La caída de Falagor

CAPITULO IV: Las sombras

El paisaje estaba cubierto de una espesa capa de nieve que transformaba todo en un escenario inmaculado; los árboles, las rocas y las praderas lucían un manto blanco. En el extremo norte, divisó un lago helado, y su atención fue atraída por una mujer que, envuelta en gruesas pieles para resguardarse del intenso frío, golpeaba la dura superficie del hielo con una pequeña hacha. Decidió acercarse a ella, y en pocos minutos se encontró cara a cara con la mujer, quien ya había logrado abrir un agujero en el hielo y que, con una vieja cubeta de madera, extraía el agua que se hallaba bajo la superficie congelada.

-Disculpe, ¿podría decirme dónde nos encontramos? -preguntó a la mujer. Ésta, interrumpió su labor por un instante. Después, luego de mirar severamente al forastero, decidió no responder. En cambio, desvió la mirada nuevamente y retomó su actividad con total concentración.

Ambos permanecieron en silencio durante un largo rato, hasta que finalmente la mujer tomó el cubo y se preparó para marcharse. Sin embargo, antes de irse, sacó un cuenco de un bolso de pieles que llevaba oculto entre sus ropas y lo llenó con un poco de agua, ofreciéndoselo. En ese momento, lo que menos le preocupaba era un cuenco con agua; su mente estaba centrada en comprender dónde se hallaba y la razón de su presencia allí. Sin embargo, aceptó el cuenco y, al observar el agua que contenía, una extraña sensación lo instaba a beberla. A pesar de que su lógica intentaba convencerlo de que era un acto absurdo e insignificante, no dudó ni un instante más y se la bebió de un solo trago.

Todo a su alrededor se volvió oscuro de inmediato, salvo por un pequeño destello a lo lejos: un tenue haz de luz blanca que apenas era perceptible. Poco a poco, ese haz comenzó a agrandarse, hasta que se convirtió en una explosión de luz que cegó sus ojos momentáneamente. Cuando finalmente recuperó la visión, se dio cuenta de que ya no se encontraba en aquel desolado páramo de nieve junto al lago congelado, ni tampoco en una oscuridad total. En su lugar, parecía estar dentro de una imponente cabaña de madera, donde antorchas ardían en algunas columnas, brindando luz y calor al interior.

Podía oír voces cercanas y, sintiéndose intrigado, intentó acercarse a ellas sin hacer ruido. No tenía claro qué o quiénes habitaban ese lugar, y la ansiedad lo invadió al escuchar una voz gruesa y rasposa que sonaba muy intimidante. También percibía otros gritos y gruñidos que resonaban como los de cerdos, lo que le hizo dudar: ¿acaso no eran humanos? Esa idea, aunque descabellada, cruzó su mente y lo llenó de inquietud. Sin embargo, algo le decía que debía escuchar con atención; solo así podría comprender y convencerse de la verdad que buscaba.

-Estas tierras nos pertenecen. No tienes poder aquí. Aunque me mates, mi gente nunca te seguirá -dijo una voz en un tono exasperado y, a la vez, endeble, mientras amenazaba a otro. De repente, un golpe sordo resonó, como si algo estuviera desgarrando carne. A continuación, se escuchó el sonido de algo cayendo bruscamente al suelo. Necesitaba averiguar qué estaba ocurriendo, así que comenzó a buscar un lugar desde donde pudiera ver y escuchar con claridad. Sus ojos se fijaron en un enorme baúl de madera que estaba pegado a una de las paredes; los tablones no estaban del todo bien ensamblados, lo que le ofrecía la oportunidad de espiar. Sin pensarlo dos veces, se deslizó con agilidad hacia ese rincón, pero justo cuando estaba a punto de ocultarse, una figura entró en la sala a través de una vieja puerta en el extremo opuesto. No logró ver quién era, solo pudo distinguir sus pies: una sombra negra cubierta con placas de metal, como una armadura, que emitía un sonido característico con cada paso que daba. Lo más curioso fue que aquella figura no lo había notado. El infiltrado, convencido de que lo habían descubierto, se dio un profundo respiro al darse cuenta de que no era así. Se recompuso al instante y acercó su ojo al agujero en la pared para observar lo que sucedía al otro lado.

Lo primero que notó fue una sala inmensa, cuyas vigas y columnas de madera gigantescas sostenían un techo alto. En su interior, varios individuos se encontraban presentes, y lo curioso era que todos estaban envueltos en una sombra tan densa que impedía ver sus pieles y rostros, exceptuando las armaduras de hierro que se ceñían a sus cuerpos; ese era el único rasgo visible de aquellos misteriosos personajes.

Frente a ellos se hallaba uno sentado en lo que podía considerarse un trono, un asiento digno de un rey o un líder. Este ser, a diferencia de los demás, era de una envergadura imponente. A sus pies reposaba un hacha de considerable tamaño, estaba manchada de sangre y descansaba apoyada sobre el suelo de roble oscuro. Ante esta visión, la mente del recién llegado no pudo evitar pensar en lo que había sucedido. Al fijar la vista más abajo, se encontró con el cadáver de un hombre que claramente había sido la reciente víctima de aquella arma letal.

Instintivamente, uno de los individuos de esa sala se acercó al cadáver, lo tomó por los pies y comenzó a arrastrarlo fuera de la sala, dejando un rastro rojo a su paso. A pesar de que las siluetas oscuras de los presentes ya representaban un gran enigma, su situación se complicaba aún más, pues no lograba entender lo que decían. Desde que comenzó a observarlos, no habían dejado de hablar, especialmente el gigante en el trono. Sin embargo, no pudo captar ni una sola palabra, lo que lo llevó a deducir que tal vez se trataba de alguna poderosa magia que ocultaba la verdadera identidad de aquellos individuos.

Las grandes puertas del recinto se abrieron de par en par, permitiendo la entrada de tres individuos más. Dos de ellos, irónicamente, también eran sombras como los anteriores; sin embargo, el tercer individuo era reconocible. No había manera de confundirlo, era el prisionero que estaban interrogando ahora mismo en las mazmorras. Comenzaba a comprender lo que estaba sucediendo: el asesino estaba ahí presente. Era precisamente lo que había estado esperando ver desde el principio, y ahora finalmente lo tenía frente a sus ojos. Pero algo no estaba bien. Las dos sombras a sus lados lo sujetaban firmemente de los brazos, obligándolo a apresurarse. Avanzaron unos metros y lo arrojaron justo frente al gigante, quien no podía ser otro que el líder. Esto suscitó aún más preguntas en su mente: ¿qué había ocurrido?, ¿quiénes eran esos individuos anónimos protegidos por aquella magia? ¿Y en qué lugar se encontraban realmente?




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