⁕la Belleza De Las Amapolas⁕

⁕ La Belleza De Las Amapolas ⁕

En un pequeño pueblo rodeado de campos floridos y verdes praderas vivía Dulce, una niña de cinco años cuyo nombre encajaba perfectamente con su personalidad tierna y risueña. Dulce era la hija única de Sebastián, un apasionado florista de 34 años. Desde que nació, Dulce había sido el centro del universo de Sebastián, y cada día dedicaba su tiempo a criarla con amor y ternura.

Dulce, con sus grandes ojos curiosos y su sonrisa contagiosa, era la luz de la vida de Sebastián. Aunque el mundo exterior estaba lleno de incertidumbres, Sebastián hacía todo lo posible para que Dulce creciera rodeada de amor y belleza. Ella tenía una fascinación particular por las amapolas, esas delicadas flores rojas que bailaban al viento como pequeñas hadas.

Sin embargo, en medio de esa aparente felicidad, se escondía una sombra oscura: Dulce estaba enferma. Sebastián lo sabía, pero por amor y protección, guardaba el secreto celosamente. Cada vez que llevaba a Dulce al médico, escuchaba las palabras devastadoras que confirmaban sus peores temores, pero mantenía una fachada de esperanza para no perturbar la inocencia de su pequeña.

Los días pasaban, y Dulce continuaba creciendo con una alegría inquebrantable, ajena al destino que le aguardaba. Sebastián, con el corazón destrozado, se aferraba a cada momento con su hija, deseando con toda su alma que el tiempo se detuviera.

Las amapolas se convirtieron en un símbolo de su amor y de los momentos compartidos. Cada mañana, Sebastián recogía las más hermosas y frescas amapolas del campo y las colocaba en un pequeño jarrón en la habitación de Dulce. Ella reía y aplaudía feliz al verlas, sin saber que su padre las había elegido especialmente para ella.

Pero el destino no podía ser detenido, y el tiempo pasó inexorablemente. El sexto cumpleaños de Dulce llegó como un presagio sombrío. A medida que el día se acercaba, Sebastián sentía el peso del dolor y la angustia sobre sus hombros, sabiendo que este podría ser el último cumpleaños que celebrarían juntos.

El día de su cumpleaños, Dulce estaba radiante de felicidad, rodeada de globos y regalos. Sebastián trató de mantenerse fuerte, de sonreír junto a ella, pero su corazón se rompía con cada risa de su hija, sabiendo lo efímero que era ese momento de felicidad.

Esa noche, mientras Dulce dormía plácidamente, Sebastián la observaba con los ojos llenos de lágrimas. Tomó su mano pequeña y frágil entre las suyas y la acarició suavemente, deseando con toda su alma poder intercambiar su lugar con ella.

Con el amanecer, llegó el fatídico día. Sebastián llevó a Dulce al campo de amapolas, su lugar favorito en el mundo, donde juntos pasaban horas admirando la belleza efímera de esas flores. Dulce reía y correteaba entre las amapolas, ajena al pesar que envolvía el corazón de su padre.

El sol brillaba sobre ellas mientras Sebastián abrazaba a Dulce con ternura, deseando que el tiempo se detuviera en ese instante de felicidad. Pero el destino no podía ser engañado. En medio del campo de amapolas, Dulce cerró sus ojos por última vez, rodeada del amor de su padre y la belleza de las flores que tanto amaba.

Sebastián, con el corazón roto en mil pedazos, tomó a Dulce en sus brazos y la llevó de vuelta a casa, donde la arropó con las amapolas que ella tanto adoraba. En el silencio de la habitación, solo quedaba el eco de los recuerdos compartidos y el amor eterno que Sebastián sentía por su pequeña Dulce.



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En el texto hay: muerte, tragica, padreehija

Editado: 17.06.2024

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