La bruja de Ravenshollow

La llegada.

La mañana del entierro de Philips amaneció curiosamente soleada. Los rayos del sol derretían la nieve acumulada en los tejados, formando pequeños regueros que caían desde los aleros de las casas, como lágrimas de invierno. A pesar del buen clima, la tristeza y el desconcierto pesaban en el aire como una losa.

El cementerio estaba repleto. Todo Ravenshollow se había congregado alrededor de la fosa recién cavada, donde el ataúd de Philips aguardaba su descenso final. Nathaniel Carter, que había pasado la noche en el velatorio, observaba con atención a cada uno de los presentes. Un gesto esquivo, una conversación en susurros o una mirada furtiva podían ser la clave para entender lo que realmente había sucedido.

Susan Hargrove, la viuda, se mantenía rígida, con las manos entrelazadas sobre el regazo. Su rostro, pálido y ausente, reflejaba más miedo que tristeza. La locura transitoria con la que había descubierto el cuerpo de su marido se había disipado, dejando en su lugar un estado de letargo traumático. No había vuelto a pronunciar palabra desde entonces. Nathaniel esperaba que, con el tiempo, pudiera recomponerse lo suficiente como para responder sus preguntas.

El resto de los asistentes vestía de manera acorde a la ocasión. Eleanor Wright llevaba un vestido negro sencillo, de lana gruesa, con una cofia que ocultaba su cabello castaño. Amara, más recatada de lo habitual, vestía un manto oscuro sobre un vestido azul marino, aunque la sutil calidad de la tela delataba su gusto por el refinamiento. Anne, la hermana de Thomas, sostenía entre sus dedos un rosario de cuentas de madera, murmurando oraciones en voz baja. Samuel, en cambio, se mantenía con los brazos cruzados, con su habitual aire de seguridad, vestido con un abrigo negro que contrastaba con su melena rubia cuidadosamente atada en la nuca. Bernard y Martha, los taberneros, estaban juntos, él con una casaca marrón raída por los años y ella envuelta en un chal oscuro, con la expresión endurecida por la sospecha y la pérdida.

El ambiente tenía un aire solemne. El reverendo Silas Blackwood, erguido sobre el estrado improvisado, alzó las manos para iniciar su sermón. Pero antes de que pudiera pronunciar una sola palabra, el sonido de cascos y ruedas irrumpió en el cementerio.

Un elegante carruaje negro, tirado por cuatro caballos oscuros y bien alimentados, avanzó hasta detenerse justo frente a la multitud. Era un vehículo imponente, de madera pulida y refuerzos de hierro, con el escudo episcopal grabado en sus puertas. Las ruedas, cubiertas de barro endurecido, evidenciaban un largo viaje.

Las puertas del carruaje se abrieron y de él descendió el obispo Matthias Carter. Su figura era alta y enjuta, con la dignidad de quien está acostumbrado a ser obedecido. Llevaba una sotana negra de fino paño, adornada con una faja púrpura, y sobre los hombros, una capa pesada con ribetes dorados. Su anillo pastoral brillaba al reflejo del sol, y en su mano derecha sostenía un báculo de madera de nogal, símbolo de su autoridad eclesiástica.

Los murmullos comenzaron a extenderse entre la multitud. Un obispo en Ravenshollow era un acontecimiento inusual. Algunos hombres se quitaron los sombreros en señal de respeto, mientras las mujeres inclinaban la cabeza con reverencia. Nathaniel apretó la mandíbula al ver a su tío. Sabía que su presencia no auguraba nada bueno.

Sin embargo, la verdadera conmoción llegó cuando una joven descendió tras él.

Era una mujer de belleza deslumbrante. Su cabello rubio caía en suaves ondas hasta la mitad de su espalda, recogido parcialmente con un alfiler de oro. Sus ojos verdes, afilados como esmeraldas, escudriñaban el lugar con una mezcla de curiosidad y altivez. Vestía un vestido de terciopelo burdeos, con bordados intrincados en los puños y el escote, y una capa de armiño que denotaba su alto estatus. Cada detalle de su atuendo parecía diseñado para llamar la atención.

El silencio se hizo más profundo. Las miradas de hombres y mujeres por igual se posaron sobre ella, unos con admiración, otros con recelo. En un pueblo donde la modestia y la discreción eran virtudes sagradas, la extravagancia de la joven era casi un desafío.

Nathaniel sintió un escalofrío. Si el obispo Matthias Carter había traído consigo a esa mujer, significaba que los tiempos en Ravenshollow estaban a punto de volverse aún más turbulentos.

El obispo Matthias Carter avanzó con paso firme, abriéndose camino entre la multitud con la seguridad de un hombre acostumbrado a inspirar respeto. Su sola presencia imponía silencio. Al llegar frente al féretro, alzó la mirada y recorrió con los ojos el rostro de los presentes, deteniéndose un instante en Silas Blackwood.

—Reverendo Blackwood —dijo con voz pausada, cada palabra calculada para transmitir autoridad—, continúe con la ceremonia.

Silas asintió, aunque su expresión permaneció tensa. A pesar de su papel como líder espiritual de Ravenshollow, la llegada del obispo lo colocaba en un segundo plano.

Mientras Silas retomaba la palabra, Nathaniel sintió cómo las miradas furtivas de la gente se dirigían hacia él. No sólo por la inesperada llegada de su tío, sino también por la joven que lo acompañaba.

Clementine Fairburn.

El nombre le resultaba familiar, pero sólo en cartas. Su prometida. La mujer con la que, según los deseos de su familia y de la Iglesia, debía casarse.

Venía de una ciudad más grande, más rica, más civilizada. Un mundo distinto al de Ravenshollow, donde la pobreza y la superstición se entrelazaban con la vida diaria. En comparación, Clementine parecía sacada de una pintura: perfecta, pulida, un reflejo de la alta sociedad a la que pertenecía.

Nathaniel sintió una punzada en el estómago. Había asumido que este día llegaría, pero verlo materializarse frente a él lo inquietaba más de lo que esperaba.

Su mirada se deslizó instintivamente hacia Eleanor.



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En el texto hay: misterio, brujeria, crimen bosque

Editado: 11.02.2025

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