La caricia del Infierno

Capitulo 1

Diez segundos después de que la señora Cleo entrara sin prisa en clase de Biología, encendiera el proyector y apagara las luces, Bambi decidió que ya no se sentía cómoda donde se encontraba, enroscada alrededor de mi cintura. Se deslizó por mi estómago. A la serpiente demoníaca tatuada, que era muy activa, no le hacía mucha gracia quedarse quieta durante demasiado tiempo, y menos todavía durante una aburrida lección sobre la cadena alimenticia. Me puse rígida, resistiendo la necesidad de romper a reír como una hiena mientras la criatura se colaba entre mis pechos y dejaba descansar su cabeza con forma de diamante sobre mi hombro. Pasaron cinco segundos más mientras Stacey me miraba fijamente, levantando las cejas. Me obligué a dirigirle una tensa sonrisa, a sabiendas de que Bambi todavía no había terminado. Nop. Entonces sacó la lengua y me hizo cosquillas por un lateral del cuello. Me tapé la boca con la mano para amortiguar una risita mientras me retorcía en mi asiento.

—¿Te has drogado? —me preguntó Stacey en voz baja mientras se apartaba el espeso flequillo de los ojos oscuros

—. ¿O es que se me ha salido la teta izquierda para saludar al mundo? Porque eres mi mejor amiga, así que tienes la obligación de decírmelo. Aunque sabía que su teta se encontraba dentro de su camiseta, o al menos eso esperaba, ya que su jersey tenía un cuello de pico muy pronunciado, bajé la mirada mientras me quitaba la mano de la boca.

—Tu teta está bien. Tan solo estoy… nerviosa. Me miró arrugando la nariz antes de volver a dirigir su atención a la parte delantera del aula. Respiré hondo y recé para que Bambi se quedara donde estaba durante el resto de la clase.

Con ella en mi piel, me sentía como si tuviera un tic muy fuerte. Retorcerme cada cinco segundos no iba a beneficiar a mi popularidad, o más bien mi falta de ella. Por suerte, ahora que el tiempo era mucho más frío y Acción de Gracias se acercaba con rapidez, podía llevar cuellos altos y mangas largas para ocultar de la vista a Bambi sin levantar sospechas. Bueno, al menos mientras no decidiera trepar hasta mi cara, algo que le gustaba hacer siempre que Zayne se encontraba cerca. Era un Guardián verdaderamente guapo, miembro de una raza de criaturas que podían parecer humanos a voluntad, pero cuya verdadera forma era lo que los humanos llamaban gárgolas.

Los Guardianes tenían la tarea de proteger a la humanidad cazando las cosas que acechaban por la noche… y por el día. Yo había crecido con Zayne y había desarrollado un encaprichamiento brutal por él durante años. Bambi se movió y su cola me hizo cosquillas en el lateral del estómago. No tenía ni idea de cómo Roth había sido capaz de aguantar que Bambi le trepara por todas partes. Se me cortó el aliento cuando un pinchazo profundo e implacable me atravesó el pecho. Sin pensar, llevé la mano hasta el anillo con la piedra rajada que colgaba de mi cuello; el anillo que había contenido la sangre de mi madre, la mismísima Lilith. Sentir el frío metal entre los dedos resultaba calmante. No por el lazo familiar, ya que en realidad no quería tener ninguna clase de relación con mi madre, sino porque junto a Bambi era mi último y único enlace con Astaroth, el Príncipe Heredero del Infierno, que había hecho algo que era lo menos demoníaco posible.

«Me perdí por completo en el momento en que te encontré». Roth se había sacrificado al ser él quien sujetaba a Paimón, el cabrón responsable de querer liberar una raza de demonios especialmente desagradable, en una trampa demoníaca diseñada para enviar a su prisionero al Infierno. Zayne había estado haciendo los honores de evitar que Paimón escapara, pero Roth… había ocupado el lugar de Zayne. Y ahora estaba en los fosos de fuego. Me incliné hacia delante y apoyé los codos en la fría mesa, sin tener la menor idea de lo que estaba diciendo la señora Cleo en su cháchara. Las lágrimas me quemaron el fondo de la garganta mientras miraba fijamente la silla vacía delante de mí que solía ocupar Roth. Cerré los ojos. Dos semanas.

Habían pasado más o menos trescientas treinta y seis horas desde aquella noche en el antiguo gimnasio, y ni un solo segundo había sido más fácil que el anterior. Dolía como si hubiera pasado una hora antes, y no me parecía que un mes o incluso un año después las cosas fueran a ser diferentes. Una de las cosas más difíciles eran todas las mentiras. Stacey y Sam me habían hecho cientos de preguntas cuando Roth no volvió después de la noche que encontramos La Llave Menor de Salomón (el antiguo libro que contenía las respuestas a todo lo que necesitábamos saber sobre mi madre) porque lo había atrapado Abbot (el líder del clan de Guardianes de Washington D. C., que me había adoptado cuando era una niña). Acabaron parando, pero seguía siendo otro secreto que les ocultaba a ellos, dos de mis amigos más cercanos.

A pesar de nuestra amistad, ninguno de los dos sabía lo que era yo: mitad Guardiana y mitad demonio. Y ninguno de los dos se había dado cuenta de que Roth no había tenido mononucleosis y ya está, ni que se había cambiado de instituto. Pero a veces era más fácil pensar en él de ese modo; decirme que tan solo se encontraba en otro instituto en lugar de en el lugar donde estaba en realidad. El ardor avanzó hasta mi pecho, muy parecido a la lenta ebullición que siempre estaba presente en mis venas. La necesidad de tomar un alma, la maldición que había heredado de mi madre, no había disminuido lo más mínimo durante las últimas dos semanas. Si acaso, me daba la impresión de que había aumentado. La habilidad de quitarle el alma a cualquier criatura que la tuviera era la razón por la que nunca antes me había acercado a un chico. No hasta que llegó Roth. Dado que se trataba de un demonio, el inoportuno problema de las almas quedaba fuera de la ecuación, pues él no tenía.

Y, a diferencia de Abbot y casi todo el clan de los Guardianes, incluido Zayne, a Roth le había dado igual que yo fuera mestiza. Me había… me había aceptado tal como era. Me froté los ojos con las palmas de las manos y me mordí el interior de la mejilla. Cuando encontré en el apartamento de Roth mi collar reparado y limpiado, el que Petr, un Guardián que había resultado ser mi medio hermano, había roto al atacarme, me aferré a la esperanza de que Roth no se encontrara en los fosos de fuego después de todo. De que tal vez hubiera escapado de algún modo, pero con cada día que pasaba esa esperanza había parpadeado como la luz de una vela en mitad de un huracán. Creía más que nada en este mundo que si Roth hubiera podido volver a mí, lo habría hecho a esas alturas, y eso significaba… Cuando noté una presión dolorosa en el pecho, abrí los ojos y solté con lentitud el aliento que había estado conteniendo. La clase parecía un poco borrosa a través de la neblina de las lágrimas sin derramar.




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