La casona de los ventanales

CAPÍTULO 1.

Recuerdo cuando comencé a escribir esta historia, aún sin haber escrito una sola palabra. Es más, ni siquiera tenía la certeza de haberla estado escribiendo, simplemente un día en mi pensar le puse punto final y observé una vieja historia que me había ocurrido. ¿Quieres saber cómo comenzó? Yo misma responderé yo creo que sí, la curiosidad mato al gato, la curiosidad nos alimenta el alma, despoja el miedo y doma la valentía del momento, o al menos eso pienso yo.

Pero basta de tanta palabrería, yo creo por eso había tardado tanto en poner esto sobre papel, tantas palabras que usamos solo para decir algo simple, pero pos todo se ve más re bonito adornado con estas palabras que ni sabemos que significan, olvidando el vocabulario que usamos de dónde venimos. Pero pos las palabras rimbombantes suenan bien bonito, dan intriga, gusto y sabiduría cuando buscamos el singnificado. Pero esta historia no tendrá mucho de eso, al menos eso creo yo. Vayamos a lo que vinimos, finalmente usemos las palabras complicadas o simples al final valen lo mismo, el viento las despoja y la mente las encierra sabrá Dios donde. Son solo letras componiendo oraciones, Nomás eso.

Esta historia comenzó una tarde calurosa del mes en el que vienen las Mariposas Monarcas, el día exacto no lo recuerdo, dirán que me acuerdo de pocas cosas y tal vez si o no, pero olvidar es liberador para el alma, así no te atas a nada que te mortifique el corazón.

Sin embargo si memorizo algo de ese día y es lo que importa, la tarde quemaba mi cuerpo, parecía chile tatemando se en el comal, sudaba más que los que andaban en su jornada en el campo, hasta la tarde se miraba como roja, bebía y bebía agua, me fui y me remoje la cara en el pozo y está se absorbía como si nunca hubiera estado en mi cara. Por suerte la noche cayó, pero pues no sirvió de mucho, ya que el miedo domo mi cuerpo, no podía dormirme, no era la primera vez que me pasaba esto ya tenía días en mi cabeza pasaban puros pensamientos que no agureaban nada bueno, y esa voz tan extraña hablándome a los oídos pidiéndome que fuera a una calle que por cualquier motivo jamás termino de decirme completa la dirección.

Cuando estaba apunto de decirme la dirección completa volvía a la temida realidad, creo que está me distraía más que mis ensoñaciones.

He estado ausente desde los últimos días del mes pasado, nadie lo había notado hasta esta tarde, pues las ojeras y el no querer probar alimento hizo que sus ojos cayeran sobre mí, bien que mal era una chamaca de apenas dieciocho años, era lógico que el cambio preocupara, ya saben, las ideas tontas que la gente formula cuando no tienen nada bueno en que pensar.

La noche como comentaba llegó, y yo parecía la lechuza del bosque que se encontraba a un cuarto de hora de donde vivía. Sentía el sereno meterse por mis huesos y eso atrajo más la atención de la familia, pues temblaba como animal herido, la fiebre se adueñó de mi cuerpo, lo que nadie sabía es que ya llevaba días enferma.

Mi madre preocupada me pregunto si sentía algo raro, quise gritarle que si, pero el cuarto mandamiento me hizo no levantar la voz, pues mi malestar no solo estaba en mis coyunturas, sentí el pedazo de manta húmeda sobre mi frente y el olor un ungüento que aplico en el ombligo. No quería dormir pues los sueños que tenía yo no eran sueños, pero hasta esta noche no lo entendía que significaban.

Mis oídos solo captaban los ladridos de los perros y los aullidos de los coyotes que bajaban a comerse las gallinas. El frío calaba en mi huesamenta y sentía el rechinar de las muelas.

En el transcurso de la noche debí dormirme porque cuando abrí los ojos estaba cansada y húmeda por el sudor que desprendí. La fiebre no me bajaba y solo alcancé a escuchar que por la tarde noche vendría “Macrina”, la Curandera. Pa ver si lo que tenía era empacho o mal de ojo, me sirvieron por la tarde un plato de caldo de pollo y fue como un alivio a mis dolores.

El sol no pintaba esta tarde el cielo tan rojizo, más bien era como anaranjada, la alcancé a percibir desde la ventana de la alcoba de mi madre, pese a la tarde tan calurosa el frío me seguía calando. En un momento hubo silencio y la voz ronca que escuchaba volvió, pero evadí lo que decía en el momento en que las notas que salían de la garganta de la vecina que tendía ropa en su corral.

Vivía en un estado lejos de la capital, cercas de Querétaro. Vaya descripción. Así que las canciones que se cantaban por acá eran un poco rancheras y no tanto de la revolución.

Por la misma ventana vi revolotear los pajaritos cuaresmeños y me permití sonreír.

Espere toda la tarde envuelta en el gabán aunque eso me subió más la fiebre, me recosté de lado y no supe de mí hasta que Macrina la curandera llegó.

Entre murmullos rezaba mientras me curaba del empacho.

—Aquí está— fue lo que dijo en voz alta, tocándome el lado bajo del vientre,—Es empacho niña.

Me volteé boca bajo cuando lo sugirió y “jalo el cuero” de la espalda. Como dolía esa bendita acción y según tenía que “tronar”, Nunca escuché pero parecía complacida cuando volteé.

Me hizo beber un aceite y aguante la arcada, me dio a beber té de manzanilla y me hizo comer la mitad de una naranja.

—Con eso vas a tener. —me miro con el ojo lleno de cataratas y sonrió mostrándome los dientes de cobre que tenía, el cabello blanco le sobrevolaba con el viento que entraba. —No es mal de ojo, ni espanto, pero hay algo que te está atemorizando.

La miré con recelo, pero parecio no importarle.

—Lo digo porque has estado brincando más de tres veces.

—La temperatura la hecho delirar, Macrina.—le dijo mi madre.

—Algo hay de más ¿No es así niña?

No le respondí, lo que yo quería era sentirme bien y que dejaran de pasarme un huevo de gallina por todo el cuerpo pa quitarme el susto.

Cuando termino la mujer de hacer sus rituales, me miro con seriedad.

—No respondiste a mi pregunta, pero te he de contestar yo, siempre hay algo más. Y si no lo escupimos, nos traga.—se empezó a reír, pero no le duró mucho pues la tos la consumió.




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