Samantha.
Han pasado varios años desde la última vez que vieron a Antoni y más nunca supieron de él.
Es como si lo hubiese tragado la tierra.
Él prometió llamarme y nunca lo hizo.
Prometió escribirme y jamás llegó una carta.
Esperé y espere y, aun después de tanto tiempo, sigo esperando que venga a cumplir su promesa.
Por más que hemos seguido con nuestras vidas, su recuerdo permanece en nuestras mentes.
La tía Ana tuvo complicaciones de salud y estuvo recluida en el hospital por largo tiempo y por varios años sufrió de presión alta y no pudo tener más hijos porque era un riesgo para su salud y la del bebé. Eso terminó desbastarla porque ella siempre quiso una enorme familia y, después de perder a uno de sus hijos, cayó en una depresión que costó un poco salir de ella.
Sé lo que significa caer en ese abismo depresivo.
Al igual que mi tía, caí en depresión y no Salí por un año de mi habitación más que para ir a la escuela. Después de ver mi decaimiento y que no me sentía bien con mis compañeros, mis padres decidieron que estudiara en casa pensando que era mejor, pero eso hizo que me aislara del mundo.
Me llevaron al psicólogo, psiquiatra y empecé a tomar medicamentos antidepresivos tan solo siendo una niña.
Fue una etapa muy dura que costó salir de ella, pero gracias a mi familia pude lograrlo y empecé a salir de nuevo después de ver a mi madre llorar por mí una vez más del desespero. Supe que no solo me estaba haciendo daño a mí misma sino a toda mi familia y debía ayudar a la tía Ana y a todos a sobrellevar esta tragedia.
Me llené de esperanzas de que Antoni algún día volvería. Él me lo prometió cuando estábamos en la estación de buses y me dijo que, si su abuelo se lo llegaba a llevar, él volvería por mí y cumpliría su promesa de casarse conmigo y que juntos tendríamos una hermosa familia.
Sigo esperando que venga a mí…
Ahora estoy en la universidad, seguí los pasos de mi madre y estudio medicina. No ha sido fácil, pero lo he logrado.
—¿Ya estás lista? —Miranda y Ángela ingresan a mi habitación.
—Lo siento, chicas, les dije que esta noche no salgo.
Miranda y Ángela son mis mejores amigas. La primera es la hija de Cristina, la enfermera que ayudó a mi madre con el caso de Esteban y con su ayuda pudieron meterlo a la cárcel.
Gracias a Dios.
Ángela es la hija mayor de la tía Ana, quien al final terminó adoptando a una pequeña niña de mi misma edad.
No sé si lo hizo para reemplazar el vacío que dejó Antoni, pero de alguna forma ayudó.
—¿Vas a seguir siendo una aguafiestas? —Gruñe Ángela.
—No, debo terminar estos trabajos y finalmente quedaré libre de semestre para empezar las vacaciones y podremos salir todo lo que quieras.
—Sabes que eso no es así—Se queja mi prima acostándose en mi cama—Por más tiempo libre que tengas ahora en vacaciones, siempre inventamos una excusa para no salir de fiestas.
—Es verdad—Miranda se sienta a su lado—¿No crees que es hora de olvidar el pasado y seguir adelante? —Ignoro su comentario.
—No pierdas tu tiempo que ella va a seguir esperando por ese amor que nunca vendrá—Ángela se levanta de la cama y camina hacia mí señalándome con el dedo—Has esperado un amor no correspondido—dice—Mientras tú lo esperas, lo añoras e incluso lo sigues llorando él puede de estar casado o debe de tener una novia o amantes porque no creo que este soltero todavía.
—Es verdad, Sam, ¿No crees que es hora de pasar la página? Mira que ha pasado mucho tiempo y él hace mucho pasó de ser mayor de edad y pudo venir a buscarte, pero no lo hizo así que…
Mis ojos se llenan de lágrimas y siento mi corazón romperse.
Ellas tienen razón.
—Bueno, creo que es mejor que nos vayamos—Dice Ángela y me da un pequeño abrazo—Sabes que no te digo esto para tirar basura, solo quiero que seas feliz. ¿Ok? —Asiento con la cabeza.
—Te queremos.
—Y yo a ustedes.
Mis amigas salen dejándome con un nudo en la garganta.
Creo que ha llegado el momento de olvidar esas promesas y empezar a vivir mi vida. Después de todo, él nunca volvió.