La casa del lago 2, el reencuentro

Capítulo 4

Samantha

—Oh. Por. Dios—Murmura la tía Ana y se incorporó de la cama bronceadora—¿Qué es eso?

Sigo su mirada y mis ojos se abren al ver lo que está observando.

—¿De dónde vino eso? —Mi madre se baja las gafas de sol.

—Es nuestro nuevo vecino—Dice la abuela con una sonrisa en sus labios—Está lindo, ¿Cierto?

—¿Lindo? Eso es hermoso madre, es puro colágeno.

—¡Tía! — Niego con la cabeza, no puedo creer que hasta las mayores babeen por ese imbécil.

—Cariño, míralo.

—¡No lo señales! —Tapo mi rostro con las manos, sintiendo vergüenza.

—Le dije lo mismo, ese hombre es la perfección absoluta—Murmura Ángela a mi lado—¿Cómo puede ignorarlo?

—Cállense.

Ángela y Miranda se volvieron locas cuando observaron al nuevo vecino y me dijeron que porque no estaba sobre él marcándolo como mío.

De por Dios, ¿Ósea?

El tipo no me interesa para nada, pero por alguna razón me lo encuentro en todos lados.

¿Será algún acosador?

Un escalofrío atravesó mi cuerpo y decidí ignorarlo. Me pongo de nuevo las gafas de sol e ignoro a las cacatúas que están a mi lado que no dejan de admirar al vecino.

—Si tuviera su edad—Dice la tía Ana.

—Totalmente.

—Mujeres de Dios, compórtense—digo con los ojos cerrados—No vayan y sus maridos las escuchen.

—¿Escuchar qué, cariño? —Me sobresaltó al escuchar la voz de mi padre y me incorporó hasta sentarme.

Mi padre, el tío Jonathan, mi hermano Tomás y el abuelo nos observan con atención.

—¿Nada? —Sonrió con disimulo.

—Quítense de ahí que nos tapa la vista—Niego ante el descaro de la tía Ana, a quien no le importa que su esposo la está observando mirar a otro hombre.

—¿Qué pasa? —Su esposo pone las manos en la cintura y empieza a mirar hacia todos lados.

—Nos tapa la vista, cariño.

—¿Vista? — El tío Jonathan parece percatarse del vecino, quien está sin camisa, sudoroso y carga tablas de madera sobre su hombro para llevarlas al segundo piso de la casa—¿Es en serio?

—Cariño, solo admiramos el paisaje, no quiere decir que vamos a hacer algo. Además, nosotras ya estamos viejas y somos casadas y adoramos a nuestros maridos—Sonríe con inocencia—No estamos para estas cosas, son las niñas quienes sí pueden aprovechar.

—A mí me sacan de ese discurso—digo—No tengo nada que ver.

—¿Cómo que las niñas? —Gruñe mi padre—No les están metiendo cosas en la cabeza, aún soy muy pequeñas para tener novio.

Todos reímos a carcajadas.

—Eres lindo, papi—Me levanto y le doy un beso en la mejilla.

—Recuerda que me prometiste que hasta después de los 40 te casarías—Mi padre me abraza y apoyo mi cabeza en su pecho.

—Deja de decir bobadas, ¿cómo se te ocurre que la niña va a esperar hasta los 40?—murmura mi tía.

—¿No era hasta después de los 30 que se podía casar? —Pregunta mi madre con humor.

Todos reímos.

Mi padre siempre me ha cuidado y considerado su bebé y es lindo ver que, aunque casi soy de su altura, me sigue considerando igual.

Además, él sabe que mi corazón tiene dueño.

—Buenas tardes—Me tensiono al escuchar una voz y me vuelvo junto a mi padre.

—Hola, querido—La tía mueve la palma en forma de saludo, ganándose un gruñido por parte de su esposo.

—Buenas tardes—Dicen los demás, menos yo, aunque los hombres lo hacen con voz gruesa.

—Aprovechando que están todos reunidos, he venido a presentarme, soy Diego Balmer—Extiende la mano y mi padre se la queda mirando antes de escuchar el carraspeo de mi madre y es entonces que la recibe estrechando su mano.

—Un gusto, Diego, soy Alex.

Todos se empiezan a presentar, las mujeres emocionadas con una sonrisa en sus labios no dejan de mirarlo y yo solo ruedo los ojos y me alejo, no queriendo su cercanía.

—¿Te gustaría una limonada? —Pregunta la abuela antes de servir la jarra.

—Sí, por favor—Diego eleva su mirada hacia mí y yo desvió la mía hacia otro lado.

—¿Te gustaría ponerte una camisa? —Gruñe mi padre haciéndome reír.

—Lo siento—Diego se apresura a cubrirse mientras las mujeres se quejan, especialmente las mayores.

Incluso mi madre quien se ganó una mirada de mi padre con promesa de castigo. Ella de inmediato entendió por qué se puso roja y asintió con la cabeza y una sonrisa.

Bueno, todos entendimos esa promesa.

Dios, necesito alejarme antes de que empiecen con sus juegos.

—Bueno, si me disculpan, yo me voy—Me levanto de mi asiento y tomo mis cosas.

—¿Para dónde vas?

—Necesito ir a la ciudad a comprar unas cosas.

—Si quieres, puedo llevarte—Se apresura a decir Diego, levantándose del asiento—También voy a la ciudad.

—No, gracias, tengo mi auto.

—No seas aguafiestas—Dice Ángela dándome una mirada de advertencia—Deja que Diego la lleve.

—Mi hija no necesita que un extraño la lleve—Interviene mi padre—Yo puedo ir con ella.

—Cariño, recuerda los castigos y los azotes—dice mi madre con picardía.

—¡Mamá! —Grito

—Además, no necesito la compañía de nadie, siempre he ido sola—Bufo rodando los ojos.

—¿Pero para qué gastar gasolina cuando pueden compartir el auto? —Se queja de nuevo Ángela, ganándose una mirada amenazadora de mi parte—Recuerdan lo que dicen, hay que cuidar el medio ambiente.

—Sí, como cuando compartes la ducha—Murmura Miranda con inocencia—Así ahorras agua.

—Basta ya, déjenme en paz.

Ignoro los comentarios de mi familia y me voy sin despedirme. Lo último que quiero es que quieran meterme a Diego por los ojos.

Maldito idiota, ¿Qué se ha creado?

Me doy un baño, me alisto y me despido antes de salir de casa. Cuando llego donde está mi auto, mi boca se abre al ver dos neumáticos desinflados.

¿Pero qué?

Gruño y pateo el suelo como malcriada y me doy la vuelta para ingresar cuando el sonido de un claxon me hace detenerme.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.