La chica de New York

Capítulo 16º Errores.

Minutos después, Carlo se levantó del sofá. Su teléfono vibró sobre la mesa. Miró la pantalla con una expresión extraña y se alejó hacia el salón.

—Un momento —Yadira—. Tengo que atender esto.

Se fue cerrando ligeramente la puerta tras de sí, pero no del todo. Lo vi de espaldas, hablando con alguien en voz muy baja, como si no quisiera que yo oyera nada de la conversación.

Y entonces… la tentación apareció.

Estaba sola.

Y allí, frente a mí, una puerta entornada: el despacho de Carlo.

El mismo lugar que él había cerrado antes con disimulo.

Me levanté sin hacer ruido y abrí con cuidado. No sabía por qué lo hacía, pero algo en mí… necesitaba saber más. Era como si mi instinto me empujara a hacer lo que estaba claro que no tenía por qué hacer: tocar sus cosas sin su permiso.

Todo en ese despacho estaba en su sitio. Libros perfectamente alineados, una botella de whisky medio llena, ni una mancha, ni huellas de polvo, todo reluciente y ordenado. Y un escritorio amplio con varios cajones. Probé el primero: papeles de facturas, nada interesante. El segundo: bolígrafos, unas gafas, un reloj. Pero el tercero…

El tercero estaba atascado. Lo forcé con delicadeza hasta que cedió.

Dentro, había un sobre grueso, sin nombre. Al tocarlo, sentí una sensación extraña dentro de mí; también es verdad que estaba atenta a él por si venía, y al cajón. Lo saqué y lo abrí con las manos, temblándome de los nervios que tenía.

Fotos.

Documentos.

Pasaportes falsos.

Y luego… una hoja manchada en los bordes, con el nombre Antonia Klein escrito en la parte superior.

Mi madre.

¡Ostras! Me quedé helada...

Había también una foto antigua, tomada en blanco y negro. Ella era mucho más joven. Quizás con veintipocos años. Estaba embarazada, y a su lado había dos hombres trajeados. Ninguno me resultaba familiar… hasta que miré mucho más de cerca la fotografía.

Uno de ellos… era Alexander.

Tragué saliva.

¿Qué hacía él con mi madre en esa época?

Carlo seguía hablando en el salón, sin sospechar nada. Volví a meterlo todo en el sobre, bien colocadito, pero uno de los papeles resbaló y cayó al suelo. Al recogerlo, lo leí.

Un informe médico.

Fecha: 1999.

Paciente: Antonia Klein.

Observaciones: "Viajes frecuentes durante el embarazo. Sospechas de traslado de paquetes sin registro. Bajo vigilancia del agente Becker."

Agente Becker.

Ese nombre me sonaba.

Volví a guardar todo como estaba justo cuando escuché sus pasos acercándose.

Me senté en el sofá, fingiendo estar leyendo uno de sus tantos libros de la estantería.

—¿Todo bien? —preguntó él, volviendo a entrar.

Asentí, sonriendo. Fingí que nada había pasado.

—Sí… solo pensaba en lo bonita que es la vista desde aquí. Y bueno, este libro me tiene intrigada...

Carlo me miró de reojo como si sospechara algo. Quizá era mi culpa por no saber mentir bien.

Yo sabía algo que no debía saber.

Y, entonces, entendí que Carlo no solo era el hombre que me atraía.

Él también estaba metido en todo aquello.

Hasta el cuello.

Pero él es más joven que mi madre. No concibo la idea de que en algún momento de sus vidas, cuando no existía ni yo, o tal vez era pequeña, ellos ya se conocían.

Miro atrás y ahí están; estoy en el presente y es mi madre tan diferente. Tan tranquila, con un trabajo de limpiadora y con sus hijas, en un apartamento nada lujoso, aunque no nos falta de nada. Bueno, por mí no se tiene que preocupar; me ve muy poco el pelo. Pero no me la imagino en otra vida, de espía, con esos hombres. Haciendo trabajos sucios, pero claro, luego miro a Carlo y pienso...

¿En qué se diferencian ambos? Y... ¿por qué aparece Alexander en todas partes?

Me he complicado la vida, yo solita como siempre; la cuestión es que me gusta terminar todo lo que empiezo.




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