La brújula del tiempo (2019)

PARTE 3

MARTÍN

Allariz, 1730

—¿Se puede saber dónde demonios te habías metido?—le gritó Rivadeneira—Hemos tenido que hacerlo todo solos. ¿Crees que puedes escaquearte los días que te venga en gana? No recibirás nada—le escupió en la cara—Vete buscando donde ganarte el pan porque aquí ya no eres bienvenido. Y da gracias a que no te denunciamos a las autoridades.

—Por mí, te puedes ir al mismísimo infierno, tú y toda esta chusma. Yo no soy como vosotros, no os necesito—Martín los miró con asco y se marchó por el camino donde se suponía que estaría la casa de Iria en el futuro.

Caminó durante mucho tiempo y llegó al claro donde ella estaba en ese momento a casi trescientos años de distancia.

 

IRIA

Allariz, 2019

Despertó casi al filo del amanecer con una sonrisa, no sabía lo que aquel rudo medieval le daba, pero le hacía muy bien. Nunca le había importado a nadie, pero a él sí, y ella lo sabía. Aún podía sentir su fragancia en el ambiente y la calidez de sus labios en su frente. Pensó que dormiría a su lado, pero se llevó una desagradable sorpresa, la cama estaba vacía. Se levantó para ir hasta la otra habitación y estaba vacía, al igual que el resto de la casa. Salió al exterior para ver si estaba por ahí, pero no era así. Bajó la cabeza hasta el columpio y encontró unos papeles y la daga de Martín.

—Por favor que no sea, lo que estoy pensando… Por favor, por favor—susurró al viento con lágrimas en los ojos.

En efecto, aquello era una carta escrita del puño y letra de Martín, junto a la brújula y la daga.

«Iria, una vez te prometí que no te haría daño y te he fallado, siento tanto que esto haya tenido que ser así… Tengo que confesarte algo, pero no me atreví hacerlo frente a ti, ni siquiera cuando te contemplo mientras descansas. Me enamoré de ti desde el momento en el que me llamaste imbécil medieval, lo confieso. Quizá suena un poco masoquista pero me encanta cuando te enfadas y cuando me llevas la contraria, pero también me fascinas cuando eres dulce, paciente y protectora.

No sé cómo, ni cuándo, ni dónde, pero tengo el presentimiento que volveré a ti de alguna u otra manera. Cuando sea de noche siéntate en este mismo columpio y observa las estrellas y la luna que tanto te gusta, yo haré lo mismo y pensaré en ti, así estaremos unidos, aún estando tan lejos y a la vez tan cerca. Iria te quiero más de lo que yo mismo me imaginaba, siempre estarás conmigo aunque no te pueda ver, no lo olvides…y no te rayes como tú dices. Volveremos a unir nuestros destinos…Martín»

—¡Debiste haberme despertado! ¡Debiste despedirte de mí, imbécil!—guardó la carta junto a la daga en el cajón de la mesilla de su habitación. Una vez más, le había salido caro enamorarse.

 

MARTÍN

Allariz, 1730

Llevaba días en el pueblo, comiendo lo que podía y descansando lo justo. Extrañaba muchísimo a Iria, ahora 1730 le parecía una época demasiado aburrida y estirada para él. Daría lo que fuera por volver a 2019, por estar con Iria, por verla trabajar, dibujar o dormir. ¿Le echaría ella también en falta? Quizá lo había olvidado… Observó el tatuaje que cicatrizaba lentamente dado que no se lo había cuidado muy bien, y sonrió.

Cada noche volvía al claro a observar el cielo tal y como le había dicho a ella en la carta. Seguramente no le sentaría muy bien que no se hubiera despedido de ella, la chica era muy cabezota. Martín al igual que días anteriores en casa de Iria, se durmió mirando al cielo y volvió a soñar con Sabela.

—El castigo ha terminado, espero que hayas aprendido la lección, jamás subestimes el poder de las meigas, Ahora ha llegado el momento, debes reunirte con tu destino.

Y sin más Martín despertó en mitad del llano. Todo había sido un sueño…

 

IRIA

Allariz, 2019

Como cada noche, Iria salió a observar el firmamento, era algo hermoso, pero sentía tanta tristeza en su interior que no podía disfrutarlo.

A lo lejos escuchó un ruido y con la daga de Martín en mano, se acercó a ver qué pasaba, quizá sería algún pobre animalito perdido. No quería ni pensar que fuera alguien con malas intenciones.

Caminaba con sigilo, pero aquella noche no había luna y estaba demasiado oscuro, miraba para todas partes, pero hubo un momento en el que perdió el equilibrio y cayó al suelo.

—¡Mierda!—masculló ella entre dientes.

—¿Iria?—esa voz era la de él ¿O no? Quizá ya se estaba volviendo tarumba

—¿Sí?—respondió tímidamente. Recordó que tenía el móvil en el bolsillo de la chaqueta y encendió la linterna enfocando al bulto—¿Martín? Creo que he perdido la cabeza.

—Baja esa luz mujer, vas a dejarme ciego—se incorporó y la ayudó a levantarse, le quitó el móvil para verla mejor—Estas tal y cómo te recordaba.

—Eres un imbécil—le abofeteó—¡Tienes idea de lo mal que lo pasé cuando vi que no estabas! No vuelvas hacer eso en tu puñetera vida.

—Sí, yo también me alegro mucho de volver a verte amor mío—no pudo evitar abrazarla aunque ella se resistió—Dime que esto no es otro jodido sueño…




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