El sol teñía el cielo con tonalidades naranjas y rosadas cuando Nathaniel Carter, todavía explorando el pueblo, decidió entrar a la iglesia. No era la gran catedral de su tío en Eldermere, sino una modesta construcción de madera oscura con un aire solemne. El ambiente olía a cera y piedra húmeda, y los bancos, gastados por los años, llevaban marcas de quienes se habían arrodillado allí en busca de redención.
Al fondo del recinto, apenas iluminada por las velas del altar, estaba Eleanor Wright. Estaba de rodillas, con las manos apretadas y el rostro inclinado, susurrando algo que solo Dios podía oír. Nathaniel la observó por un momento, cautivado. Había algo en su presencia que iba más allá de su belleza; una tristeza tangible parecía emanar de ella, como una sombra que no la abandonaba.
Decidió acercarse, pero sus pasos resonaron en el suelo de madera. Eleanor levantó la cabeza, sus ojos oscuros, grandes y llenos de incertidumbre, lo miraron fijamente. Por un instante, pareció que iba a huir, pero se obligó a mantenerse en su lugar.
—Mis disculpas, no era mi intención interrumpir sus oraciones —dijo Nathaniel, inclinando ligeramente la cabeza.
—No lo ha hecho, señor. Estaba... terminando —murmuró ella, poniéndose de pie. Apretaba con fuerza una cruz de madera, como si fuera su única defensa.
—Eleanor Wright, ¿no es así? —preguntó Nathaniel suavemente.
Ella se tensó al oír su nombre en labios de un desconocido.
—Sí... —respondió, esquivando su mirada.
—Soy Nathaniel Carter, enviado por el obispo Matthias. He venido a Ravenshollow para ayudar a resolver lo que está sucediendo aquí. Espero contar con la cooperación de todos los aldeanos.
—¿Y cómo podría yo ayudarlo, señor Carter? —preguntó Eleanor, con una mezcla de cortesía y nerviosismo.
—No estoy seguro todavía, pero parece que todos en este pueblo guardan una pieza del rompecabezas. Incluidos aquellos que quizás no se atrevan a hablar.
Las palabras parecieron atravesar a Eleanor, quien apretó aún más la cruz en sus manos.
—No sé de qué habla. Yo... yo no tengo nada que decir.
Nathaniel la observó detenidamente. Su reacción confirmaba sus sospechas: esta joven guardaba algo importante, algo que quizás podría ayudarlo a entender lo que realmente sucedía en Ravenshollow. Decidió no presionarla.
—Entiendo. Si alguna vez cambia de opinión, estaré hospedado en la taberna del señor Bernard. Mis oídos están dispuestos a escuchar.
Eleanor asintió débilmente y salió apresurada de la iglesia. Desde la puerta, Nathaniel la vio alejarse por el camino polvoriento, sus hombros encorvados como si cargara un peso invisible.
Él se quedó en silencio por un momento, sumido en sus pensamientos. "¿Qué puede estar escondiendo esa joven?", se preguntó. Algo en su comportamiento le decía que la clave para desentrañar el misterio del pueblo maldito pasaba, de algún modo, por ella.
Nathaniel Carter cruzó el umbral de la casa del reverendo Silas Blackwood, notando cómo el aire parecía más pesado en ese lugar. El despacho era austero, pero transmitía autoridad. En las estanterías había libros de teología y sermones encuadernados, mientras que una cruz de madera colgaba sobre la pared principal, dominando el espacio.
Silas, con su sotana negra y su porte severo, se levantó para recibirlo. Su mirada fría parecía evaluar cada detalle del joven ministro.
—Hermano Nathaniel, un placer conocerle. El obispo Matthias habla muy bien de usted —dijo Silas, extendiendo una mano con un gesto ensayado.
—Reverendo Blackwood, agradezco su tiempo. Espero ser de ayuda en estos tiempos difíciles.
Silas lo invitó a sentarse frente a la mesa y se acomodó en su silla, entrelazando las manos como si ya estuviera reflexionando sobre la conversación.
—Ravenshollow necesita un hombre de fe para enfrentar esta oscuridad. Este pueblo ha sufrido mucho desde la ejecución de Abigail Harper, y parece que su maldición sigue azotándonos.
Nathaniel inclinó la cabeza, eludiendo cualquier juicio inmediato.
—He escuchado sobre las muertes. ¿Podría explicarme más sobre ellas?
Silas soltó un suspiro profundo, como si llevara el peso del mundo sobre los hombros.
—Thomas y los gemelos. Tres vidas jóvenes arrebatadas. En el caso de Thomas, encontraron su cuerpo cerca del bosque, con una herida profunda en el pecho. El médico, Hans Bauer, encontró algo peculiar en el cadáver: una cuenta de rosario cerca de la herida.
Nathaniel alzó una ceja.
—¿Una cuenta de rosario? ¿Qué implicaciones cree que tiene?
Silas se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con fervor.
—Es evidente. El maligno no solo usa su poder para destruir, también se burla de nuestra fe. Ese rosario pertenecía a Thomas, pero el hecho de que una de sus cuentas estuviera en el cuerpo es una señal clara de la corrupción que la bruja dejó en nuestro pueblo. El resto del rosario de Thomas nunca se encontró.
Nathaniel asintió lentamente, procesando la información.
—¿Y sobre los gemelos?
Silas tensó la mandíbula.
—Los encontraron en el bosque cerca del río. Nadie los vio salir de casa esa noche, pero no creo que sea coincidencia. La maldición de Abigail está presente en cada rincón.
Antes de que Nathaniel pudiera responder, se oyó el sonido de pasos apresurados. Una joven entró al despacho con una expresión temerosa. Nathaniel no reconoció a Anne, la hermana de Thomas.
—Disculpe, reverendo —dijo ella, bajando la cabeza.
Silas frunció el ceño, claramente molesto por la interrupción.
—¿Qué haces aquí, Anne? ¿No te dije que no quería ser molestado?
Nathaniel observó a la joven con detenimiento. Tenía el labio partido y un hematoma comenzando a formarse en la mejilla izquierda.
—¿Estás bien? —preguntó Nathaniel con amabilidad, aunque su tono no carecía de firmeza.
Anne pareció dudar, lanzando una mirada nerviosa al reverendo antes de asentir.