La Calle De Los Olvidados

Capítulos 3 y 4

3

Las luces se encendieron y el hombre usó el cuchillo para desamarrar a Juanita, mientras ambos se reían a carcajadas de la cara de los niños.

–Se lo tragaron completito– le dijo el hombre que no podía ser otro que su papá.

–Son los niños más tontos del mundo– le dijo la chica.

Mario ayudó a Ángel a levantarse, lanzándole una mirada que significaba “te lo dije”.

–Más vale que cuiden bien a mi niña– les dijo mientras la niña se iba a poner su disfraz –O de verdad iré por ustedes.

Los niños asintieron con nervios. Juanita llegó con un vestido negro y largo y los párpados maquillados de negro.

Esa noche salieron y se divirtieron. Primero pasaron por el mercado, después pidieron golosinas en algunos puestos y entradas casi las diez de la noche, se sentaron en una esquina a revisar lo que les habían dado.

–Pues no ha sido mucho– dijo Juanita, viendo en su bolsa un par de panes, algo de dinero y muchas mandarinas –Pero me la he pasado bien con ustedes dos. Tal vez hasta deje de pegarles un tiempo.

Ángel rió pero no así Mario. Él seguía pensando en lo que había visto. ¿Se lo habría imaginado o de verdad había visto la máscara de la tienda de disfraces entre las plantas?

De repente un golpe en la espalda lo asustó. La chica le había pegado por distraerse.

–¿No me oíste, grosero?– le dijo –Les pregunté a dónde quieren ir ahora.

–Yo digo que al zócalo– sugirió Ángel –Ahorita hay muchas señoras allá, y seguramente nos darán algo.

–Yo tengo una idea mejor– dijo, alzando la voz exageradamente –Vamos al panteón. Allá se han puesto muchas ofrendas. Tal vez hasta nos regalen arroz con leche.

Mario y Ángel asintieron y fueron caminando al panteón de Huitzililla, donde el aroma del incienso, las flores y la luz de las velas eran más notorias que en ningún otro lugar. Juanita debía tener la razón, pensó el chico. Definitivamente ahí había mucha gente a quién pedir. Seguramente no saldrían de ahí con más que algunas mandarinas extras y un poco de caña, pero era mejor que lo que en esos momentos había en su bolsa: dos naranjas, un pan, tres pesos y bastantes piedras de copal.

El olor y la luz se hicieron más fuertes y placenteros mientras se acercaban a la entrada. Más voces les hicieron pensar que el panteón estaba lleno hasta reventar. ¿Podrían entrar ahí? Seguramente habría más niños pidiendo dulces. No se podrían mover por el lugar.

Pero su sorpresa fue grande al entrar y descubrir que el panteón estaba vacío.

–¡Es imposible!– exclamó Juanita –Yo escuché que había mucha gente tras la pared.

–Quizás están más adentro– dijo Mario –vamos.

Se adentraron tan sólo unos metros, pues les costaba trabajo moverse en la oscuridad. ¿Oscuridad? Pero no era posible. Afuera del panteón habían visto el resplandor de la iluminación de las velas. ¿Qué estaba sucediendo ahí?

El silencio y soledad abrumadoras sólo eran opacadas por el silbido del viento que parecía lanzar un sollozo casi imperceptible. No, era sólo su imaginación. Era obvio que ahí no había nadie. ¿Qué hacían adentro todavía, entonces?

–Debemos irnos– dijo Mario.

Nadie se negó a su sugerencia. Dieron la vuelta y regresaron con pánico en sus corazones y tropezando con las lápidas que no se podían ver en la oscuridad. Una macabra sorpresa los invadió cuando encontraron la reja cerrada.

Alguien había cerrado la entrada, dejándolos atrapados en el panteón.

El miedo lo invadió, al igual que un sentimiento de furia. ¿Nadie los había visto entrar? ¿Por qué un panteón estaba vacío y cerrado en una noche dedicada a los muertos? Mario miró a sus compañeros, que estaban igual de perplejos que él.

–Ayuda– gritó Juanita –Estamos aquí.

–El que cerró no debe estar lejos– dijo Ángel, uniéndose a los gritos.

Mario estaba confundido. Había muchas cosas esa noche que parecían no tener sentido.

Y apenas estaba empezando.

El viento sopló nuevamente, Mario escuchó un murmullo a través del delicado silbido del aire del cementerio.

Algo los estaba llamando hacia adentro. ¿Qué era?

Fue entonces cuando miró unos ojos amarillos y brillantes desde la tumba.

 

 

 

 

 

4

Los niños no entendían cómo habían podido quedarse encerrados en el panteón. Juanita y Ángel seguían gritando para que alguien les abriera la puerta, mientras Mario miraba con horror al ente que salía de entre las tumbas, una sombra negra de ojos grandes que lo miraba fijamente.

Con pena por haberse asustado al verlo, descubrió que se trataba solo de un perro.

Ángel observó la puerta, buscando el candado.

–No hay candado– dijo, con alivio. –Podemos salir.



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En el texto hay: fantasmas, halloween, naguales

Editado: 20.04.2020

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