Capítulo III: 4.

Había pasado un buen transcurso del tiempo desde que Agnis había logrado cumplir su compromiso deontológico: Metatrón volvía a hacer la deidad regente del sol sin identidades disociadas que pervirtieran su espíritu. Sin embargo, después de tanto tiempo, Michael aún seguía perdido, había perdido su identidad angelical: ahora era un ángel caído que deambularía hasta el juicio final de los tiempos en la dimensión mundana.
    
Mientras caminaba retraído de sus pensamientos pasaba por una tienda de libros, quedó pensativo percibiendo el lugar. Miró con curiosidad a una persona que se encontraba allí. Era una muchacha con unos hermosos ojos azules, quien estaba preguntando por un libro un tanto antiguo «ángeles y demonios». Michael presentía un aroma esencial muy particular ya anteriormente reconocido.
    
Michael se acercó con un buen ademán de saludo. Ella quedó pasmada de timidez. Él soltó una risa de galanteo.
    
—Disculpa, me he quedado curioseado por el libro que preguntabas —dijo mientras sacaba algo dentro de su abrigo—. ¿Es este? —Indicó señalando el libro con sus manos.
    
La joven se sorprendió y quedó maravillada.
    
—Sí, ese es —dijo emocionada—. Es difícil de encontrar.
    
—Lo es —dijo él con voz de comprensión—. Si me dices tu nombre, será todo tuyo.
    
—Agnis, señor —dijo la mujer con unos muy bonitos ojos azulados. Michael sonrió:
    
—Es un nombre un poco peculiar, ¿no crees?, ¿por qué…? —dijo e interrogó Michael.
    Agnis soltó una risita de vergüenza:
    
—Cuando mi mamá me dio a luz, dijo que había tenido una visión de un joven valiente con ojos llameantes que se sacrificó por salvar a los demás —Se detuvo—. De ahí viene mi nombre.

—Yo soy Michael —se presentó—. Cuéntame más al respecto…

«¿Es el amor lo que hace que un ángel se caiga del cielo?», pensó Michael sonrientemente de haber encontrado a su Agnis una vez más.