La bruja de Ravenshollow

El compromiso

El murmullo dentro de la iglesia de Ravenshollow se fue apagando conforme el obispo Matthias Carter tomó su lugar en el púlpito. La luz de la mañana se filtraba por los vitrales, proyectando reflejos multicolores sobre los bancos de madera desgastados. Era un día trascendental para la comunidad, un evento que muchos esperaban con expectación y otros con recelo.

En la primera fila, sentados con la solemnidad que exigía la ocasión, estaban Nathaniel Carter y Clementine Fairburn. El joven investigador, con su porte imponente y su expresión hermética, se mantenía erguido, con las manos apoyadas en sus muslos y la mirada fija en el frente. A su lado, Clementine irradiaba felicidad. Su vestido de satén color marfil, bordado con hilos de oro, caía en suaves pliegues hasta el suelo. El corpiño resaltaba su figura esbelta y delicada, mientras que su cabello rubio, recogido en un elegante moño con bucles sueltos, estaba adornado con alfileres de perlas. Cada detalle de su atuendo hablaba de su linaje y de la fortuna de su familia.

Beatrice Langley, su dama de compañía, la observaba con orgullo desbordante. Su rostro, marcado por los años, mostraba una sonrisa satisfecha. No era su hija, pero la había criado como tal, y verla ahora, a punto de formalizar su compromiso con un hombre de tan alto estatus, la llenaba de una felicidad casi personal. En Clementine veía reflejados todos los sueños que ella misma no había podido cumplir.

—Hermanos y hermanas en la fe —la voz grave del obispo Matthias Carter resonó en las bóvedas de piedra—, hoy nos reunimos no solo para buscar la bendición de Dios en estos tiempos oscuros, sino también para celebrar la unión de dos almas que han sido guiadas por Su voluntad.

El pueblo escuchaba en silencio. Todos los ojos estaban puestos en la pareja sentada en la primera fila.

—Es con gran gozo que anuncio el compromiso entre mi sobrino, Nathaniel Carter, y la virtuosa señorita Clementine Fairburn.

Un murmullo recorrió la congregación, aunque la mayoría ya sabía lo que iba a ocurrir.

Desde su lugar en el fondo, George Wright tamborileó los dedos contra su pierna. Su camisa de lino, arremangada hasta los codos, dejaba ver los músculos curtidos por el trabajo en la granja y en la taberna. Su cabello oscuro y revuelto caía sobre su frente, y una ligera sombra de barba cubría su mandíbula cuadrada. Había visto mujeres hermosas en su vida, pero ninguna como Clementine. Había algo en ella, en su porte, en la forma en que sonreía con dulzura y en la manera en que sus ojos verdes parecían capturar la luz de las velas.

Sabía que era un pensamiento absurdo. Ella era una dama, él un simple empleado de taberna. Pero no podía evitarlo.

A su lado, Cibyl Turner se removió inquieta. Se esforzaba por mantener la compostura, pero la forma en que George miraba a esa mujer le hacía hervir la sangre. ¿Desde cuándo tenía ese interés por mujeres como ella? Clementine Fairburn nunca se fijaría en él. No como lo hacía ella.

Mientras tanto, Nathaniel Carter sentía un extraño vacío en el pecho. Clementine era hermosa, refinada, un modelo de virtud. Cualquier hombre en su lugar se sentiría afortunado. Y sin embargo, por más que intentara concentrarse en el momento, no podía evitar que su mente se desviara hacia otra mujer.

Eleanor Wright estaba sentada en una de las últimas filas, con las manos entrelazadas en su regazo. No vestía nada que llamara la atención, solo un sencillo vestido azul de lana gruesa, modesto y sin adornos. Su cabello estaba trenzado con esmero, aunque un par de mechones rebeldes se escapaban, enmarcando su rostro. Apretó los labios con fuerza.

La visión de Nathaniel y Clementine juntos le dolía más de lo que había querido admitir. No era su lugar desearlo, no después de todo lo que había hecho. Quizá, pensó con amargura, era hora de aceptar la propuesta de Samuel Collins.

A lo lejos, Samuel la observaba con atención. Su expresión era inescrutable, pero sus pensamientos eran claros. Había visto a Eleanor mirar a Nathaniel, y había visto a Nathaniel mirarla a ella. Aquello no le gustaba en absoluto.

A su alrededor, sin que él lo notara, Amara y Greta no podían apartar los ojos de él. Samuel, con su cabello rubio peinado con descuido y su chaqueta de cuero oscuro sobre la camisa de lino, era el hombre más atractivo de la sala. Ambas mujeres lo sabían. Pero él estaba concentrado en otra presa.

—Mañana, en esta misma iglesia —continuó el obispo—, realizaremos la ceremonia de betrothal, donde estos jóvenes se harán una promesa pública ante Dios y la comunidad.

Los murmullos aumentaron.

Nathaniel sintió el peso del compromiso caer sobre sus hombros. Su tío había dejado claro que aquello no era una petición, sino una orden. Y él, criado para obedecer, solo podía asentir.

Clementine, por su parte, sintió una oleada de alegría. Al día siguiente, Nathaniel le prometería su fidelidad y ella haría lo mismo. Finalmente, todo lo que había soñado desde niña estaba tomando forma.

Pero mientras sonreía, alzó la vista y se encontró con una mirada que la inquietó.

George Wright la observaba desde su lugar, con una intensidad que la hizo contener el aliento. No era descarado, ni siquiera irrespetuoso. Pero había algo en su expresión, en su postura relajada pero firme, en la forma en que su labio se curvaba en una leve sonrisa pícara, que la desconcertó.

Por un instante, olvidó dónde estaba.

Beatrice, a su lado, notó el intercambio y se inclinó para susurrarle al oído.

—Ignora a esos hombres, querida. No son más que campesinos embelesados. Tú perteneces a un mundo distinto.

Clementine parpadeó y apartó la vista, sintiendo un leve rubor en sus mejillas.

En la última fila, Cibyl apretó los puños con furia.

El obispo Matthias Carter concluyó su discurso con una bendición y el sonido de la congregación poniéndose de pie llenó la iglesia.



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En el texto hay: misterio, brujeria, crimen bosque

Editado: 11.02.2025

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