La bruja de Ravenshollow

Mentiras y revelaciones.

El aire fresco de la mañana invadió los pulmones de Nathaniel cuando salió de la taberna, dejando atrás el calor sofocante del interior y las tensiones que Samuel había traído consigo. Las palabras del herrero resonaban en su mente: "Veo que ya conoce a mi futura esposa". Algo en su tono, en su forma de presentarlo, había hecho que una punzada de incomodidad atravesara a Nathaniel. Apenas conocía a Eleanor, y sin embargo, la idea de que fuera propiedad de alguien como Samuel lo inquietaba profundamente.

Mientras caminaba por el mercado, distraído en sus pensamientos, fue la voz grave de Hans Bauer lo que lo devolvió a la realidad.

—Disculpe, señor Carter —dijo Hans, inclinando ligeramente la cabeza como gesto de respeto—. Lo he estado buscando.

Nathaniel alzó la vista, encontrándose con la figura alta y robusta del médico. Su rostro era sereno, aunque sus ojos reflejaban la determinación de un hombre acostumbrado a lidiar con la fragilidad de la vida.

—¿Puedo ayudarle en algo, doctor Bauer? —preguntó Nathaniel, recomponiéndose.

Hans asintió.
—Estuve unos días en Eldermere aprovisionándome de utensilios médicos y medicinas, y me enteré de que había llegado al pueblo enviado por el obispo Carter. Quería ofrecerle mi ayuda en lo que necesite.

Nathaniel agradeció el gesto y, tras unos momentos de cortesía, los dos hombres caminaron hacia un lugar más tranquilo, alejándose del bullicio del mercado.

—Doctor Bauer, su disposición es bienvenida. Dígame, ¿qué opina de los recientes acontecimientos? —preguntó Nathaniel, deteniéndose junto a un viejo roble que proyectaba una sombra refrescante.

Hans suspiró.
—Es evidente que algo oscuro está ocurriendo, pero no creo en maldiciones ni en brujas. Los crímenes de Ravenshollow son obra de alguien de carne y hueso, y estoy dispuesto a ayudarle a desenmascararlo.

Nathaniel asintió, impresionado por la racionalidad del médico.
—¿Qué puede decirme sobre la cuenta de rosario encontrada en el cuerpo de Thomas? Y, por supuesto, sobre el rosario que nunca apareció.

Hans frunció el ceño, cruzando los brazos sobre el pecho.
—He pensado en ello muchas veces. Es extraño, ¿no le parece? Si el asesino mutiló el cuerpo de Thomas para hacer creer que fue obra de la bruja, ¿por qué dejaría una pista como esa? —Hizo una pausa, reflexionando—. Mi hipótesis es que el rosario fue llevado como recuerdo.

La lógica de Hans resonó en Nathaniel.
—Es posible. Si eso es cierto, el asesino podría haber tomado más objetos.

Hans pareció recordar algo y continuó:
—Ted, el padre de los gemelos, me confesó algo despuésde sus muertes. Me dijo que a Elias le faltaba un colgante de madera que siempre llevaba en el cuello. Y a Edith, una pulsera hecha de cuerdas, algo que ella misma había trenzado. Le pedí a Ted que no se lo contara a nadie para no generar más especulaciones, pero no sé si cumplió su promesa.

Nathaniel frunció el ceño, tomando nota mental de esa información. Si esos objetos también habían desaparecido, reforzaba la teoría del asesino coleccionista.

—Una última pregunta, doctor Bauer —dijo Nathaniel, cambiando ligeramente el rumbo de la conversación—. ¿Qué opina de Philips Hargrove?

El rostro de Hans se endureció.
—Philips tiene una reputación peculiar. Es un hombre reservado, y aunque ha tenido sus roces con algunos aldeanos, nunca lo habría señalado como capaz de algo tan atroz. Dicho esto, sé que tenía rencillas con Ted y con Thomas. También sé que la noche de los asesinatos de los gemelos estuvo fuera del pueblo, aunque nunca supe bien por qué.

Nathaniel asintió, agradeciendo la información.
—Agradezco su tiempo y su franqueza, doctor Bauer. Estoy seguro de que tendremos más de qué hablar.

Hans inclinó la cabeza.
—Estoy a su disposición. Si descubre algo más, no dude en informarme.

Cuando Nathaniel se alejó, Hans Bauer permaneció sentado bajo el árbol seco, observando cómo el pueblo de Ravenshollow volvía lentamente a su rutina. Pero su mente no estaba en el presente. Los recuerdos lo atraparon como una niebla espesa, llevándolo de vuelta al juicio más doloroso que había presenciado en su vida.

Era una tarde gris, como si el cielo mismo se negara a presenciar la injusticia que se desarrollaba en el tribunal improvisado. Abigail Harper estaba de pie, el cabello enredado en su rostro y las manos atadas con fuerza. Sus ojos, rojos e hinchados, no podían apartarse de su hija, Sarah, que temblaba a unos pasos de ella, demasiado joven para comprender por qué el mundo parecía volverse contra ellas.

—¡Confieso! —gritó Abigail, con la voz quebrada, mirando directamente a Aldridge, buscando en él el alivio que le había prometido—. Soy culpable de practicar brujería... pero Sarah no. ¡Déjenla en paz! —Su tono se rompió en un sollozo desesperado.

Por un momento, el silencio llenó el lugar. Pero fue Samuel quien rompió esa calma con una voz dura y cargada de veneno.

—Si la madre es bruja, la hija lo es también. ¿Cómo podemos dejar a esa niña libre para continuar con las artes oscuras de su madre?

La multitud estalló en un murmullo. Algunos gritaban que Sarah era solo una niña, inocente y ajena a todo esto. Pero otros, contagiados por el fervor, señalaron que las brujas a menudo se escondían tras una fachada inocente. Una mujer del público incluso se adelantó, exclamando que había visto a Sarah recogiendo hierbas en el bosque, señal de una niña hechicera.

El juez Bartholomew Hawthorne golpeó con fuerza su mazo, imponiendo silencio. Sus ojos se movían entre Abigail y Sarah, como si tratara de encontrar una salida que no terminara en tragedia. Era un hombre justo, pero también presionaba las normas impuestas por la Iglesia y la presión del pueblo.

Aldridge, que hasta entonces había permanecido inmóvil, empezó a mostrar signos de incomodidad. Sus manos temblaban, y de vez en cuando dirigía una mirada a Silas Blackwood, buscando en él una guía. Había prometido a Abigail que su hija estaría a salvo si confesaba, pero ahora las palabras de Samuel lo habían dejado sin opciones.



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En el texto hay: misterio, brujeria, crimen bosque

Editado: 11.02.2025

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