La Bruja del Barrio- El Inmortal

Prólogo

—No quiero viajar en barco —grita la niña, con lágrimas en los ojos—. Nadie tiene que viajar en el barco —sigue su grito tomando la falda de su madre.

—Hija, es uno de los transporte más seguro del mundo —trata de razonar con ella su madre.

—No me importa —chilla la niña—. Lo vi, el barco va a hundirse —le hace saber.

—Eso no va a pasar —habla su madre—; es un barco bastante grande como para que pueda pasar eso —la madre acaricia los cabellos castaños de la niña con suavidad.

—Soñé con el barco hundiéndose —balbucea la niña en medio de lágrimas.

—Leo, querida —interviene al padre—, fue solo un sueño fundado por el miedo que le tienes a los barcos —considera.

—No le tengo miedo a los barcos —se queja la niña frunciendo el ceño al ver a su padre acuclillado a su lado.

—Quizás no eres consciente de eso —razona él. El padre siendo un importante filósofo de la Universidad de California, especialista en el sueño y el subconsciente, trata de buscar una lógica a los temores de su hija y así poder disuadirla a hacer a un lado esos miedos.

Gracias a su gran inteligencia, la Universidad de California reconoce su trabajo del subconsciente regalándole a él y a su familia un viaje en crucero por el pacífico por cinco días, algo que, apoyado por su mujer, no iba a desperdiciar.

—No quiero que vayamos a ese crucero — entona con terquedad la niña—. Algo malo va a pasar —insiste.

—Ok —ahora es la madre quien habla—, hagamos una cosa, tu padre y yo iremos a ese crucero y tú te quedas con la niñera, solo van a hacer unos días.

—No —chilla la niña.

—Pero, hija, necesitamos esa salida y tu estarás a salvo en casa. Nada de barcos para ti —expresa la mujer.

—Hablaremos contigo cada noche y cada mañana. Estarás bien —sentencia el padre.

—Está bien —acepta de mala gana la niña, sabiendo que no va a poder hacerlos cambiar de opinión con nada, ya que cuando a su padre se le mete algo en la cabeza no hay forma humana de quitárselo.

Cuando al fin pueden salir de la casa y dejar a Leo tranquila, dentro de lo racional, y con la niñera, se dirigen con un taxi hasta el puerto donde los espera el crucero. Ellos son recibidos con champaña y dirigidos al salón donde muchas personas de la alta sociedad están bebiendo y comiendo bajo charlas amenas. Un hombre de mediana edad con un traje lo bastante caro como para alimentar todo un estado con él, se acerca a ellos con una enorme y maquiavela sonrisa.

—Señor y señora Callahan —saluda el hombre al llegar a ellos.

—Señor Frazer —saluda el señor Callahan.

—Por favor díganme Michael —le pide, mostrando una sonrisa amable — ¿Cómo ha sido su viaje, Emily? ¿Puedo llamarla así? —pregunta con sutileza.

—No hay problema. Ha sido un viaje tranquilo, nada de altercados, gracias a Dios —eso hace reír a los hombres y su marido de alguna manera agradece que sea tan espontánea.

— ¿Me acompañas con una copa, Joe? —le pide al marido de Emily.

—Por supuesto —acepta él—. Querida —le habla a su mujer y luego de darle un suave beso en la frente se aleja de ella seguido por el señor Frazer.

—Dime, Joe, ¿cómo está yendo la investigación? —curiosea el señor Frazer.

—Bien. Bueno, eso espero. La mente es un órgano muy entreverado —responde con entusiasmo—. Los sueños son algo magnifico, todos creados por nuestra mente.

— ¿Y no crees que los sueños puedan llegar a decirnos que puede llegar a pasar? —indaga Michael.

— ¿Algo así como soñar con un número de lotería y hacernos ricos? —pregunta en broma Joe.

—Quizás —contesta—. Pero… ¿Y si los sueños pueden decirnos más de lo que pensamos? ¿No te gustaría saber qué es lo que pasaría mañana o dentro de unos años?

—No me gustaría saber, en absoluto. Me gusta la parte misteriosa del no saber, si alguien supiera lo que pasa mañana y quisiera cambiarlo, sería muy frustrante para esa persona, ya que no podría cambiar el destino, si eso es lo que quiere, ¿verdad?

— ¿Y si pudiera cambiarlo? —insiste Michael — ¿Qué si podemos saber lo que pasa mañana y queremos cambiarlo?

—Eso ya no sería destino. Yo pienso que cada uno de nosotros tenemos un destino designado y aquél que ose cambiarlo, solo lo estaría alterando, pero no cambiando. Si no, no se llamaría destino —expresa Joe.

—Puede que tengas razón, pero yo soy de los que piensan que nuestros destinos lo forjamos nosotros mismo y si sueñan que éste crucero va a hundirse —entona, abarcando con las manos el lugar para mostrar su punto—, haría lo que estuviese en mis manos para que eso no pasase —concluye.

—Es extraño —murmura Joe, frunciendo el ceño.

— ¿Qué quiera cambiar mi destino? —adivina erróneamente Michael.



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En el texto hay: amor, brujas, cain

Editado: 29.10.2018

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