Teziutlán, Puebla. Año del Señor de 1908
A la atención de su Su Eminencia Reverendísima Próspero María Alarcón y Sánchez de la Barquera, Arzobispo de México
Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo y la protección de la Virgen le acompañen al recibir estas líneas.
Me atrevo a escribirle movido no solo por la responsabilidad que me impone mi vocación, sino por un deber más profundo que me obliga como pastor de esta pequeña pero fiel comunidad.
Hace unos días, un hombre del pueblo, Juan de Dios Ortega, campesino de vida sencilla y devota, fue hallado sin vida en el interior de su hogar. Lo que al principio podría pensarse como una tragedia más del destino —quizás causada por enfermedad o accidente— ha revelado signos que escapan a la comprensión común... e incluso a la razón.
El cuerpo presentaba una herida en el cuello... no un corte, sino una separación casi total de la cabeza con señales claras de desgarro. No fue obra de filo ni de arma alguna.
Más desconcertante aún: ni su esposa ni sus hijos oyeron ruidos. Solo el grito de su hija, que lo encontró en aquella condición. En ese mismo hogar, desde entonces, se percibe un frío inusual, y los animales del barrio rehúsan acercarse.
La gente murmura, como siempre lo hace cuando el miedo llega primero que la explicación. Hablan de antiguas sombras, de seres alados, de brujas. He escuchado cosas similares en mi juventud, cuando aún me formaba en Singuilucan, pero nunca creí ver algo semejante.
Le ruego, excelencia, que considere enviar algún emisario o sacerdote instruido en estas materias. No me atrevería a pedirlo si no creyera que la amenaza es real y creciente. El pueblo necesita consuelo, sí... pero también protección.
Que el Altísimo nos conceda discernimiento, y que su misericordia sea más grande que nuestra ignorancia.
Con temor, fe, y obediencia en Cristo,
Fray Tobías Montenegro
Iglesia de San Miguel Arcángel
Teziutlán, Puebla