No lo entiendo.

—Por eso es una advertencia. Conserva esta rosa de blanco corazón, y lo entenderás.

—Pero… —sollozó Stella.

—Pero puede que te lleve a hallar la respuesta que buscas.

—Comprendo.

Pasado un rato, Stella acompañó a Agnes a un hostal, y se encargó de darle buena recepción. Para el atardecer, mientras volvía a su casa, la doncella reflexionaba sobre la plática que tuvo, y sobre cómo eso guardaba relación con lo que vivió en el bosque.

La chica guardó sus dos rosas en un florero. Tras volver a apreciar los atributos de las plantas, Stella notó que sus pétalos eran suaves como plumas, y que emitían un aroma especial. La nostalgia la llevó a recordar que a su madre le gustaba dibujar y estudiar flores, así que tuvo la idea de hacer lo mismo.

En un cuaderno, la chica escribió sobre las propiedades del par de flores, bautizándolas como «rosas emisarias», en referencia a lo que Agnes le mencionó. Las palabras que Stella escribía la ayudaron a descubrir un nuevo interés, algo que la ayudara a entretenerse y, sobre todo, a controlar todas esas emociones y sorpresas.

Sin embargo, su hermana estaba por llegar a casa, intentando contener su tristeza. Tras ver el carruaje, las mellizas corrieron para recibirla, pero Stella y los peones sabían que algo no iba bien, cosa que comprobaron con la ausencia del mercader.

—Lamento informarles que nuestro amado señor… ha fallecido.

—¿Cómo? —gritó Stella.

—Unos bastardos nos asaltaron en el trayecto —respondió Camille.

—No puede ser —comentó una de las mellizas, rompiendo en llanto.

—¿Al menos trajeron nuestros obsequios?

—¿Cómo pueden pensar en eso? —comentó Stella.

—Ni que te importara.

—Silencio, niñas —indicó uno de los peones.

—Todos iremos a Saint-Roux —continuó Camille—. Aunque sea una triste ocasión, necesito que se vean presentables. Y eso te incluye a ti, Stella.

—Está bien —confirmó la dama, tras un denso silencio.

—Si de algo sirve, aquí tienes tu rosa.

—¿Pero qué le pasó? —gritó Stella—. Está calcinada.

—P-perdona, no tengo idea de lo que pudo pasarle.

—¿Al menos te aseguraste de cuidarla?

—Deja de llorar y ve a arreglarte, niña bella —dijo una de las mellizas.

—Puedes ponerte esa rosa para lucir más bella —añadió la otra, empujando a Stella.

—Suficiente. Escuchen, el funeral está planeado para el atardecer…

Ante tan insípidas reacciones, la doncella se alejó con lentitud. La noticia la hizo entrar en llanto, gesto amplificado por el trato que recibió. Stella sentía que estaba en un eterno túnel de emociones, pues un día tenía la curiosidad de un gato, y al otro tenía el miedo de un ratón, para después sentir la tristeza de una ausencia.




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