El cuerpo de Stella reposaba en la cama, mas su mente moraba en otro sitio. La doncella soñó que estaba en los jardines reales, y vio cómo un principesco joven paseaba, a la par que contemplaba el entorno. Stella quiso saludar al muchacho, pero él no soltó palabra alguna, solo caminó frente a ella, y le ofreció una flor, en compañía de su rojizo medallón.
«Esos ojos…» fue el pensamiento que floreció en la doncella, recordando la cristalera en el salón de baile. Sin embargo, aquella cuestión se vio opacada por varios destellos verdes, mismos que convirtieron el jardín en un salón de baile. Todo lucía oscuro, apenas y se escuchaban lentos paso.
—¿Hola? ¿Hay alguien aquí?
Tras hablar, Stella solo recibió el silencio como respuesta. Su acompañante se había esfumado, amplificando su temor. Sin embargo, la cereza del pastel fue el repentino incendio en el salón de baile. Para su mala sorpresa, las puertas estaban cerradas, y varios pétalos volaban, incitando a las cenizas a expandirse y acabar con Stella.
Aunque Stella despertó con miedo, tal sentir se vio ahogado en confusión, en especial tras ver varias cenizas en su mesita de noche. La rosa que recolectó la noche anterior, para su sorpresa, se había calcinado. Stella volvió a convocar su dueto de pensamientos, tanto el instinto como la curiosidad la incitaban a averiguar qué estaba pasando.
Para el desayuno, Stella quiso aclarar las cosas con sus hermanas, mas una simple imagen la llevó a recordar su realidad. Sus hermanas apenas y movían los cubiertos, mientras Camille cubría su rostro con sus manos, dejando caer algunas lágrimas en la avena. Dejando florecer su pesar, Stella se acercó a abrazar a Camille.
—¿Qué haremos ahora?
—De verdad quisiera saberlo, hermana —respondió Camille.
—¿Qué tal si averiguamos cuánto dinero dejó papá.
—¿Cómo pueden pensar en eso? —gritó Stella, silenciando a las mellizas — ¿No les duele la ausencia de papá? Son un par de ingratas.
—Solo era una sugerencia.
—Stella, cálmate. Aunque no haya sido una correcta expresión, sí hay algo que debo atender sobre eso —añadió Camille—. Temo que nuestro padre debía ajustar algunas cuentas.
—¿A qué te refieres?
—Señorita Camille, la reina las ha convocado —interrumpió un soldado—. Es necesario que acudan de inmediato a su presencia.
—No se preocupe, soldado. En seguida vamos.
Ante tal edicto, las hermanas siguieron al soldado sin dudar o protestar, mas Stella sentía que algo no andaba bien, en especial por la cabizbaja expresión de Camille. Los pasillos del palacio tampoco ayudaban, pues su nula iluminación, incluso de día, daba la impresión de resguardar bastantes misterios. Durante el recorrido, Stella quiso apreciar los retratos y esculturas, intentando ver si estaba el joven que vio en su sueño, mas poco pudo hallar.
Pasado aquel tramo, por fin la reina Belia pudo recibir a sus invitadas. Todas mantenían sus respectivas emociones, hasta que la monarca rompió el silencio.
—Niñas mías, a falta del servicio que su padre brindó, una noble labor les será encomendada. Sin embargo, a fin de respetar su luto, me encantaría que pasaran un rato en el pueblo.
—¿A qué se refiere?
—Madame Camille, necesito que se quede aquí. Por mientras, sus hermanas pueden salir a recorrer el pueblo.
—¿Y para qué? ¿Para juntarnos con la plebe? —protestaron las mellizas.
—No. Dentro de poco lo han de saber.
—Majestad, si no es mucha molestia, ¿podría encargar a sus siervos que cuiden de ellas?
—Por supuesto. No les quitarán el ojo para nada.
—Está bien —dijo Camille—. Stella, sé que eres valiente, pero te pido con todo mi ser que seas cuidadosa.
—No coma ansias, señorita. Es bueno que su hermana tenga interés en nutrir su mente, y que los libros sean su alimento.
—Gracias, Majestad —respondió Stella.
Ante la pequeña alegría de la doncella, Belia sonrió. Al mediodía, el carruaje fue preparado para que las tres hermanas visitaran la ciudadela. Pese a la primera impresión que Stella tuvo, ella deseaba averiguar qué sitios de interés había. Por su parte, Colette y Cosette quisieron pasar por las pequeñas florerías y parques, hasta que una simple prenda avivó sus infantiles actitudes.
—Este lugar luce muy apagado. Ni siquiera hay joyas.
—¡Pero sí hay hermosos vestidos, mira ese!
—¡Yo lo quiero!
—Pero yo lo vi primero.
Sin dejar de gritar, ambas corrieron a por el vestido, e incluso agredieron a demás chicas, sin vergüenza alguna. En respuesta, los guardias intentaron controlar la situación, mientras Stella, contemplando la situación, decidió alejarse. Tanta banalidad la abrumaba, y necesitaba de un sitio más tranquilo para reflexionar, así que decidió buscar una biblioteca.
Para su buena suerte, aquella búsqueda tuvo éxito, aunque el local estaba alejado del centro del pueblo. Era pequeño, pero llamativo, y sus estanterías eran oscuras, en contraste con los coloridos libros. No había ningún ruido, hasta que un golpe en la recepción hizo lo suyo.
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Editado: 27.03.2025