La casa del Paraiso

CAPITULO VIII:Transfiguración

—Saldré madre. 

—Está bien mi amor, cuídate. 

Marcos estaba decidido a entrar a la casa y enfrentar a su supuesto fantasma. Se estaba volviendo loco. Llevaba casi una semana sin dormir, cuando lograba conciliar el sueño lo embargaban las pesadillas y ahora tenía alucinaciones. 

Definitivamente no iba a volverse un enajenado. 

El sol de marzo brillaba con fuerza y un cielo despejado anunciaba que sería un hermoso día. 

La casa abandonada aguardaba en silencio al final de la calle. Con sus ventanas de madera podrida y el portón negro de hierro del frente cerrados, como siempre. Se metió en el callejón de la fachada lateral donde estaba la otra puerta. Esperó encontrar al gato negro, pero este no apareció. Empujó la puerta y estaba cerrada, Marcos maldijo al aire. Estrelló su hombro contra la puerta, le dio una fuerte patada, trató de forzar la cerradura, pero nada ocurrió. La puerta se mantuvo dignamente cerrada, negada a abrirse para él. Por último, llamó al gato. 

 «Si, tengo que estar volviéndome loco para llamar al felino a que me abra», pensó Marcos mientras reía trágicamente. 

Parecía que la casa solo estaba para él de noche. Pues ni modo, sería en la noche entonces, pero tenía que volver a entrar, tenía que verla, hablarle, preguntarle qué estaba pasando, porque sentía que su vida se estaba destruyendo y solo ella podía detenerlo. 

Sin embargo, aún faltaba bastante para la noche y en cambio otro compromiso se le presentaba: María. La chica de seguro estaría por llegar y no le apetecía para nada compartir con ella. ¿Como podían cambiar tanto las cosas? Hacia tan solo pocas semanas atrás habría dado un brazo por tener la oportunidad de estar nuevamente con ella, pero ahora todo era diferente. Ahora, otra mujer ocupaba sus pensamientos y parecía no querer abandonarlos o ¿era él que no quería que los abandonara? Marcos pensó que las personas realmente eran seres peculiares. Se encierran en un círculo vicioso, siempre persiguiendo a aquel que parece no tener ningún interés en nosotros. Una tendencia masoquista de seguro se transmitía de generación en generación cuya única finalidad es impedir la felicidad. Quizás ese es el castigo que ha impuesto Dios a la humanidad por haber desobedecido, no ser feliz, penar buscando siempre el amor y la aceptación de aquel que nos rechaza. 

Con un suspiro regresó a su casa para esperar a María.  

Al entrar, un delicioso aroma invadió sus fosas nasales. Su madre había comenzado a preparar el almuerzo. Con algo de irritación recordó el evento del desayuno. El muchacho se dirigió a su cuarto, al cabo de un rato escuchó el timbre sonar. 

Desde la puerta de su habitación escuchó a las dos mujeres intercambiar saludos. 

María, como siempre se mostraba alegre y extrovertida. Su madre también la había recibido de forma amable. Marcos no sabía porque, pero el hecho de que ambas aparentemente congeniaran le disgustaba. 

—Hey, María ¿Cómo estás? — La saludó con un beso en la mejilla, la muchacha ante el contacto cerró los ojos mientras Lucía observaba su reacción en silencio. 

—¿Bien y tú? 

—Todo bien, vamos a mi cuarto para que empecemos a estudiar. 

María mostró su más radiante sonrisa a la madre de Marcos y siguió al joven hasta su habitación. El muchacho dejó la puerta abierta y sin más le mostró una silla frente al pequeño escritorio, inmediatamente puso música en la computadora en bajo volumen. 

—Y ¿bien? ¿Qué quieres estudiar? — María pareció confundida ante la pregunta. 

—Eh, bueno yo... no sé, Cálculo. Si, repasemos eso. 

—Está bien, aunque acabamos de presentar los semestrales, no hay gran cosa para repasar—dijo Marcos mientras colocaba Imagine Dragons en el play list.  

Al volverse hacia María vio que esta lo miraba de manera intensa. Esa mirada acabó poniéndolo. 

—Eh... Vo-voy a buscar mis apuntes. 

Permanecieron revisando los apuntes de Marcos alrededor de una hora. María se mostraba igual que siempre, jovial y espontánea. El muchacho finalmente se comenzó a sentir cómodo al lado de ella, exactamente como era hacia un mes, antes de que se besaran. 

—Ja,ja, por fin entiendo. Deberías ser profesor. De verdad Marcos, entiendo mejor cuando tú me explicas. 

—¿En serio?, no sé, quizás te concentras más porque estamos más tranquilos y alejados de toda la bulla del salón de clases. 

—No, creo que es tu voz, tienes una hermosa voz, calmada y apacible. Me hace entender.  

Casi sin darse cuenta, María muy sutilmente se le había acercado bastante y otra vez lo miraba de manera intensa. Marcos, nervioso, no sabía cómo reaccionar. Se dejó llevar de esos grandes ojos negros que lo invitaban a sumergirse en su oscuridad. Lentamente la besó. Fue un beso dulce y pausado, hasta que una imagen irrumpió en su mente. La rubia de la casa del Paraíso giraba soñadora con sus hebras doradas envolviéndola grácilmente. Jadeando, se apartó de María. 

—Por favor, perdóname, no debí hacerlo— dijo el muchacho con pesar.  

María lo miró confundida, luego se tapó el rostro con sus manos, cuando lo descubrió descendió las manos por el cabello y a medida que lo hacia sus rasgos iban cambiando al igual que el color de su pelo el cual se tornó rubio claro, su piel se volvió más blanca y sus facciones más delicadas. Marcos abrió mucho los ojos al tener en frente a la muchacha de la casa del Paraíso. 

—¡Te he estado esperando!, ¿porque no has venido? —le dijo ella con voz lánguida. 

Marcos abrió muy grande los ojos y se cayó de la silla en la que se sentaba. Tartamudeando y apartándose de ella le contestó entre titubeos: 

—Yo, yo, no puedo entrar. 

—¡Claro que puedes, ven! 

La rubia se le acercó para envolver el cuello del joven con sus delgados brazos.  A Marcos se le secó la boca, su cerebro no funcionaba como debía, estaba embotado como si no pudiera pensar, no entendía que pasaba. ¡María se transformó en la mujer rubia de la casa! 



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En el texto hay: angustia, brujas, sobrenatural

Editado: 29.08.2020

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