El día en la oficina transcurría con la misma monotonía de siempre. El tecleo constante y el zumbido de las impresoras formaban una banda sonora repetitiva que, en lugar de ayudarme a concentrarme, me sumía en un estado de letargo. Afuera, el cielo gris parecía reflejar mi ánimo, con nubes que se acumulaban pesadamente, como si también quisieran sumarse a mi apatía.
Era una tarde de jueves, y mientras revisaba un informe sin mucho interés, no podía sacarme de la cabeza la conversación con Sergio. Ambos éramos fanáticos de equipos rivales, y lo que empezó como una discusión amigable sobre fútbol se había convertido, como siempre, en un duelo de orgullo.
—No hay manera de que tu equipo gane la liga este año —dijo Sergio con su típica sonrisa burlona.
—¿Ah, sí? Te apuesto lo que quieras a que el mío lo gana. No tengo dudas —respondí, sin pensarlo demasiado, confiado en que mi Atlético estaba en su mejor momento.
Las risas se intensificaron alrededor. Nuestros compañeros, acostumbrados a nuestras disputas, miraban con curiosidad. Andrés, el típico bromista, decidió añadir más leña al fuego.
—Si pierdes, tienes que recorrer el Camino de Santiago con la bufanda de tu equipo perdedor —propuso, riéndose como si la idea fuera lo más absurdo del mundo.
No lo dudé ni un segundo y acepté la apuesta, sin sospechar lo que se avecinaba. Pero mientras avanzaba la temporada, la realidad se fue imponiendo. Mi equipo, que parecía imparable al principio, empezó a acumular derrotas. Al final, el Atlético no solo no ganó la liga, sino que terminó relegado a la mitad de la tabla. La derrota dolía, pero lo que más dolía era lo que venía a continuación.
Al día siguiente, Sergio apareció en la oficina con una concha de peregrino colgando de su cuello y la bufanda de mi equipo bien visible.
—Okey, no seré tan cruel —dijo entre risas—. Puedes empezar el Camino desde Ponferrada. Solo son cinco días, pero quiero ver tu Compostelana y una foto delante de la catedral con esa bufanda. No hay escapatoria.
Con un suspiro resignado, empecé a hacerme a la idea de lo que me esperaba. No estaba en forma y el Camino se perfilaba como una penitencia absurda. Mientras me hundía en pensamientos pesimistas sobre el esfuerzo físico que implicaba, una pequeña chispa de curiosidad se encendió en algún rincón de mi mente. ¿Sería este un simple castigo o habría algo más en el Camino? ¿A lo mejor encontraré algo muy interesante? ¿una chiga guapa y buena, por ejemplo?