La chica del cabello blanco (reescrito)

CAPITULO 4

El trayecto hacia mi casa no tardó más de diez minutos, pero se sintió como una eternidad. Durante ese breve tiempo, mi mente no dejó de girar en torno a las palabras de Miguel. Cada frase que había dicho, cada insinuación, se repetía en mi cabeza como un eco interminable. Sentía que todo lo que creía seguro se tambaleaba. No solo por lo que había pasado con Karina, sino por esa pequeña duda que Micky había sembrado sobre Suki. ¿Había algo más? ¿Estaba yo viendo todo de manera equivocada? Las emociones seguían a flor de piel, mezclándose entre la euforia, el nerviosismo y una extraña sensación de desconcierto que me provocaba un nudo en el estómago.

Cada paso que daba hacia mi casa era pesado, como si mis pies fueran arrastrados por una carga invisible. Caminaba lento, no solo porque quería calmar el dolor que sentía en el estómago, sino porque en el fondo sabía que, en cuanto llegara a casa, tendría que enfrentar la realidad. La verdad de lo que había pasado con Karina y la incertidumbre de lo que eso podría significar para mí.

Al llegar, me detuve por un momento frente a la puerta, respirando profundamente. Apenas giré la llave y abrí, me recibió la voz de mi hermana mayor, Karla.

—¡Hola, por fin llegas! —dijo con su tono habitual, siempre cargado de una mezcla entre preocupación y autoridad—. ¿No crees que es demasiado tarde?

Su voz me sacó bruscamente de mis pensamientos. Karla siempre había sido así, como una madre sustituta. Aunque nunca había sido realmente estricta, sus preguntas constantes y su actitud sobreprotectora me sacaban de quicio.

—Me entretuve con Miguel —respondí, tratando de sonar casual mientras dejaba mi mochila tirada al lado del sofá—. El profesor lo retuvo más tiempo de lo normal porque, por lo que escuché, copió toda su tarea de un compañero y hasta se olvidó de cambiar el nombre. Lo descubrieron, así que tuvo que hablar con él, y yo me quedé esperando.

Karla soltó una pequeña carcajada, una de esas que hacía cuando encontraba algo ridículo pero, a la vez, entretenido.

—¡Ay, ese Miguel siempre metido en líos! —respondió, sacudiendo la cabeza con una sonrisa—. Es un buen chico, aunque bastante tonto a veces. Además de feo —agregó con un tono burlón, mirándome de reojo, esperando ver mi reacción.

Yo solo solté un suspiro, no tenía ganas de seguir con su juego. Karla siempre encontraba la manera de burlarse de Miguel, aunque en el fondo sabía que lo apreciaba. Sin embargo, lo que me sorprendió fue cómo su expresión cambió repentinamente. Su sonrisa se desvaneció y su mirada se volvió más inquisitiva, como si estuviera tratando de leerme.

—Pero, ¿sabes qué? No sé por qué, pero no te creo ni una palabra —dijo, su tono volviéndose serio, como el de nuestra madre cuando intentaba adivinar si mentíamos sobre algo.

Mi estómago se contrajo de nuevo, esta vez por la incomodidad de su mirada. No era que estuviera mintiendo, pero tampoco quería que ella supiera todos los detalles de lo que había pasado ese día. Mi vida sentimental no era algo que me gustara compartir con ella, ni con nadie de la familia.

—No te estoy mintiendo —respondí, algo molesto por su insistencia—. Y aunque lo hiciera, no entiendo por qué siempre tienes que interrogarme como si fueras nuestra madre. No tienes que saber todo lo que hago o dejo de hacer. Déjame en paz, por favor.

Sabía que mis palabras habían salido más duras de lo que pretendía, pero en ese momento solo quería alejarme de ella, de la casa, de todo lo que me recordara la presión constante de tener que rendir cuentas a alguien. Me dirigí rápidamente hacia mi cuarto, tratando de cerrar la conversación antes de que ella pudiera seguir haciéndome preguntas.

—Voy a descansar un poco. Me voy a dormir —le dije de espaldas, ya caminando hacia mi habitación.

—Está bien, descansa. Cuando esté la comida te despierto —respondió ella con un tono más suave, probablemente intentando calmar las tensiones que yo mismo había creado.

No me detuve a agradecerle ni a decirle nada más. Simplemente empujé la puerta de mi habitación y la cerré detrás de mí, soltando un suspiro de alivio al estar finalmente solo. Me dejé caer en la cama, mirando al techo, tratando de poner en orden todo lo que había pasado en las últimas horas. El beso de Karina, las palabras de Miguel, la intriga sobre Suki. Todo se mezclaba en mi cabeza, como si fuera una madeja de pensamientos imposible de desenredar.

El silencio de mi cuarto me permitió pensar con más claridad, pero al mismo tiempo, ese mismo silencio amplificaba mis dudas. ¿Y si Miguel tenía razón? ¿Y si Karina solo estaba jugando conmigo, celosa de que yo estuviera más cercano a Suki? Esa idea me carcomía, pero también me aterraba. Había pasado tanto tiempo obsesionado con Karina, esperando una señal de que ella me correspondía, que no sabía cómo lidiar con la posibilidad de que todo fuera una mentira.

Y luego estaba Suki. Su imagen aparecía en mi mente de forma inesperada, como una sombra que se colaba entre mis pensamientos. Siempre la había visto como una amiga, una chica con la que podía pasar el tiempo sin preocupaciones. Pero ahora, después de lo que Miguel había dicho, no podía evitar preguntarme si había algo más. ¿Había estado yo tan cegado por Karina que no me di cuenta de lo que Suki sentía? ¿O simplemente estaba exagerando?

Me giré en la cama, buscando una posición cómoda mientras intentaba calmar mi mente. Pero por más que intentaba relajarme, no podía dejar de pensar en las miradas de Karina, en las palabras de Suki, y en la sonrisa maliciosa de Miguel antes de bajarse del camión. Todo estaba conectado, pero aún no sabía cómo encajar todas las piezas

Mi cuarto siempre había sido mi pequeño refugio, el único lugar donde podía ser realmente yo. No era un espacio muy grande, pero para mí era perfecto. Lo primero que resaltaba al entrar era mi cama matrimonial. Siempre me había gustado dormir en una cama grande, aunque el cuarto fuera para mi solo. Me movía mucho durante la noche, y tener tanto espacio me permitía dar vueltas sin problemas. Era uno de esos pequeños lujos que me permitía tener. Además, esa cama era mi lugar favorito para pensar. No solo para dormir, sino para tumbarme boca arriba, mirando al techo, mientras mis pensamientos iban y venían como un torrente. En esos momentos, me sentía libre, alejado del caos del mundo exterior, de las confusiones, de los problemas.



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En el texto hay: mexico, romance, frienzone

Editado: 19.09.2024

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