Creo que todos, en algún momento de la vida, hemos soñado. Los sueños son tan diversos: buenos y malos, en color o en blanco y negro; algunos son inolvidables, mientras que otros se desvanecen en la bruma del despertar. A veces, te sobresaltas en plena madrugada, con la piel erizada y el corazón desbocado, latiendo a un ritmo que ni el baterista más virtuoso habría imaginado. En otras ocasiones, deseas fervientemente que esos sueños se hagan realidad, como cuando te imaginas ganando la lotería y, al despertar, corres a comprar un billete con el número afortunado. A veces, eso funciona. Y si no, no importa; tendrás otro sueño, más bello, más prometedor. Después de todo, los sueños cambian, y con ellos, nuestras esperanzas.
Cuando los sueños toman un giro extraño o incomprensible, la mente se apresura a buscarles un significado. Interpretamos lo que vemos según nuestras creencias y miedos. Hay quienes aseguran que los sueños pueden predecir el futuro. Quizás tarden décadas en cumplirse, pero cuando lo hacen, esos mismos lo proclaman con orgullo: los sueños proféticos existen. Sin embargo, durante todo ese tiempo, no hemos hecho más que forzar coincidencias para darle sentido a nuestras ensoñaciones nocturnas.
También se puede temer profundamente a los sueños, rezar para que la noche pase en blanco. Porque no es nada agradable ser la víctima principal en tus propias visiones. Nadie puede explicar con certeza por qué ocurren esos sueños perturbadores, y aunque haya teorías, la verdad es que casi nadie sabe lo que realmente significan. Algunos dicen que soñar con la muerte augura una larga vida. Otros simplemente guardan silencio y se encogen de hombros. A veces, esas predicciones se cumplen; otras veces, la vida trae sorpresas que jamás imaginaste.
En lo personal, nunca les presté mucha atención a los sueños. Los veía, me despertaba y los olvidaba. Mi mente se llenaba de preocupaciones más terrenales: el trabajo, las cuentas, el tráfico, las caras de extraños, el dinero… ¿Quién tiene tiempo para recordar esas fantasías desordenadas que aparecen por la noche? Además, mi jefe no me daba tregua. Me reprendía por llegar tarde, me bajaba el sueldo buscando motivos y me amenazaba con despedirme. No creía en sueños proféticos ni en milagros, hasta que un día ocurrió algo que, hasta hoy, no me puedo explicar.