La Calle De Los Olvidados

Capítulos 1 y 2

1

A Mario no le gusta mucho el Halloween. ¿Por qué? No porque le dé mucho miedo, o porque las calles sean aterradoras en la comunidad de Huitzililla, sino todo lo contrario. No es fácil asustarle, él no cree mucho en las cosas sobrenaturales ni le convencen las fiestas dedicadas a los muertos en ésta época. No le gusta pedir dulces, mucho menos poner ofrendas en su casa. No así es el caso de su compañero Ángel, con quien compartió la experiencia más extraña de su vida el Halloween pasado.

–¿De qué te vas a disfrazar este año?– le preguntó emocionado a su amigo mientras ambos caminaban afuera de la escuela después de clases.

–No sé si ir este año– respondió Mario con desgana –Ya estamos algo grandes para salir a pedir calavera.

La edad no era algo que le preocupara al muchacho, simplemente para él ya no representaban la misma emoción las frutas, el pan de muerto y las golosinas.

–¿Y tú de qué irás?– se decidió a preguntar finalmente.

–Aún no me decido– dijo él, –No logro decidirme entre buscar un disfraz del hombre araña o uno de zombi.

–¿Por qué no un zombi del hombre araña?– sugirió él.

–Excelente idea– dijo con agrado.

–¿A dónde irás a buscarlo?

–Abrieron una tienda en Jaloxtoc desde el año pasado– le contó él –Es un poco cara pero dicen que las cosas ahí valen la pena. Hay disfraces de todo tipo y de verdad dan miedo.

A Mario le pareció familiar la referencia. No era el mismo lugar donde el año pasado se decía que las máscaras cobraban vida en la noche ¿O sí? Realmente daba igual, porque no creía en esas cosas.

–¿Me acompañas?– le invitó Ángel.

–De acuerdo– respondió sin pensarlo.

Ambos caminaron un par de calles para tomar el transporte público. Lo que no sabían era que alguien los observaba mientras lo abordaban.

Cuando bajaron, caminaron un poco más, adentrándose en el misterioso pueblo. Había poca gente en las calles y las carreteras se cerraban más y más conforme se acercaban a la ubicación de la tienda. Mario pensó que era ridículo que una tienda se colocara en un lugar así, porque ¿Quién vendría a buscar un disfraz a un lugar tan escondido?

La respuesta era obvia: Ángel, el chico extraño de las historietas de la clase. Él, solamente, y su amigo Mario, que por alguna razón terminaba siempre con él.

Cuando la tuvieron enfrente, apenas la reconocieron. No había rótulos, ni ventanas, ni aparadores.

–¿Seguro que aquí es?– preguntó Mario.

–Sí. Mi primo compró aquí sus adornos. Sé que no es un lugar muy festivo, pero venden cosas geniales.

La puerta se abrió y fueron recibidos por un hombre de avanzada edad que los veía a través de sus gafas cuadradas que parecían tan gruesas como un cenicero.

–¿Puedo ayudarles?– dijo con una voz cansada y seca, como si no hubiera tomado agua en un mes.

–Buscamos un disfraz de súper héroe– le dijo Ángel antes de que Mario pudiera siquiera saludar.

–Por supuesto, adelante– les invitó el señor.

Una vez que entraron, se dieron cuenta de la razón por la que les habían recomendado aquel lugar: del suelo al techo, había no solo adornos de todo tipo para celebrar el día de muertos, sino la exhibición de máscaras más horrendas que habían visto en su vida.

–No dijiste que te interesaba un disfraz de hombre araña zombi– le preguntó Mario después de que el señor se fue a desempaquetar más mercancía de unas cajas de cartón.

–Sí, pero a decir verdad no creo que lo tengan– le dijo –Lo mejor es comprar un disfraz normal y hacerle algunos cambios.

Mario asintió y dejó solo a su amigo. Tenía más interés en ver las máscaras de monstruos que en los trajes de personajes de la televisión. Se acercó despacio a la pared sobre la que descansaban las máscaras de monstruos. Parecían tan reales. Era como ver un muro lleno de cabezas en un concierto o en las gradas de una cancha, sólo que realmente grotescas. Había una de una cabeza con los ojos colgando de las cuencas, junto a una de un hombre con pequeñas cabezas creciéndole en la cara; al lado un payaso con una sonrisa llena de colmillos. Arriba la máscara del fantasma de un anciano con sombrero y un puro en la boca bajo su mirada ojerosa, justo debajo de un hombre lobo furioso que se veía tan real que de hecho parecía estar babeando. Después la cara de una niña despedazada con una calavera saliéndole de su boca ensangrentada y una en especial que llamó su atención: una especie de máscara de troll con barba negra, ojos enormes y deformes y dientes tan grandes como los puños de Mario. Algunas tenían ojos vidriosos tan realistas que él se preguntaba por dónde se suponía que uno tenía que mirar al ponérselas. Las de arriba, casi al techo, eran más grandes, elaboradas y escalofriantes: un dragón rojo, un gnomo de piel verde y una enorme nariz; y un zombi con la cara derretida. Algunas eran tan grandes como el cuerpo de Mario. Él se preguntaba cómo se suponía que se llevaran puestas.

Pronto frunció su nariz. El olor era muy especial. El aroma del látex se opacó por una mezcla de desagradables esencias, animales muertos, carne podrida, y un extraño aroma a humo de cigarro. En medio de la oscuridad le pareció ver una bocanada de humo salir de la máscara de anciano, pero finalmente decidió que sólo era su imaginación.



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En el texto hay: fantasmas, halloween, naguales

Editado: 20.04.2020

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