15/04/2016
¡Hoy es un día muy especial! Mañana es el cumpleaños de mi mamá y hoy, después de la escuela, iré a comprar su regalo.
Me encuentro en la escuela, sentada en mi banco en el medio de la clase, esperando que la profesora de matemáticas entre por la puerta y de sus aburridísimas lecciones. Mí peor materia, pero hoy nada me puede quitar la cara de felicidad. De seguro ahora tengo una sonrisa espeluznante, sin embargo, nadie voltea a verme. Creo que es la primera vez que me pone contenta que no me noten. Lamentablemente la persona que entra por la puerta si se da cuenta. Acompañado de la profesora, un chico de dos años mayor, vestido con el uniforme gris de la escuela y con el pelo medio largo y negro. Hace mucho que lo veo merodear por el establecimiento; nunca me atreví a hablarle. Jamás le daría una chance a alguien como yo, y más cuando su novia es la chica sentada frente a mí.
Me gusta imaginar cómo sería salir con alguien así de lindo y popular, pero solo en sueños se queda.
Puedo ver como mi compañera Lila juguetea con las puntas de su cabello. Supongo que le está dedicando una sonrisita o algo por el estilo. Por alguna tonta razón, me pone celosa.
Como decía, el novio de Lila se llama Sábita. Es de algún sitio donde los nombres raros abundan, supongo. Al entrar me regala un ademán de disgusto y repulsión que no me voy a olvidar en años. Traté de ocultarme con mi carpeta. Estaba totalmente colorada y acalorada, tan así, que no pude evitar el tonto impulso de abanicarme con las manos. Resulta que ya ni me acuerdo a que entró.
—¡Celeste! —La profesora llamó mi atención.
De un sobresalto conteste tímidamente con un potente: “¡Sí!”, el “sí” más vergonzoso de mi vida. No me quiero ni acordar, aunque ahora que lo pienso, no sé por qué lo estoy escribiendo en este diario. Seré tonta...
El resto del día me la pase dibujando en mi carpeta ¡Las clases me aburren un montón! ¡Son insufribles!
Cuando tocó el timbre que nos indicó la libertad, salí corriendo velozmente hacia el centro. La ciudad se llama Welttob, o como a mí me gusta llamarlo: "Vuelto". Ojalá le pudiera hacer un chiste así de bobo a una amiga, claro, si tuviera una que no sea mi mamá.
El centro de la ciudad estaba muy concurrido. Una gran variedad de tiendas de todo tipo; son lo mejor para descansar. ¿Qué mejor que comprar chucherías? Por lo menos para mí, pocas cosas.
Iba alegre en mis pasos, cuando me quedé inmóvil frente a un escaparate de una de las tiendas de joyas lujosas y brillantes. Por la razón, la cual me trajo hasta aquí, me puse a pensar:
—¿Qué le puede gustar para su cumpleaños?
Busqué y busqué de arriba a abajo por toda la calle central, y a pesar de mis incesantes intentos, no podía creer que no se me ocurriera nada.
—¿Tan poco la conozco? Toda la vida junto a ella y no se me ocurre nada —me reprochaba.
Estaba realmente triste. Comencé a pensar que tenía alguna especie de problema. ¿Fallas en la memoria quizá? Alguna tonta excusa para evadir lo que sentía.
Finalmente llegué a mi casa a unos minutos de que oscureciera.
—Hija, Cele, te tardaste mucho, ¿qué estuviste haciendo hasta tan tarde? —preguntó mi mamá, algo enojada.
—Nada mamá, solo paseaba... —oculté la sorpresa.
Cuando el reloj marcó las doce horas, busqué a mi mamá en su cuarto y me paré a su lado. Ella estaba recostada en su cama revisando su teléfono celular. Dudosa, saqué mí mano de mí espalda y le entregué una pequeña bolsita de regalo, decorada con un moño blanco, de esos que centellan con la más mínima luz. Se la veía entusiasmada, hasta que lo abrió. En cuestión de un fragmento de tiempo del cual no sabría decir con exactitud su nombre, fugazmente pasó de un estado de felicidad a uno de decepción y de nuevo a uno de felicidad, sin embargo, esta vez era fingida.
—¡Qué lindo llavero! —exclamó mi mamá.
Rápidamente salí corriendo de la habitación con lágrimas que me inundaban los ojos. Solo alcancé a mantener mi voz para decir: "De nada". Me arrojé en mi cama con el corazón en mil pedazos.
—¿No pude darme cuenta antes? ¿No pude darme cuenta de la horrible persona que soy antes de entregarle esa porquería de obsequio? —me recriminaba para mis adentros, mordiendo la almohada con furia y angustia, tratando de que no oyera mis sollozos.
No odiaba a mi mamá por no gustarle el regalo, me odiaba a mí.
Me deshice en llantos hasta quedar dormida, diciéndome las palabras que jamás quise oír, ni siquiera de mis labios:
—Por tu culpa tus padres se separaron.
No tenía otras palabras con que herirme, a pesar de que sé que eso no es verdad.
Recuerdo tener horribles pesadillas. Miles de haces de luces me desintegraban y me volvían a unir, en un fondo oscuro y aterrador, tan solitario... qué no me importaba quien sea que me acompañe, incluso Lila estaba bien en ese momento, solo quería compañía. Me sentía en un desierto con el calor abrazador empujándome hacia la arena, manteniendo presión. Me desperté en varias ocasiones para beber agua, para ir al baño o para quedarme sentada para mirar por la ventana, por la cual, entra la luz del farol de la calle frente a mi casa. De igual manera, cada vez que lograba conciliar el sueño, continuaba la pesadilla en el instante exacto de cuando me despertaba.
Esa mañana debía ir a la escuela, pero antes debía ver a mi mamá, quien me llamaba para el desayuno. Me senté frente a mi espejo, pinté mis uñas, me maquillé y me hice un nuevo peinado de cola de caballo, pero sin dejar todo mi pelo atado. También lo decoré con una hebilla rosa en forma de moño.
Repentinamente me quedé embobada frente al espejo, al ver como una brillante y blanca luz paseaba por mi habitación, chocando con la ventana, el placar, el techo, cómo un pájaro que entra por equivocación a la casa. Al darme vuelta no estaba; lo que sí estaba, era una falsa confianza.