El silencio denso y opresivo de la casa se pegaba a sus pieles como un sudor frío. Pablo, el más sensato, intentaba disimular el temblor de sus manos apretando el puño, pero la verdad era que el corazón le latía desbocado contra las costillas. Maty, a su lado, tenía los ojos clavados en la oscuridad del pasillo, como si esperara que de un momento a otro una sombra se desprendiera de las paredes y cobrara vida. Richard, que hasta hacía unos minutos bromeaba sobre fantasmas y leyendas, ahora se mordía el labio inferior, un tic nervioso que lo delataba. Y Ricardo, el más valiente y el que había propuesto la estúpida idea de entrar, se aferraba a la linterna con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos.
Un crujido lejano, como el de una madera vieja cediendo bajo un peso invisible, los hizo sobresaltar a todos. No fue fuerte, pero en la quietud de la casa sonó como un estruendo. Se miraron, los cuatro pares de ojos reflejando el mismo pánico mudo.
"¿Qué fue eso?", susurró Maty, su voz apenas un hilo.
Richard tragó saliva. "Probablemente el viento. Es una casa vieja, ¿no?" Su intento de sonar casual fue patético.
Ricardo, aún con la linterna temblorosa en la mano, decidió tomar el control, o al menos intentarlo. "No vamos a quedarnos aquí parados. Tenemos que… tenemos que ver qué es. O salir de aquí de una vez". Su mirada, sin embargo, delataba que lo de "ver qué es" era la última cosa que quería hacer.
Pablo, con un suspiro de resignación, asintió. "Dividirnos sería estúpido. Y salir por la misma puerta que entramos parece complicado si no encontramos el camino de vuelta en la oscuridad. Vamos juntos".
La linterna de Ricardo dibujó un círculo tembloroso en el aire, revelando solo más sombras y polvo. El olor a humedad, moho y algo indefinible, a viejo y olvidado, les llenaba las fosas nasales. El siguiente paso, en cualquier dirección, parecía llevarlos más
Con la linterna de Ricardo como único faro en la vasta oscuridad, el grupo se movió con cautela. Cada paso resonaba de forma exagerada en el silencio de la casa, amplificando sus propios nervios. Decidieron explorar la planta baja primero, adentrándose en lo que parecía haber sido el salón principal. Muebles cubiertos con sábanas, como fantasmas estáticos, se erigían en la penumbra. El aire aquí era aún más frío, y un olor metálico, casi ferroso, se mezclaba con el polvo y la humedad.
"Mira", susurró Maty, señalando con un dedo tembloroso. La linterna de Ricardo se dirigió hacia donde indicaba. En una esquina del salón, parcialmente cubierta por una sábana desgarrada, se vislumbraba la silueta de un piano de cola. Sus teclas, amarillentas y desordenadas, daban la impresión de haber sido tocadas de forma brusca hace poco tiempo.
"¿Creéis que... alguien vive aquí?", preguntó Richard, con la voz apenas audible. La lógica le decía que no, pero la atmósfera de la casa desafiaba toda razón.
De repente, una corriente de aire helado recorrió la habitación, haciendo que las sábanas de los muebles revolotearan brevemente. No había ventanas abiertas cerca. Fue un frío antinatural, que pareció surgir de la nada y calarles hasta los huesos. Al mismo tiempo, un sonido casi imperceptible les llegó: un murmullo distante, como si alguien susurrara desde algún punto en las profundidades de la casa.
Ricardo apretó aún más la linterna. "Vamos. Esto no me gusta nada. Deberíamos intentar subir al primer piso. Quizás haya una salida por allí". Su plan era improvisado, guiado por la desesperación de encontrar cualquier escapatoria.
Pablo asintió, su rostro pálido bajo la luz de la linterna. "Pero con cuidado. Mantened los ojos bien abiertos".
La escalera que habían visto antes, una imponente estructura de madera noble ahora podrida, crujía ominosamente con cada paso que daban al ascender. El silencio los envolvía de nuevo, pero ahora estaba cargado de una tensión aún mayor. Sentían la presión del aire sobre sus pieles, como si algo invisible los estuviera observando desde las sombras que la linterna no alcanzaba a disipar.
Justo cuando Ricardo estaba a punto de pisar el último escalón, la linterna en su mano parpadeó violentamente, sumiendo la escalera en una oscuridad total por un instante, y luego volviendo a la vida con una luz débil y parpadeante. En ese breve momento de oscuridad, los cuatro juraron haber oído, justo por encima de ellos, un leve suspiro, como si algo o alguien acabara de pasar a su lado.
El terror se apoderó de ellos de nuevo, con una fuerza renovada. Se quedaron paralizados en la mitad de la escalera, las miradas fijas en la cima oscura, donde cualquier cosa podría estar esperando. profundo en el corazón de la pesadilla .
Con la linterna de Ricardo como único faro en la vasta oscuridad, el grupo se movió con cautela. Cada paso resonaba de forma exagerada en el silencio de la casa, amplificando sus propios nervios. Decidieron explorar la planta baja primero, adentrándose en lo que parecía haber sido el salón principal. Muebles cubiertos con sábanas, como fantasmas estáticos, se erigían en la penumbra. El aire aquí era aún más frío, y un olor metálico, casi ferroso, se mezclaba con el polvo y la humedad.
"Mira", susurró Maty, señalando con un dedo tembloroso. La linterna de Ricardo se dirigió hacia donde indicaba. En una esquina del salón, parcialmente cubierta por una sábana desgarrada, se vislumbraba la silueta de un piano de cola. Sus teclas, amarillentas y desordenadas, daban la impresión de haber sido tocadas de forma brusca hace poco tiempo.
"¿Creéis que... alguien vive aquí?", preguntó Richard, con la voz apenas audible. La lógica le decía que no, pero la atmósfera de la casa desafiaba toda razón.
De repente, una corriente de aire helado recorrió la habitación, haciendo que las sábanas de los muebles revolotearan brevemente. No había ventanas abiertas cerca. Fue un frío antinatural, que pareció surgir de la nada y calarles hasta los huesos. Al mismo tiempo, un sonido casi imperceptible les llegó: un murmullo distante, como si alguien susurrara desde algún punto en las profundidades de la casa.
Ricardo apretó aún más la linterna. "Vamos. Esto no me gusta nada. Deberíamos intentar subir al primer piso. Quizás haya una salida por allí". Su plan era improvisado, guiado por la desesperación de encontrar cualquier escapatoria.
Pablo asintió, su rostro pálido bajo la luz de la linterna. "Pero con cuidado. Mantened los ojos bien abiertos".
La escalera que habían visto antes, una imponente estructura de madera noble ahora podrida, crujía ominosamente con cada paso que daban al ascender. El silencio los envolvía de nuevo, pero ahora estaba cargado de una tensión aún mayor. Sentían la presión del aire sobre sus pieles, como si algo invisible los estuviera observando desde las sombras que la linterna no alcanzaba a disipar.
Justo cuando Ricardo estaba a punto de pisar el último escalón, la linterna en su mano parpadeó violentamente, sumiendo la escalera en una oscuridad total por un instante, y luego volviendo a la vida con una luz débil y parpadeante. En ese breve momento de oscuridad, los cuatro juraron haber oído, justo por encima de ellos, un leve suspiro, como si algo o alguien acabara de pasar a su lado.
El terror se apoderó de ellos de nuevo, con una fuerza renovada. Se quedaron paralizados en la mitad de la escalera, las miradas fijas en la cima oscura, donde cualquier cosa podría estar esperando.