Allariz, 1730
—¡Vamos maldito perro, levántate a menos que quieras una buena paliza!—gritó un individuo nada amigable mientras le pateaba la espalda.
Martín era uno de los tantos hombres que trabajaba para Rivadeneira, el mayor asaltante de caminos de toda Galicia. A él no le gustaba su manera de ganarse la vida, pero no le había quedado más remedio después de lo que había hecho. Nadie le daría trabajo si conociesen su pasado. Había sido huérfano desde muy pequeño y, desde entonces trabajó en la granja de unos parientes lejanos, hasta aquel día… Sí, huyó sin dejar rastro y no tardó mucho tiempo en conocer a Rivadeneira y sus secuaces.
Era un hombre alto, corpulento, con pelo rojizo y ojos verdes, siempre había escuchado que sus padres fueron irlandeses que viajaron hasta Galicia para tener una vida mejor, pero no lo sabía a ciencia cierta. Martín, era un hombre desconfiado, taciturno, de buen corazón en busca de un destino que estuviera bien lejos de lo que conocía.
Emprendió la marcha junto a los demás mientras intentaba pensar de qué forma podría cambiar de vida, Rivadeneira hablaba de su siguiente asalto, al parecer en el pueblo de Allariz se celebraba una feria de ganado, allí podrían llevárselo para venderlo en otros lugares y ganar dinero, mucho dinero.
—Ahora que ya sabéis cuál es el plan—comentó Rivadeneira—Iréis a dar una vuelta para saber qué posibilidades tenemos—todos asintieron y se dispersaron.
Martín recorrió toda la feria, memorizando cada cosa con la que se iba encontrando para después rendir cuentas a su jefe. Una vez hecho esto, decidió adentrarse entre la maleza y caminó durante unos minutos hasta encontrar un río bastante caudaloso.
—Martín—escuchó una voz que lo llamaba detrás de él, se giró y vio a una anciana con un zurrón.
—¿Quién es usted? ¿De dónde ha salido? ¿Cómo sabe mi nombre?—preguntó casi sin tomar aire realmente confundido.
—Todo a su tiempo Martín, no seas impaciente. Llevo mucho tiempo esperando a que aparecieras, tengo algo que decirte—la anciana sacó algo de su zurrón.
—Si es por la recompensa que ofrecen por mi cabeza—rápidamente sacó una daga de su bota y amenazó a la mujer—Siento decirle que no va a poder cobrarla, no me quedaré aquí—comenzó a caminar en dirección a la feria.
—No estoy aquí por eso, llevo más de cinco años esperando por ti—Martín se detuvo al escuchar la barbaridad que acababa de decirle aquella mujer.
—Pues creo entonces que llego bastante tarde. Mire no quiero hacerle daño, así que váyase por donde ha venido—le volvió a dar la espalda.
—Soy Sabela, una vieja meiga que conoce tu pasado a la perfección… Y sólo si confías en mí puedo ayudarte a encontrar tu destino.
—¿Mi destino?—Martín se rio en la cara de la pobre anciana—El destino no se predice, no es cosa de brujas, el destino se lo labra uno mismo señora.
—Nada pierdes con escucharme Martín, quiero ayudarte, esta no es tu vida, no es aquí, no en esta época—abrió el papelito que hacía rato la mujer había sacado—Este es tu destino, donde encuentres esto, hallarás tu verdadero lugar.
—Esto es una brújula y unos números sin sentido—miró con atención el dibujo del papel y siguió pensando que aquella vieja estaba chiflada mientras ésta se lo entregaba—¡Oh sí, ya veo! Esto cambiará mi destino, me ayudará a no perderme, no sé como agradecérselo—dijo mofándose de la mujer—No me interesa, gracias.
—El destino está escrito, lo encontrarás, pero sólo será por un tiempo limitado, después volverás aquí y hablaremos—Martín la miraba perplejo sin saber qué cara poner mientras le daba la espalda con la vista clavada en el río—Sólo tienes una oportunidad Martín, aprovéchala.
El cielo se nubló, comenzó a envolverlo un aire extraño y sintió un empujón que lo dejó tirado en el suelo.
—¡Maldita vieja ¿Cómo te atreves a empujarme?!—se levantó con la daga de nuevo en la mano y se dio la vuelta.