18/04/2016
Lunes ¡Maldito lunes! Es el momento de entrar al aula y enfrentar a Lila. Anhelaba la idea de no tener que hacerlo, debo admitir, no quería verle la cara después de lo del sábado. ¿Qué nueva lista de insultos se habrá inventado esta vez? Tengo los pelos de punta de solo pensar en el ridículo que me hará pasar. ¿Le mentira al profesor? ¿Le dirá que no la ayudé? ¡Otra mala nota no por favor...!
Caminé hasta mi banco con pasos rígidos y rápidos. No tuve el valor suficiente para encontrarme con los ojos de Lila, mantuve mi vista en el piso.
Cuando me senté, me percaté de que Lila se había cortado su hermosa cabellera larga y rubia que le llegaba hasta la cintura, ahora, lo tenía un poco más corto. Me sorprendió, siempre le encantó esa parte de su cuerpo. Hasta donde recuerdo, planeaba dejárselo tan largo como le era posible. Aunque realmente eso fue hace mucho, siento que ya no la conozco como pensaba.
El profesor entró por la puerta y acomodó sus cosas en el escritorio.
—Buenos días alumnos —saludó amigablemente —. Si son tan gentiles, dejen sus trabajos en mi escritorio. Acérquense en orden.
Lila se puso de pie y entregó nuestra tarea. Sin perder tiempo, el profesor la tomó para dejarla separada al resto. Así, la hora de historia transcurrió con normalidad y para el final de esta, el profesor anuncio la nota del trabajo.
—Chicos y chicas, atiendan. Me he tomado el tiempo para corregir el trabajo de Lila y Celeste antes que el resto. Para el viernes todos los demás sabrán sus notas.
Nuestros compañeros refunfuñaron y se quejaron por la “preferencia”. Luego de pedir silencio y que los revoltosos pararan sus protestas, el profesor continuó:
—Estoy verdaderamente orgulloso, por ambas. Se tomaron muy en serio la tarea, y es algo que tendré en cuenta. No solo tienen un diez, si no, que tomaré de referencia su trabajo para con el resto. Felicidades, sigan así.
Estaba estupefacta, no me lo podía creer. Pensaba que Lila ni siquiera pondría mi nombre en él. De no ser porque estaba enojada con ella, me levantaría para darle un abrazo. En cambio, ella estaba impasible, de hecho, siempre lo estaba, excepto cuando se pone iracunda.
El recreo hizo que todos se fueran del salón de clases. Yo me quedé un momento pensando en por qué no me fastidió con la directora. Cuando me di cuenta que ya todos se habían ido, salí en su búsqueda. ¿Será que aún me quiere, aunque sea un poquito? Estoy feliz, muy, muy feliz de solo pensarlo ¡Ojalá!
La busqué por gran parte de la escuela. Sin hallarla, recordé nuestro lugar. Como esta escuela tiene jardín, primaria y secundaria, pasamos mucho tiempo juntas y, específicamente en primaria, el primer año, solíamos ir a un sitio alejados de todos, uno donde nadie va en los tiempos libres porque desde ahí casi que no se oye la campana.
Corrí con todas mis fuerzas para charlar a solas. No sabía cuándo la campana podría sonar, y como teléfono celular no tengo y me atemoriza preguntar la hora (prefiero no comentar sobre eso) me apuré cuanto pude. Me faltaron pulmones, pero llegué. Estaba sentada, apoyada en un viejo y monstruoso árbol. Uno que habrá pasado de todo en su vida; estaba en sus últimas, y aun así, sus hojas verdes eran de colores vivos y su copa era frondosa como pocos que habré visto.
—¡Aquí estas! —le dije, respirando afanosamente. Y puede que suene asqueroso, pero sudo mucho; así estaba.
—Es obvio, ¿no? Me estás viendo —me respondió Lila, áspera como la lija que utilice para quitar el óxido de mi vieja bicicleta.
—¿Estás enojada por lo del sábado? ¿Es eso? —me aventuré.
—¡No solo fue eso! —gritó con desprecio. En ningún momento dejó de mirar el lago. El lago estaba sucio, musgoso y oscuro. Nada a lo que era antes. Habiendo pasado tan poco tiempo y parecía un lugar totalmente diferente. Antes era claro, transparente, donde podías observar como a un espejo tu reflejo.
—Siempre me dices lo mismo, pero nunca me esclareces que te molesta de mí —le aclaré con tranquilidad. Lo que menos quiero ahora mismo es ponerme a pelear otra vez.
Me senté cerca, mirando al lago como ella lo hacía. Quizá, de esa forma, regresaría a su estado anterior.
—Me robaste... —Lila tragó saliva. Sus palabras se las arrebato al verme de reojo.
—Yo nunca te robaría, Lila. Estás equivocada —contesté.
Pude ver como ocultaba su cabeza entre sus rodillas.
—Me robaste... mi primer beso.
El sentimiento fue como si mi pecho quisiera despegar de este lugar y no regresar nunca. Me hervía la sangre de la cara. Tartamudeando respondí sin reflexionar:
—¡E-eram-mos niñas! De todas formas, se lo hubieras dado a Sábita, ¿qué diferencia hay?
—¡Somos chicas! —reclamó. Sin sacar su cabeza de entre sus rodillas.
—Y en ese momento lo éramos aún más, no seas tonta. Fue un inocente...
—¡No lo repitas! —Lila me interrumpió.
Nos quedamos en silencio.
Entre la verdosa y podrida agua, piscina de sapos y ranas, divisé en su fondo —probablemente no lo era— una intermitente lucecita. La seguí, atontada por su belleza y misteriosa procedencia. Me adentré un poquito en el lago. Cuando el agua tocaba mis rodillas, Lila me detuvo, con un semblante de horror inesperado.
—¡No te suicides! —exclamó, lo más rápido que pudo.
Solo atiné a reír. ¡Y cómo reí! A carcajadas me deshice en el suelo uno vez retiré mis pies del lago.
—No me iba a matar, ¿qué locuras dices?
Lila se fue avergonzada sin responder. Al quedarme sola regresé mi vista al fondo del lago. La luz ya no estaba. Me sentía rara y no sabía por qué. ¿Qué era sensación inexplicable que me acaloraba? Ese alivio que me acariciaba el alma y me dibujaba una sonrisa en el rostro, que me hacía olvidar mis problemas y que me hacía querer estar en la escuela. De querer volver al día siguiente, al siguiente y al siguiente del siguiente.