Eran las once de la noche cuando Marcos se despertó.
Después del incidente con María se quedó dormido.
Fue un sueño pesado, sin imágenes ni conciencia de nada. Después de casi una semana por fin se sentía descansado. Fueron solo unas pocas horas, pero estaba reconfortado.
Miró por la ventana abierta de su cuarto y pudo ver la noche clara, sin nubes en el cielo. El viento cálido movía las cortinas y despeinaba suavemente sus cabellos negros, suavemente ondulados. Un objeto pendía del ventanal. Se acercó más para examinarlo. Era como una redecilla circular tejida en hilo de colores con algunos hilos y plumas colgantes en su porción inferior. Parecía una de esas artesanías indígena —un atrapasueños—. No lo había visto antes allí.
Sin hacer ruido para no despertar a su madre, se vistió y salió del apartamento.
Caminó bajo la noche clara en silencio. Cuando llegó, el gato lo estaba esperando. Ronroneó suavemente y como era su costumbre se le enredó entre las piernas, Marcos lo acarició, devolviéndole el saludo a su nuevo amigo y se dispuso a entrar a la casa.
Sus ojos se adaptaron rápido a la oscuridad que imponía la espesura de los árboles en el interior del jardín. Apenas abrió la puerta, una encantadora música lo envolvió. Hechizado, fue directo a la fuente de la embriagante melodía y allí en medio del salón, sentada al piano, estaba la delicada figura rubia tocando majestuosa las teclas blancas y negras.
Aquella imagen le robó el aliento, parecía salida de las páginas de un cuento. Sedoso el cabello, se derramaba por su espalda. El vaporoso vestido color crema, caía al suelo cubriendo sus pequeños pies. Ella no levantó la cabeza para verlo a pesar de que él estaba seguro que ella sabía que estaba allí.
Embelesado, permaneció mirándola en silencio. No tenía conciencia del tiempo transcurrido desde que llegó, podrían ser minutos u horas, todo era extraño en esa casa. De manera repentina ella dejó de tocar, acarició al gato y sin mirarlo le dijo:
—¡Has venido!, creí que no lo harías.
—¿Me esperabas?
—Creo que te he esperado siempre, Marcos
—¡Sabes mi nombre!
—Yo sé muchas cosas, se por ejemplo que tal vez no debería esperarte y tu no deberías estar aquí —la muchacha suspiró—, pero el destino es inevitable y ¿quiénes somos en este inmenso mar?, apenas granos de arena arrastrados por las olas. Ven, siéntate a mi lado.
Marcos obedeció y se sentó en el banco junto a ella. El olor a jazmín que emanaba su cabello lo envolvió como bocanadas de humo. Inmediatamente recordó lo vivido con María, pero cuando ella empezó a tocar, la paz que transmitía a su espíritu atormentado hizo que ese episodio quedara en el olvido. Sus músculos se relajaron como si nada en el mundo pudiera afectarle. En ese momento solo existían ellos, sin espacio ni tiempo. La música lo adormecía, no podía dejar de ver los largos dedos acariciar las teclas.
—¿Quién eres, porque estás aquí?
—Yo vivo aquí, Marcos. Me llamo Verónica.
—Verónica... — Los párpados le pesaban— Me estas volviendo loco
—¿Loco?, solo estas confundido. Perdóname, no es esa mi intención, aunque creo que el destino te ha traído hasta aquí, no quisiera asustarte o incomodarte. He estado sola durante tanto tiempo y el que ahora pueda tan siquiera hablar contigo, para mi es algo invaluable.
Verónica sonrió mientras terminaba de tocar. Se levantó del piano y tomó las manos de Marcos guiándolo al centro del salón. Luego colocó con suavidad las manos del muchacho alrededor de su cintura y ella envolvió su cuello con las suyas, podía sentir como el muchacho temblaba. Con una sonrisa comenzó a bailar en medio del salón al mismo tiempo que la música del piano sonaba. Marcos miró el piano, el gato reposaba encima mientras las teclas se hundían solas, sin embargo, no le importó. Lo único que contaba era tener el cuerpo de algodón de Verónica entre sus brazos y aspirar ese aroma floral que le intoxicaba los sentidos.
La muchacha sonreía, parecía igual de feliz que él.
—¿Vendrás siempre?
—¡Siempre!
—¿Lo prometes?
—Sí.
Verónica sonrió feliz, parecía una niña a quien se le ha complacido algún capricho.
—¿Porque estás sola?, ¿dónde está tú familia?
—Cierra los ojos.
Marcos obedeció y sintió los labios de ella igual que el aleteo de una mariposa sobre los suyos, mientras giraban en el salón.
— Mañana en la noche— Susurró sin apartar su boca de la de él.
Editado: 29.08.2020