NOSOTROS

He permanecido en este café con el afán de verla de nuevo. Ya no importa con quién o quiénes venga; si vuelve con él, o hasta con hijos, no importa. Sólo quiero que me dirija una nueva sonrisa.

El tiempo pasa caprichoso, rápido, sin esperar a nadie, hace lo que quiere y yo... sigo esperándola.

No sé qué sentir ahora mismo. Ella ha vuelto, ha cruzado la puerta de nuevo, pero no sonríe, tiene la mirada perdida; puedo ver un profundo dolor en sus ojos cristalinos. Pide un americano con crema de avellana, ¿ya no te gusta el latte?, sin esperar a que su orden esté lista, camina agachada hasta su asiento de siempre casi arrastrando los pies, cubiertos con unos zapatitos cerrados sin tacón. La miro detenidamente, lleva un abrigo negro cubriendo una blusa y una larga falda del mismo color; no se ha maquillado, sus ojos están hinchados y su cabello descuidado. Me ofrezco a llevarle el café a la mesa. Conforme me voy acercando, siento un aura triste, desolada. Me inclino y le acerco la taza, intento mirar de cerca su rostro.

-Disculpe, su café.

-¿Por qué?- me pregunta de golpe, tomándome por sorpresa. No tengo tiempo de responder.

-Dime, ¿porque él?

No comprendo sus amargos reclamos, ni sus ojos como cascadas que dejan libres gruesas gotas. Una mueca de dolor se dibuja en su rostro, en la mano izquierda sostiene un rosario y con la otra atrapa la mía con fuerza, como si estuviera a punto de caer y el tomarla fuera su única salvación. No necesito más señales para entender, pero aún así lo dice:

-Yo lo amaba, era una gran persona y un buen esposo, ¿por qué se fue?, ¿por qué ya no está en este mundo?

Porque somos efímeros. Dejo que llore y sostenga mi mano por un buen rato. Alguien ocupa mi lugar en la caja al comprender la situación. Siento dolor al verla así. A pesar de que la suavidad y calidez de su piel me brinden una sensación de esperanza, no puedo sentirme feliz, el recuerdo de él está ahí en la mesa, en el café americano con crema de avellana.