La luz lunar se esfumó, mas el cielo mantuvo su vivo color. Mientras tanto, Stella y Giosuè tomaron asiento en el jardín, esperando una respuesta. Aunque la doncella era consciente de sus sentimientos, también pensó en lo que ello conllevaba.
—Giosuè , quiero ser honesta contigo.
—Lo sé —respondió la bestia—. Lo que tengas que decir, lo respeto.
—Tal vez no seas humano de rostro, pero lo eres de corazón —dijo Stella—. Gracias a ti, puedo ver la verdadera belleza, más que con la gente que he conocido.
—¿En serio? ¿realmente eres feliz conmigo?
—Por supuesto.
Stella estaba por dar su respuesta definitiva. Sin embargo, como una lluvia de fuego y granizo, Belia y sus soldados llegaron, manteniendo cierta elegancia, incluso con el indicio de su intención. Wilfried se ocultó, mas Camille recibió a la reina.
—Majestad, bienvenida a nuestra morada.
—Ahorre las formalidades, madame Camille —dijo Belia.
—O deberíamos decir, traidora —añadió Bastian.
—¿Qué hacen aquí?
—Pasa que la búsqueda de la verdad me condujo a usted, querida.
—Hable, ¿dónde está la bestia?
—¿Y dónde está su hermana?
—N-no sé de qué tontería están hablando —respondió Camille.
—Ya veremos cuál es la tontería aquí —comentó Belia, disparándole a uno de los invitados—. A falta de una sanguinaria bestia, aquí habrá una reina bélica.
—A no ser que se una a nuestra causa, Camille.
—¡Jamás!
—Bien —concluyó la reina— ¡Soldados, ya saben qué hacer!
En respuesta al grito de Belia, los hombres se dispersaron por el salón, acabando con casi todos los invitados. Fueron pocos, pero hubo quienes se libraron de semejante destino, mientras otros recibieron la muerte con dolor. Incluso Belia se unió a la masacre, usando una ballesta para acabar con las víctimas de su precisa vista.
Cuando Stella y Giosuè escucharon los gritos y disparos, quisieron ayudarlos, hasta que Wilfried los alertó desde las ventanas, indicándoles que debían escapar. Aunque Stella trató de ir por su hermana, ella se puso de pie frente a la reina, esperando enfrentarla.
Conscientes de lo que se avecinaba, Stella y Giosuè se alejaron, mas ella dejó caer su rosa. Disimulando, Wilfried y Camille los vieron, con la esperanza de que huyeran de la ira de Belia. Si bien el botánico pudo ocultarse en un baúl, a la primogénita del difunto mercader le esperaba algo más.
—¿Sabes lo que implica traicionar a la corona?
—¿A qué clase de corona? ¿una que infunde temor?
—El temor es mejor látigo que el amor, Camille. Aprendí eso con los Du Saint-Roux.
—¿Los Du Saint-Roux?
—No hay cuidado —concluyó Belia—. De cualquier modo, esa verdad ha de morir contigo.
Tras escuchar más disparos, Wilfried rompió en llanto. Pudo evadir la revisión de los guardias, pero su corazón no pudo burlar el dolor por lo sucedido. Pese a que hubo sobrevivientes, todos quedaron devastados por el ataque de la insatisfecha reina.
—¿Alguna novedad, soldados? —alertó Belia.
—No, señora nuestra. No hay rastro de los traidores, sólo hallamos esta rosa.
—En ese caso, aún queda un lugar a visitar —dijo la reina, apreciando el follaje dorado de la flor—. Descuiden, esta búsqueda acabará pronto.
Sin más distracciones, Belia y sus siervos ingresaron al bosque. Por su parte, Giosuè y Stella se adentraron en las ruinas, mientras los gritos y disparos hacían eco. Ni siquiera el tranquilo verdor de aquel sitio quedaba exento del caos.
La doncella lloró a mares, mientras la bestia, sin dejar de abrazarla, volteaba a toda dirección. Ambos procuraron no salir, hasta que los destellos verdes se manifestaron, guiándolos al lugar donde todo empezó, al sitio donde Stella tomó aquella rosa. Justo ahí, alguien más esperaba.
—¿Quién es usted?
—¿Agnes?
—Me alegra que vieras el verdadero corazón del bosque —respondió la dama.
—¿Qué haces aquí?
—Vengo a ver lo que ha sido del príncipe Du Saint-Roux.
—¿Q-qué? —titubeó Giosuè.
—Tal vez no me conoces, pero yo sí sé quién eres, y qué ha de pasar —comentó Agnes, quitándose su capucha, y dejando ver la imagen de una hermosa mujer—. Mi verdadero nombre es Esmeralda, y soy la tercera señora del bosque.
—¿Tercera señora del bosque?
—Junto a mis dos hermanas, solíamos custodiar este lugar, mas un engaño mortal se manifestó, y su fruto fue nada menos que tu condición actual, Giosuè.
—¿Podría ser más clara? —agregó la pareja.
—Permítanme explicarlo.
Apenas Esmeralda habló, la nostalgia recorrió la conciencia de Giosue, engendrando memorias difusas y un pasado que custodiaba una compleja revelación. Sucedió que, en esas épocas, tres ninfas regían aquel sitio, Esmeralda, Rubis y Zahira. Sin embargo, la señora Rubis se enamoró de un caballero, y quiso formar una familia con él, pacto que Zahira no respetó. Ella creía que los humanos no merecían la belleza de su poder, así que trató de deshacer aquel amor, fallando en toda ocasión.
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Editado: 27.03.2025