Caminé unos cuantos kilómetros, todavía con la sensación de desorientación de la noche anterior, y me detuve en un cruce de caminos. Allí, de repente, el mismo río que había visto en el cuadro de la chica apareció ante mí, fluyendo silencioso y tranquilo a través del paisaje. El agua cristalina reflejaba la luz del sol de la mañana, creando un ambiente sereno que contrastaba con la inquietud que sentía en mi interior. Había algo en aquella escena que me parecía irreal, como si el río mismo hubiera salido del sueño que había tenido la noche anterior.
Recordé las palabras de la chica: "Sigue el río, te protegerá y llevará al final del camino." Algo en su tono me había convencido de que debía confiar en ella, así que, a pesar de las dudas que me invadían, decidí seguir el curso del río.
La mañana era fresca, y el murmullo constante del agua a mi lado me ofrecía un consuelo que necesitaba. Pero después de un par de horas, el paisaje a mi alrededor empezó a parecerse demasiado a sí mismo. El sendero, los árboles, el río... todo parecía repetirse. Estaba dando vueltas. Las rutas del Camino a menudo pueden parecer interminables, pero esta vez, algo no estaba bien. El río, que debía guiarme, parecía conducirme en círculos.
—¿Soy un tonto? —grité, frustrado conmigo mismo, al escuchar cómo mi voz se perdía en la soledad del bosque. ¿Por qué confié en esa chica? Sabía que no debía haber dejado el Camino oficial, y ahora me encontraba en medio de ninguna parte.
Fue entonces cuando vi a un hombre mayor caminando tranquilamente junto a una vaca. Sus ojos astutos se encontraron con los míos antes de que yo pudiera pedirle ayuda.
—El Camino no está por aquí, muchacho —me dijo con su voz ronca pero llena de certeza—. Está al otro lado del río. Solo cruza por el puente de piedra más adelante, y verás las señales.
Me quedé un momento en silencio, procesando sus palabras. ¿El otro lado del río? ¿Por qué la chica me habría guiado en la dirección contraria? Agradecí al pastor, y sin más vacilaciones, seguí sus indicaciones. Poco después, el puente de piedra apareció ante mí, envuelto en sombras tranquilas. Lo crucé y, como si el destino hubiera esperado a que diera ese paso, vi la flecha amarilla inconfundible, la señal del Camino de Santiago.
Respiré profundamente, aliviado. El pastor tenía razón. ¿Pero por qué la chica me habría desviado?
Desde ese momento, el camino fue más claro y directo. Después de varias horas de caminar, finalmente llegué a Santiago de Compostela. La imponente catedral se alzaba ante mí, majestuosa, irradiando una sensación de logro y paz. En la gran plaza, reconocí a algunos de los amigos que había conocido en el Camino. Nos abrazamos, compartimos risas y las historias de los últimos días.
Uno de ellos, el guitarrista, me informó que tenían una cama libre en su refugio.
—Un compañero nuestro, Jon, tuvo un accidente esta mañana. Un loco en moto lo atropelló cuando cruzábamos una carretera —dijo con preocupación—. Está fuera de peligro, pero pasará la noche en el hospital, así que puedes quedarte con nosotros si quieres.
—¿Cómo sucedió? —pregunté, sorprendido y preocupado.
—Salimos del albergue temprano y llegamos a un cruce de caminos, cerca de un río. Estábamos a punto de cruzar una carretera cuando apareció este loco en moto. Los demás cruzamos primero, pero cuando Jon intentó pasar, el tipo salió de la nada y... —el guitarrista sacudió la cabeza, aún afectado—. Fue un milagro que no le hiciera más daño.
Mi mente empezó a acelerarse. ¿Un cruce de caminos cerca de un río? Las palabras resonaron en mi cabeza. Era el lugar donde yo había encontrado la señal del Camino después de cruzar el puente. Si no hubiera desviado hacia el río seguido las indicaciones de la chica, si no perdía tiempo dando las vueltas, probablemente habría estado en esa misma carretera en el momento del accidente. Jon no habría sido el único atropellado.
Un escalofrío me recorrió la espalda. ¿Había sido todo esto una coincidencia? ¿O había algo más detrás de lo que me había sucedido con la chica del vestido blanco?
Miré al guitarrista, intentando procesar lo que me acababa de contar, pero dentro de mí estaba negando todo lo ocurrido. Intentaba convencerme que era una simple casualidad.
El río, la chica, el sueño… Todo parecía conectado, de una manera que no alcanzaba a comprender. Mientras mis compañeros hablaban y reían a mi alrededor, mi mente seguía anclada en la misteriosa noche que había pasado y el extraño destino que parecía haberme evitado un accidente.