Capítulo III: 1.

—¿Por qué ustedes, los ángeles triádicos, se encontraban embalsamados circunscritos en figura geométrica piramidal? —Entrándose dentro de la casa interrogó profundamente Agnis. Michael lo quedó viendo, quizá procesando la pregunta.

—Conseguimos confinar a Michael en su hogar célico, pero este con las proyecciones solares, desde lo más alto de su hogar célico, logró, a través de los haces laminares de luz, embalsamarnos —dijo penosamente Michael. Agnis recordó:

—¿Por qué el flujo de la vida es la sangre? —preguntó Agnis. Michael soltó una carcajada.

—El flujo de la vida es lo que es Metatrón, tú también lo llevas dentro —declaró Michael—. Sólo tú podías enjuiciarlo, nadie más; pero al hacerlo —hizo una expresión facial de desesperanza— también lograste una regresión del sello de Metatrón.

—¿Ya es libre? —Se exaltó Agnis.

—Todavía no —se detuvo Michael—. No hasta que no realice el ritual del cubo de Metatrón.

—¿El cubo de Metatrón? —Confusamente preguntó Agnis.

—El cubo de Metatrón es un símbolo célico de protección, de restauración y de renovación —explicó Michael—. Debemos detenerlo antes de que lo realice —Quedó pensativo—, de lo contrario no habrá deidad que pueda detenerlo.

Ya habían llegado al tercer piso, listos para sumergirse en el nuevo mundo que se escondía tras la puerta que daba justo al ático.

—Esta debe ser la entrada al hogar célico de Metatrón —dijo con voz gutural Agnis.

Michael se atrevió a abrir la puerta del hogar célico de Metatrón. Lo que vieron detrás de ella era una agria, profunda y escindida negrura virtual. Agnis empezó a amedrentarse, sentía una gran profundidad de emociones nocivas, perniciosas, maléficas, pervertidas. Al parecer era una virtualidad opaca que sólo afectaba a los humanos, pues Michael todavía seguía luminiscente. Este se percató de Agnis y sostuvo cálidamente su mano.

—Recuerda que, desde ahora y para siempre, soy tu ángel guardián.