El sol despuntaba sobre Ravenshollow con una luz pálida y sin calidez. El invierno mordía la aldea con un frío que se colaba entre las tablas de las casas y hacía crujir la nieve bajo las botas de los madrugadores. Nathaniel Carter cruzó la plaza con paso firme, las manos ocultas bajo la capa para resguardarse del aire cortante. Iba camino a la carnicería de Philips Hargrove, donde le aguardaba otra ronda de preguntas.
Había demasiadas sombras en este pueblo.
La carnicería de Hargrove olía a sebo rancio y carne seca. Los ganchos colgaban del techo como espectros en la penumbra del local. Al fondo, entre tablas de cortar y cuchillos mellados, estaba el carnicero, un hombre robusto con el rostro endurecido por años de trabajo. Philips levantó la vista cuando Nathaniel cruzó la puerta.
—¿Otra vez? —resopló, limpiándose las manos en el delantal manchado de sangre seca.
—Me temo que sí.
Nathaniel no perdió tiempo. Se apoyó en el mostrador de madera y fijó la mirada en el carnicero.
—Ayer dijiste que estabas en Eldermere la noche de los asesinatos. Que fuiste a cerrar un trato con un ganadero.
Philips asintió con desgana.
—Sí, eso dije.
—Pero no regresaste con carne.
El carnicero titubeó.
—El negocio no prosperó.
Nathaniel no apartó los ojos de él.
—He decidido viajar a Eldermere para hablar con ese proveedor.
La piel curtida del carnicero perdió color.
—No es necesario —dijo con rapidez.
—¿Por qué no?
Philips apretó los labios. Un músculo en su mandíbula tembló cuando se cruzó de brazos, visiblemente incómodo.
—Porque mentí en lo de la carne.
Nathaniel arqueó una ceja.
—¿Mentiste?
—Sí. Pero no en que estaba en Eldermere.
—¿Entonces qué hacías allí?
El carnicero desvió la mirada.
—Eso qué más da. Estaba allí y punto.
—Parece que no quiere responder, señor Hargrove.
Philips bufó, apartando un cuchillo de su vista como si le molestara su propia inquietud.
—Maldita sea, Carter. ¿Es esto un interrogatorio o un juicio?
—Solo busco la verdad.
—Pues búsquela en otro lado.
Nathaniel cruzó los brazos, observando el nerviosismo del carnicero con atención. Algo escondía. Algo que no quería admitir.
—En vez de mirarme como si fuera un asesino —espetó Philips de pronto, con un destello de rabia en los ojos—, deberían investigar a los taberneros, Martha y Bernard Tanner.
Nathaniel frunció el ceño.
—¿Por qué dice eso?
Philips se inclinó sobre el mostrador y bajó la voz.
—El esclavo de los taberneros desapareció justo después del asesinato de Thomas.
Nathaniel sintió un escalofrío.
—Explíquese.
—Desapareció sin dejar rastro. Martha y Bernard siempre dijeron que seguramente se escapó. Que habría oído lo que le pasó a Thomas y se marchó por miedo… o porque él mismo lo mató.
—Pero después del asesinato de los gemelos, esa teoría no encaja —murmuró Nathaniel.
Philips asintió.
—Exacto. Y si no se escapó… tal vez lo hicieron desaparecer.
—¿Por qué harían algo así?
—Tal vez vio algo. Algo que no debía.
Nathaniel sintió un peso en el estómago. Si el esclavo había visto a Martha o a Bernard cometer el crimen de Thomas, su desaparición cobraba un nuevo significado. No había huido. Había sido silenciado.
El viento golpeó la ventana de la carnicería con un lamento sordo. Philips se frotó las manos, con el ceño fruncido.
—Yo no maté a nadie, Carter. Pero hay muchos secretos en este pueblo. Y más vale que los descubra antes de que haya más muertos.
Nathaniel sostuvo su mirada unos segundos y luego asintió.
—Eso planeo hacer.
Nathaniel observó a Philips con gesto pensativo. La información que acababa de recibir sobre el esclavo desaparecido era importante, pero había otro asunto que quería aclarar antes de marcharse.
—Por cierto, Philips —dijo con voz calmada—, he estado revisando los archivos del juicio de Abigail Harper.
El carnicero tensó la mandíbula.
—¿Y qué con eso?
—He leído su testimonio. Usted acusó a Abigail de haber maldecido a una de sus vacas.
Philips bufó con desdén, pero no dijo nada.
—Lo que me parece curioso —prosiguió Nathaniel— es que, en un principio, usted estaba convencido de que Ted Sullivan le había vendido una vaca enferma. Entonces, ¿por qué cambió de opinión y acusó a Abigail de haber lanzado un maleficio?
Philips se cruzó de brazos.
—Eso ya lo expliqué en el juicio.
—Sí, pero si al principio creía que Ted lo había estafado, ¿qué le hizo cambiar de parecer? —Nathaniel inclinó la cabeza, observando cada reacción del carnicero—. No sería acaso que intentaba incriminar a Abigail para apartar las sospechas de un crimen que usted mismo cometió? ¿Acaso mató a los gemelos para vengarse de Ted?
El rostro de Philips se congestionó de furia.
—¡Eso es ridículo!
Nathaniel no dijo nada, esperando que el carnicero continuara.
—Al principio pensé que Ted me había vendido un animal enfermo, sí. Pero luego… cuando pasó lo de la tormenta…
—¿La tormenta? —repitió Nathaniel.
Philips asintió.
—Sí. La misma semana que Abigail fue acusada, hubo un aguacero terrible. Justo después de eso, alguien me dijo que lo de mi vaca también podía haber sido obra de Abigail.
—¿Alguien? —Nathaniel entrecerró los ojos—. ¿Recuerda quién?
Philips frunció el ceño, pensativo.
—Martha. La tabernera.
El inquisidor mantuvo su expresión neutra, pero su mente trabajaba con rapidez.
—Así que Martha le insinuó que Abigail Harper podría haber causado la enfermedad de su vaca.
—Sí, y en aquel momento tenía sentido. Todos decían que Abigail había traído desgracias al pueblo.
—¿No le parece extraño? —preguntó Nathaniel—. Ahora que lo piensa… ¿no cree que Martha pudo haberle dicho eso con la intención de que usted acusara a Abigail y desviara la atención de ella y su marido?