Cinco años habían pasado desde que Olivia lanzó su empresa de joyas. Desde entonces, su vida había tomado un rumbo diferente al que imaginaba: su marca había crecido, sus colecciones brillaban en eventos internacionales, y su nombre comenzaba a ser sinónimo de elegancia y sofisticación. Pero a pesar de su éxito, había algo que seguía anclada a su vida, algo que no podía dejar ir: Abel. Él seguía comprometido con Alice, y aunque nunca daban el siguiente paso, la idea de que Abel no la había olvidado se mantenía viva en su corazón.
Ese día, Olivia asistía a un evento de alto nivel. Era una oportunidad para mostrar su más reciente colección de joyas, pero no podía evitar sentirse distraída. Sus ojos buscaban, aunque lo intentara disimular, a Abel. Sin embargo, su atención se desvió cuando alguien más entró en el salón.
Gabriel.
Un rostro que había visto por primera vez cinco años atrás, cuando comenzó a asistir a eventos de alta sociedad. Aunque sus caminos se habían cruzado en varias ocasiones, nunca habían tenido una conversación más allá de los saludos casuales. Pero esa noche todo cambiaría.
Gabriel, con su mirada segura y una sonrisa que no pasaba desapercibida, se acercó a Olivia.
—Olivia, no puedo dejar de admirar tus colecciones. Has logrado mucho en estos años —dijo, su tono de voz amable, pero con un toque de interés profesional.
Olivia sonrió, agradecida pero calculadora.
—Gracias, Gabriel. He trabajado mucho para llegar hasta aquí —respondió con su mejor sonrisa, mientras sus ojos rápidamente se movían hacia la zona donde Abel debería aparecer.
Gabriel notó la ligera distracción en su mirada, pero no dijo nada. Sin embargo, no perdió oportunidad de acercarse más a ella.
—Deberíamos hablar más de tu trabajo. Me encantaría colaborar contigo en algún proyecto, creo que ya es hora de que terminemos esa charla de hace cinco años —comentó Gabriel, sin perder el contacto visual.
Pero Olivia no se sintió atraída por él. Gabriel era solo una pieza más en su plan, una ficha que podía mover para lograr lo que realmente quería: llamar la atención de Abel.
—Claro, podemos hablar más adelante. Estoy muy ocupada esta noche, pero seguro encontraremos un momento —respondió Olivia, manteniendo una postura cordial, pero distanciada.
Mientras la conversación con Gabriel continuaba de manera superficial, Olivia observaba el lugar con la esperanza de ver a Abel. La presencia de Gabriel era solo parte de la escena que estaba montando, un detalle para despertar algo en Abel que ella sabía que estaba latente. En algún lugar dentro de él, ese recuerdo, esa chispa de lo que compartieron, no estaba del todo apagada.
Abel no tardó en aparecer. Olivia lo vio entrar, y en ese momento, algo dentro de ella se removió. No importaba cuánto había cambiado, cuánto había avanzado en su vida. Abel seguía siendo el único que ocupaba su mente. Y aunque su compromiso con Alice estaba a la vista, Olivia sabía que aún podía hacer que él dudara.
Observó cómo Abel saludaba a los demás, su mirada finalmente aterrizando en ella. Aunque su rostro no mostraba mucha emoción, Olivia percibió esa fracción de segundo en que sus ojos se encontraron. La conexión, aunque tenue, estaba ahí. Y esa era la oportunidad que necesitaba.
Sin perder tiempo, Olivia se acercó a Gabriel con un gesto que no dejó de ser profesional, pero que a sus ojos era todo lo contrario. Le ofreció su brazo, y él, sorprendido pero halagado, lo aceptó sin dudar.
—Vamos a dar un paseo, Gabriel. Estoy segura de que tienes muchas ideas interesantes —le dijo con una sonrisa que, aunque amigable, estaba cargada de un mensaje diferente.
Abel no tardó en notar el gesto. Desde lejos, lo vio: Olivia, caminando con Gabriel a su lado, riendo y conversando. La escena fue suficiente para hacer que algo en él se agitara, algo que había estado dormido desde hace tiempo. Aunque seguía comprometido con Alice, no pudo evitar que una punzada de celos comenzara a recorrer su pecho.
Olivia no lo miró de nuevo. No lo necesitaba. Sabía que Abel estaba observando, y eso era lo que importaba. Gabriel era solo un accesorio en su juego, y aunque él no lo supiera, su propósito estaba cumplido.
Esa noche, Olivia no solo mostró sus joyas al mundo. También mostró a Abel que, aunque él estuviera con Alice, ella no lo iba a dejar ir tan fácilmente. Y cuando la velada terminó, Olivia se retiró con la sensación de que, por fin, había logrado lo que tanto deseaba: hacer que Abel se preguntara, aunque fuera por un instante, si su vida con Alice era realmente lo que quería.
Al salir del evento, Olivia se encontró con sus padres en el vestíbulo. Su madre, siempre impecable, con una sonrisa cálida pero algo distante, se acercó a ella y le dio un abrazo que para Olivia era más un ritual que un gesto lleno de afecto. Su madre siempre había sido más como una esposa trofeo, el tipo de mujer que se veía perfecta en los eventos, pero que rara vez estaba realmente presente en la vida de Olivia.
—Querida, qué hermosa te ves —comentó su madre, sus ojos recorriendo a Olivia con una mezcla de admiración y aprobación, aunque en el fondo Olivia sabía que no había mucho más detrás de esas palabras.
Su padre, por otro lado, estaba algo más distante. Era estricto, pero su amor por ella siempre se dejaba entrever en sus gestos y actitudes, aunque nunca lo demostraba abiertamente.
—Te ves bien, Olivia. Sigue trabajando como lo has hecho hasta ahora. Eres una mujer de gran potencial —comentó su padre, su voz grave y seria, pero cargada de orgullo.
Olivia asintió, agradecida por sus palabras, aunque sentía que ambos, de alguna manera, estaban más enfocados en su éxito profesional que en lo que realmente significaba para ellos como familia.
Mientras sus padres seguían conversando sobre detalles del evento, Olivia no pudo evitar sentir que había algo más importante en su vida, algo que aún no podía alcanzar, pero que seguía persiguiéndola: Abel. Y con la determinación que solo ella poseía, se prometió que esta vez no lo dejaría ir tan fácilmente.