1. La organizadora

REBECA

—Respira, Becky, respira. Todo está bien. Eres una mujer brillante, exitosa… una Beyoncé de las bodas. Esto no me afecta. ¡Esto no me afecta!

Me lo repito como mantra, mientras estranguló el contrato con tanto amor que en cualquier momento se convierte en una grulla de origami.

Todo bien, hasta que leo por cuarta vez el nombre del novio: Matías Rosales.

Y me dan ganas de arrancarme las pestañas una por una, como quien deshoja margaritas pero no.

—No, mentira, las amo —me miro al espejo y acomodo las pestañitas—. Pero que se preparen, porque están a un pestañazo de la extinción.

Y ahí está, el tic nervioso. El ojo derecho empieza a brincar como si tuviera batería propia. Maravilloso, soy una adulta cerca de los veintiséis años.

Soy una wedding planner seria, madura… ok, no tanto, pero lo suficientemente buena para que incluso ella, la novia de mi ex aceptara la cotización.
Matías.
Mi ex.
Mi “error garrafal con lindos ojos y sonrisa bonita”.

—¡Rebeca Maldonado Venegas! —La voz de Laura atraviesa las paredes como un misil— ¡Rebeca!.

—Me llamo Becky —corrijo bajito.

—Te llamas Rebeca.

—Becky para los amigos.

Laura, mi mejor amiga y socia, me mira como si acabara de vender mi alma a cambio de cupcakes rancios. Y claro, me persigue por la oficina con cara de verdugo por lo que me toca correr.

—Ora, ora, ¿amanecimos bravas? —me hago inocente, esquivando la cartera que me tira—. Laurita…

—¡No me digas así!

Suspiro dramática, mirando al techo como si los focos fueran reflectores y el universo me estuviera dando un spotlight mientras me agarró el pecho fingiendo que me dio un puñal en el corazón, aunque se sintió así.

—La vida tiene un humor barato.

—O cruel —responde ella, arrancándome el contrato de las manos—. Rebeca, explícame: ¿por qué demonios aceptaste organizar la boda de tu ex?

—Porque soy una profesional.

—Y una inconsciente.

—Porque soy valiente.

—Y masoquista.

—Porque es una señal.

Laura abre los ojos como si yo acabara de anunciar que la Tierra es cuadrada.

—¿Señal de qué? A ver, pedazo de loca. Tu ex, el que te dejó llorando tres días cuando se fue de México, se va a casar con otra.

—Ojo, yo no lo busqué. ¡Yo estaba trabajando! Ella pidió la cotización, no yo.

—¿Y cuántos clientes tenemos?

—¡Exacto! —alzo las manos—. No andamos tan bien de dinero. A estas alturas aceptaría casar a mi papá con todas sus amantes.

Laura me fulmina con la mirada.

—Mis traumas, mis chistes —digo rápido, levantando un dedo.

Mi amiga suspira como si convivir conmigo le quitara años de vida y no es para tanto. Mientras ella se siente harta, yo abrazo el contrato como si fuera mi boleto dorado a Wonka.
Porque sí, yo lo sé: esto no es casualidad. Es una señal. Una segunda oportunidad.

—¿Y si Matías todavía me ama?

—¿Y si simplemente se va a casar con otra? —me corta, seca como papel lija.

Yo sonrío con picardía, sintiendo cómo el ojo todavía me tiembla.

—Entonces, querida, que se prepare… porque si el destino me puso en esta boda, no fue para quedarme de invitada.

—Eres la organizadora.

—Sí, sí. Detalles técnicos.

Laura me sigue mirando como si quisiera atarme a una camilla de psiquiatra, mientras yo sigo abrazando el contrato como si fuera el último peluche de la feria.

—De verdad, Becky… ¿Qué más puede salir mal?

Error.Grave error. Jamás se le pregunta eso al universo, sobre todo cuando Mercurio anda retrógrado.
Porque justo en ese instante, la puerta de la oficina se abre robando nuestra atención.

Una mujer entra con pasos seguros, un vestido impecable y ese tipo de sonrisa que grita “novia satisfecha con su cotización”.

—Hola —dice, extendiendo la mano con elegancia—. Soy Estrella… la futura señora de Matías Rosales.

El aire se me queda atorado en la garganta. Laura se cubre la cara con las manos.
Y yo… sonrío como si no acabara de recibir una patada directa al hígado.

—Encantada —murmuró, rezando en silencio para que no se note que mi ojo izquierdo empieza a temblar de nuevo— soy Rebeca.

—Claro, yo sé muy bien quién eres.