La bruja de Ravenshollow

Amor y miedo.

El sol caía bajo el horizonte, tiñendo los cielos de un naranja apagado, mientras Nathaniel se acercaba a la casa de Mery y Peter. La humilde vivienda, con paredes de madera desgastada y un techo inclinado, mostraba señales de haber soportado muchas estaciones de los duros inviernos de Ravenshollow. Nathaniel ajustó su capa para protegerse del aire fresco antes de llamar a la puerta.

Mery abrió tras un breve silencio, con un pañuelo anudado sobre su cabello oscuro y el delantal sucio de harina y grasa. Su expresión se iluminó con un atisbo de curiosidad al reconocerlo.

—Oh, usted es... el hombre que ha venido de Eldermere, ¿no? —dijo, esbozando una sonrisa.
—Nathaniel Carter. Estoy investigando lo sucedido con Arthur, y espero que pueda ayudarme —respondió él con amabilidad.

Mery vaciló un instante antes de abrir la puerta de par en par.
—Pase, pase. No tengo mucho que ofrecerle, pero quizás un poco de té caliente para este frío.

Nathaniel inclinó la cabeza, aceptando la invitación. La sala principal de la casa era modesta: una mesa robusta con dos sillas, un banco contra la pared y una chimenea que proyectaba sombras cálidas sobre las paredes. Junto a la ventana, un montón de hierbas secándose colgaba de una cuerda.

—¿Peter está en casa? —preguntó Nathaniel mientras tomaba asiento.
—Está indispuesto —respondió Mery, girándose hacia la cocina para preparar el té. Su tono era cuidadoso, como si evaluara cada palabra antes de hablar—. No ha estado bien estos días. Aurora Turner ha sido de gran ayuda con algunos encargos, pero yo me encargo de todo lo demás.

Nathaniel notó un leve temblor en su voz al mencionar a Aurora, pero decidió no abordarlo de inmediato. En lugar de eso, observó la habitación con atención. Su mirada se posó en un pequeño frasco vacío sobre la mesa. Reconoció el tinte verdoso en su interior: restos de una mezcla que había visto antes, aunque no podía recordar dónde.

Cuando Mery regresó con el té, Nathaniel aceptó la taza con una sonrisa cortés.
—¿Cómo era su relación con Arthur? —preguntó suavemente, sin apartar la mirada de su rostro.

Mery se sentó frente a él, su expresión nerviosa.
—No nos tratábamos mucho. Era un hombre reservado... y un poco gruñón. Aunque, ¿quién no lo es a su edad?

Nathaniel dejó que el silencio se asentara antes de continuar.
—He oído que conocía detalles sobre el estado del cuerpo, detalles que sorprendieron a otros.

Mery dejó la taza sobre la mesa, evitando la mirada de Nathaniel.
—Bueno... ya sabe cómo son los pueblos pequeños. Los rumores vuelan.

Nathaniel inclinó ligeramente la cabeza, sin presionarla.
—Es cierto. Los rumores tienen una forma curiosa de mezclarse con la verdad. Pero a veces, incluso los detalles más pequeños pueden ser útiles.

Mery se revolvió en su asiento.
—No sé qué más pueda decirle. Solo sé lo que escuché de los demás.

Nathaniel decidió cambiar de tema para no incomodarla más.
—Arthur pidió prestado un cuchillo antes de morir. ¿Sabe por qué no fue al herrero Samuel?

La pregunta pareció tomarla por sorpresa. Mery se inclinó hacia adelante, sus manos apretadas en el regazo.
—Quizás porque estaba molesto con él. Aurora Turner dijo que Samuel tenía... una relación con Amara, la esclava de Arthur. Cuando él se enteró, no le cayó bien. Tal vez por eso no quiso tratar con Samuel.

Nathaniel guardó esa información. Su instinto le decía que había más en la relación entre Arthur y los demás de lo que parecía.

Cuando se levantó para irse, Mery lo acompañó hasta la puerta. Mientras lo hacía, Nathaniel notó el frasco vacío nuevamente. Algo en su mente encajó, pero no podía precisar del todo qué.

—Gracias por su tiempo, señora Miller. Si recuerda algo más, no dude en decírmelo.

Mery asintió rápidamente, pero sus ojos lo siguieron con desconfianza mientras se alejaba por el camino.

El crepitar del fuego en la chimenea llenaba de un calor tenue la sala de los Wright. Las sombras danzaban suavemente en las paredes, envolviendo el ambiente en una calma engañosa. Eleanor inclinaba la cabeza sobre su bordado, aunque su mente estaba lejos de los delicados puntos que trazaba. Desde la cocina, podía escuchar el murmullo de su madre, Emma, ordenando platos, mientras Michel, su padre, bebía una copa de vino tras un largo día. Todo parecía en orden hasta que un firme golpe resonó en la puerta.

Michel se levantó de su silla con una rapidez inusitada, dejando la copa sobre la mesa de madera sin decir palabra. Eleanor apenas levantó la vista, pero en su interior algo se revolvió. Sabía perfectamente quién estaba del otro lado.

—¡Samuel! —exclamó Michel, abriendo la puerta con una sonrisa amplia y casi reverencial—. Qué bueno verte. Pasa, pasa.

El herrero entró con la seguridad de un hombre que está acostumbrado a ocupar espacios. Alto y apuesto, con los hombros anchos y las manos marcadas por el trabajo, Samuel irradiaba una confianza que atraía miradas dondequiera que iba. Pero para Eleanor, su presencia era tan pesada como el aire antes de una tormenta.

—Buenas noches, señor Wright. Señora Wright —saludó Samuel, inclinando ligeramente la cabeza hacia Emma, quien entró en la sala para recibirlo.

—Samuel, qué sorpresa más agradable —dijo Emma, limpiándose las manos en el delantal mientras le sonreía—. Siempre eres bienvenido.

—Gracias, señora —respondió él con una sonrisa que mostraba una hilera perfecta de dientes. Su mirada pasó rápidamente por Michel y luego aterrizó en Eleanor, quien se esforzó por mantener la vista en su bordado. Sintió el peso de su atención, como si una mano invisible le sujetara el cuello.

—Siéntate, por favor —dijo Michel, señalando una silla frente a la chimenea—. No querrás quedarte de pie toda la noche.

Samuel aceptó, dejando que su figura imponente llenara el espacio reducido de la sala. Su presencia dominaba, aunque lo hiciera sin esfuerzo aparente. Durante un momento, el único sonido fue el crepitar de las llamas.



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En el texto hay: misterio, brujeria, crimen bosque

Editado: 11.02.2025

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