La chica peculiar

Capítulo 2: Lila

16/04/2016

Lila es... ¡La persona que más odio! Somos las únicas que nos conocemos desde el jardín de infantes en esta escuela. Todos nuestros amigos se terminaron yendo a otras escuelas, aunque a decir verdad no eran mis amigos como tal, más bien, compañeros. ¿Por qué digo que la odio? Puede ser el hecho de que siempre se ha metido conmigo y ha esparcido rumores falsos, por los cuales nadie se me acerca. No los voy a decir porque son desagradables, y lo peor de todo, es que no tengo idea del motivo que le hizo empezar este ataque hacia mí persona.

Ahora, se preguntarán porque les estoy contando todo esto. Empezaré por el momento en que llegué a la puerta de la escuela, con mi nuevo estilo y de su corta duración. Obviando que Lila se burló y se lo contagió al resto de compañeros de curso, me acusó con la directora (su mamá) y me amonestaron —siendo que ella también se maquilla—. Para la mala fortuna de ambas, el profesor de historia nos encargó un trabajo para este fin de semana, en el cual, tengo que hacer equipo con Lila.

—¿¡Que!? ¿Cómo es capaz de ponerme en el grupo con Celeste? —espetó Lila, sobresaltada y furiosa. Se levantó de golpe del asiento y arrojó sus cosas al suelo, con la impunidad que su madre la directora le otorga.

La reina del drama estaba colérica y, a pesar de que yo me encontraba algo intimidada por la rabieta, me puse de pie y respondí:

—Te voy a hacer todo el trabajo, ¿por qué te quejas?

Ni siquiera sé porque dije eso, fue lo primero que se me ocurrió. Ahora que lo pienso suena ridículo.

Lila no se volteó a verme, tampoco me respondió, simplemente enderezó la cabeza para dirigirse al profesor y dijo:

—Tengo el mejor promedio, ¿cómo se atreve a ponerme con ella? Exijo que la cambie de grupo.    

Su voz era serena, pero ocultaba un huracán de blasfemias que de seguro me quería gritar en la cara.

Para mi sorpresa, el profesor no se doblego, ni por más que la directora sea su mamá, o que su padre fuera el presidente (que no lo es). Se ve que tenía las ideas bien firmes. Se negó rotundamente, es más, quitó a los otros dos niños del grupo y nos ordenó que el trabajo debiera ser entregado el lunes, únicamente por nosotras dos. Solo nosotras dos para una tarea de cuatro personas. De no ser por el hecho de reírme de Lila, y por imaginar su rostro sorprendido, boquiabierta y con cara de tonta que da miedo, estaría demasiado triste como para aguantarlo.

—¡Genial! Tenemos dos días para pasarlo juntas y entregar la tarea —me burlé.

En ese instante me di cuenta, ¿para qué me hice la graciosa? La tuvieron que sacar del aula a la fuerza, me estaba por sacar los ojos con un punzón. Lo bueno de esto es que a Lila también le dieron una amonestación.

El resto de las clases pasaron sin penas ni glorias. Tareas, tareas y más tareas de la prestigiosa escuela de El lago diáfano. Un nombre que se colocó porque atrás de la escuela, un lago inspiró al fundador en crear el establecimiento. Si no me equivoco, el tátara abuelo de Lila, o quizá un aún más lejano pariente. Otra cosa buena de todo esto es que la chica más sobresaliente e inteligente de la escuela me haría el trabajo. Digo, dudo que precisara de mí ayuda, pero de todos modos tendré que ir a su casa mañana, el sábado.

El timbre sonó, un hermoso sonido de esos que suenan en mansiones. Si bien era una casa elegante e inmensa, no llegaba a una. Tenía dos pisos y las paredes era de un color crema, rosado, o algo por el estilo, no soy muy conocedora de los colores más allá de los normales. Resulta, que, al tocar el timbre electrónico, una persona que no me imaginaba abrió la puerta. Sábita, con ese ademan de "nada" o, "cara de póquer" como bien diría mi buena señora mamá. Llevaba vestido unos pantalones negros y una camisa azul, zapatos negros y un aro plateado en el lóbulo de una de sus orejas.  

Sorprendida, solo atine a decir:

—¡Hola! —Sonando como si realmente me daba gusto verlo. Que gusto da, pero no de ese tipo.

Sábita actuó con total displicencia. Pude escuchar un UHMM emanado de entre sus labios cerrados. Me hizo latir el corazón a mil. Sé que es un imbécil, pero es tan lindo...

Dejando de lado mi patética forma de ser, lo seguí hasta la habitación de Lila entre pasillos y salas, entre más pasillos y más salas, hasta que, por fin, dimos con los aposentos de la reina creída.

—Pasa —dijo Sábita.

Creo que fue la primera vez que me dirigió la palabra. En eso, se retiró. Yo quedé frente a la puerta, dudando si entrar. Claro está que tenía que hacerlo, para algo vine, pero por alguna razón que desconozco, me congelé en el momento que tomé la perilla redonda. Tragué saliva y pregunté:

—¿Se puede? —me tembló la voz.

— ¡Adelante! —respondió Lila, con esa voz de niña buena que siempre me irrita.

Estaba en la cama tendida, con una mesita lista con todos los útiles necesarios y su computadora portátil encendida, con un fondo de pantalla de un amanecer genérico. Lucía una hermosa remera amarilla que dejaba su vientre a la vista, pantaloncitos cortos blancos y unas sandalias del mismo color. En ese momento me entró un sentimiento que me hizo pensar: ¿Qué me puse? Mi sentido de la moda siempre fue un poco infantil, llevaba una remera purpura holgada, con un pantalón verde musgo y unas zapatillas deportivas, aunque de deportes no era muy aficionada. Por otra parte, su habitación era de tonos claros, como el exterior de la casa. Todo tan bien ordenado y cuidado, que dejaban a mi cuarto como el de un niño revoltoso. Luego de comparar innecesariamente, la saludé un poco tímida.

Lila se incorporó rápidamente.

—Empecemos y terminemos esto de una buena vez. De preferencia me gustaría que sea para hoy, no voy a aguantar el día de mañana.




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