La caída de Falagor

Falagor

El antiguo continente de Falagor, que ha permanecido imponente a lo largo de milenios, se alza como un testigo silencioso de la vasta historia humana, siendo la cuna de innumerables acontecimientos que han marcado el curso del tiempo. Sus extensas tierras, que se extienden desde las majestuosas montañas del norte hasta las amplias llanuras del sur, han visto nacer y florecer a cientos de naciones, cada una aportando su singularidad al inmenso mosaico de culturas que comparten. A lo largo de los siglos, Falagor ha sido el escenario de civilizaciones gloriosas que dejaron un legado perdurable, así como de caídas trágicas, donde muchas culturas encontraron su ocaso ante el implacable paso del tiempo y las inclemencias de la guerra. Este continente, que mostraba el aspecto de un bastión inquebrantable, donde la ambición, el deseo de poder y los anhelos de libertad habían tejido un entorno muy cambiante, lleno de alianzas y traiciones, edificaciones majestuosas y ruinas desoladas, había perdurado durante milenios habiéndose moldeado a la mera imagen de todos seres vivos que vivían en ella.

Es así como, desde sus muy profundas y entrañables raíces, se alzaba Blandorhall, la coalición más grande de hombres que abarcaba todo Falagor, donde los consolidados reinos que la componían resplandecían en riqueza y abundancia. Este poderoso imperio estaba gobernado por la raza de los hombres, unidos bajo un único juramento: acudir al llamado de defender a su patria siempre que fuera necesario.

Sin embargo, este pacto no siempre había existido desde el comienzo de los tiempos.

Antes de su anhelada reunificación, como solía ser en tiempos pasados, Blandorhall estaba bajo el dominio de diversas casas y familias, donde estas rivalidades alimentaban un profundo odio y desprecio entre ellas, mientras luchaban por controlar todo a su antojo. Durante muchos años, tras la muerte del Emperador Enial, El Soberano de los Altos Hombres, la obstinación de las familias nobles dificultó la formación de alianzas entre ellas. Cegadas por su codicia y su ansia de superioridad, se vieron arrastradas a uno de los episodios más emblemáticos de la historia: la Guerra de los Cinco Reyes, que se prolongó por más de quince años.

Al estallar la guerra, los reinos libres de Ender, Fiore, Dansor, Cardania, Alleros y Timtore se enzarzaron en una lucha por el poder y la supremacía de sus casas sobre las demás. No hubo un claro vencedor en este conflicto, ya que pronto se vieron interrumpidos por una amenaza aún más formidable que surgía de las heladas tierras del norte: unas criaturas corpulentas y agresivas lanzaron una despiadada campaña de conquista, con la mirada puesta en las tierras del sur. La respuesta de los hombres ante tal peligro fue tan lamentable y tardía, que cuando finalmente comprendieron la gravedad de la invasión, ya era demasiado tarde. Los invasores habían saqueado villas enteras, reduciéndolas a cenizas y haciendo prisioneros a numerosos aldeanos.

En medio del caos de la batalla, cuando todo parecía perdido y las sombras de la destrucción se cernían sobre cada rincón de Falagor, los elfos del Oriente decidieron ofrecer sus extraordinarias habilidades mágicas y su infinita sabiduría a los humanos. Era como si la historia les susurrara al oído, recordándoles que, a pesar de sus diferencias, siempre había existido un hilo de respeto y admiración entre sus razas por los innumerables episodios que habían compartido cientos de años antes.

La situación era apremiante: no solo se habían perdido vidas valiosas, sino también tesoros incalculables que habían pertenecido a generaciones enteras. Sin embargo, esos elfos, con su gracia y firmeza, llegaron justo a tiempo para transformar lo que parecía una derrota inevitable en una renovada esperanza para los reinos humanos. De no haber sido por su intervención, quizás la historia habría tomado un camino muy distinto.

Al concluir la guerra, los reinos afectados acordaron establecer una alianza de cooperación mutua. Las hostilidades cesaron y, todos unidos, se dedicaron a la ardua tarea de reconstruir sus ciudades y restaurar una sociedad que había prosperado durante tantos años. Cincuenta años después, las casas decidieron poner fin al armisticio y unirse en un solo imperio, al que llamaron Blandorhall, con la esperanza de recuperar su antiguo esplendor. Sin embargo, la realidad fue otra: se quedaron cortos y se convirtieron en un mero reflejo de su grandeza pasada. En lugar de buscar la conquista, eligieron una paz tranquila y silenciosa, limitándose a sobrevivir en su nuevo mundo.

***

En este imperio unificado, había algo realmente fascinante: las cinco ciudades, cada una con su propio estilo y personalidad, gozaban de su autonomía y podían actuar a su antojo en sus territorios. Sin embargo, todas debían rendir completa lealtad a la corona. De esta manera, a pesar de sus constantes disputas y diferencias, reconocían la figura de una autoridad que siempre estaba al mando, no podían olvidar que la lealtad y la obediencia eran condiciones esenciales para continuar disfrutando de su libertad y prosperidad.

Alleros se alzaba como una impresionante comunidad feudal, cuyas vastas tierras se extendían hasta perderse en el horizonte. Bajo el control de una poderosa y adinerada familia aristocrática, que gobernaba con mano firme desde la majestuosa fortaleza conocida como Hierrofundido, esta región se convertía en el corazón alimentario de todo el imperio. La fertilidad de sus campos, donde se cultivaban diversos productos agrícolas, no solo abastecía a su población local, sino que también garantizaba el suministro de la mayoría de los víveres que se distribuyeron por todo el continente. De este modo, Alleros no solo era un bastión de poder y riqueza, sino que también jugaba un papel fundamental en la estabilidad y prosperidad de las tierras circundantes.

Durante el transcurso de la última guerra, el reino de Alleros enfrentó una crisis sin precedentes, provocada por la invasión proveniente del helado continente del Norte. Esta formidable amenaza superó las capacidades defensivas de un pequeño pueblo de granjeros, quienes, ante la gravedad de la situación, se vieron obligados a solicitar ayuda. Afortunadamente, en un gesto de camaradería y solidaridad, los vecinos del sur no dudaron en acudir al llamado de auxilio, apresurándose a ofrecer su apoyo antes de que la situación se volviera irreversible. Gracias a la colaboración entre estas comunidades, lograron defender sus tierras y hacer huir a los invasores. Sin embargo, el conflicto dejó cicatrices profundas en la memoria colectiva de los Allerianos, convirtiéndose en una experiencia trágica que preferían no revivir.




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