Abel había pasado los últimos meses sumido en un caos interno del cual no lograba salir. Su vida parecía avanzar, pero una sensación extraña le decía que algo faltaba. Cada vez que veía a Olivia, había un nudo en su estómago, una sensación que no podía identificar. A veces sentía que había un vínculo más allá de lo profesional, algo que nunca había terminado de entender. Como si una parte de su vida estuviera en pausa, sin resolverse, y esa parte tenía que ver con ella.
Sentado en su oficina, con los ojos clavados en su escritorio, recordó un instante que siempre le había sido difuso. Esa noche de verano, cuando Olivia cumplió 15 años. La imagen se presentó de repente en su mente, como un destello entre la niebla. El recuerdo vino con una claridad sorprendente, una claridad que lo sacudió profundamente.
La Noche del Primer Beso
Era una noche cálida, la casa de Olivia estaba llena de risas, luces parpadeantes y música flotando en el aire. Todo parecía como cualquier fiesta de cumpleaños, pero no para Abel. Él había notado la forma en que Olivia crecía, cómo sus ojos ahora brillaban con una luz diferente. Ella ya no era la niña de antes; era una joven, y había algo en ella, algo que lo atraía de una manera que no había anticipado.
Recorrió el jardín hacia el rincón que siempre había sido suyo, el lugar que había sido su refugio en los días de su infancia. Bajo la vieja casa del árbol, los dos se habían refugiado. Se sentaron en el suelo, a la sombra de las ramas que les habían visto jugar durante años. La brisa suave agitaba las hojas y, por un momento, todo parecía en calma. Pero en ese espacio, en ese silencio compartido, Abel sintió que todo estaba a punto de cambiar.
Olivia lo miró fijamente. Sus ojos brillaban con una mezcla de tristeza y emoción. No dijo nada, pero Abel supo lo que pensaba, lo que sentía. Algo en su interior le decía que este momento había sido inevitable. Con una calma tensa, ella se acercó y lo besó. Un beso suave al principio, un toque que parecía no ser suficiente, pero que de alguna forma abrió un océano de sensaciones. La conexión fue inmediata. En ese instante, todo en el mundo desapareció, y solo existían ellos dos, el uno en el otro.
El beso terminó, pero Abel no se apartó. Quedaron ahí, juntos, en silencio. Abel no sabía cómo definir lo que sentía. Nunca había pensado en ella de esa manera, nunca había anticipado que un simple gesto de ternura pudiera transformarse en algo tan abrumador.
Pero, en ese preciso instante, Abel también supo que había algo en él que no estaba listo para aceptar. La diferencia de edad, la responsabilidad que sentía sobre ella, y su propio temor a lo desconocido hicieron que se apartara lentamente, aunque su corazón latiera con una fuerza que no podía comprender.
—Olivia... —dijo él, pero las palabras se quedaron atoradas en su garganta.
Ella, con una mirada casi triste, asintió.
—No lo olvides, Abel —respondió ella, en un susurro, como si supiera que algo importante estaba a punto de cambiar, aunque ninguno de los dos se atrevía a ponerle nombre.
Tres Años Después: El Comienzo de la Relación
Después de esa noche, Abel intentó no pensar en Olivia. Sabía que aquello no podía ser más que un desliz, una mezcla de emociones y circunstancias que no deberían haber ocurrido. Pero Olivia no desapareció de su mente, y más importante aún, no desapareció de su vida.
Con el paso de los días, Olivia se acercó a él más de lo que Abel hubiera imaginado. Al principio, él intentó mantener la distancia, alejarse de ella, pero no lo consiguió. Olivia era persistente, y sus sentimientos por él parecían tan claros como los suyos. Ella le habló abiertamente de lo que sentía, sin reservas, sin miedo a la respuesta que pudiera obtener.
Fue entonces cuando Abel, aunque dudoso y lleno de inseguridades, empezó a ver la posibilidad de algo real entre ellos. Tres meses después de su primer beso, él la besó de nuevo, esta vez sin las dudas que lo habían acompañado antes. Aceptó lo que sentía, sin temor. Durante los siguientes tres años, compartieron risas, conflictos, abrazos y momentos de intimidad que fortalecieron su relación. Su amor se fue construyendo paso a paso, a veces con altibajos, pero siempre creciendo.
Vivieron una relación intensa, llena de momentos bellos, pero también de desafíos. Abel a menudo se sentía culpable por la diferencia de edad, por la experiencia que él tenía, mientras que Olivia era aún tan joven. Sin embargo, a pesar de las dudas, las conversaciones y las decisiones difíciles, su relación parecía sólida.
Hasta que llegó el momento en que él tomó una decisión que cambiaría todo: irse al extranjero. La oportunidad de continuar con sus estudios y avanzar en su carrera fue algo que no podía rechazar. Pero la noticia fue un golpe duro para Olivia. Aunque entendía las razones de Abel, el dolor de la despedida era inevitable.
La noche antes de su partida, Olivia se presentó en el aeropuerto, su rostro reflejaba una mezcla de emociones. Ellos ya habían hablado sobre la partida, pero ahora que el momento estaba frente a ellos, las palabras eran insuficientes para expresar lo que sentían.
—No me dejes ir así —dijo Olivia, su voz quebrada. Abel sintió cómo su pecho se apretaba al escucharla.
Él no tenía una respuesta. No quería prometer algo que no estaba seguro de poder cumplir. Sabía que esa noche marcaba el final de algo, pero también el comienzo de lo que él pensaba sería la mejor decisión para su futuro.