Después de llegar tarde a la próxima clase, Lila no me dirigió la palabra. Supongo que no era de enojo, al igual que ella, yo tampoco me vi la obligación de hablar, pero sentía que de cierto modo me había acercado a ella.
Me quedé luego de clases para ordenar el salón. Hoy era mi día asignado junto con otra compañera. Limpié el suelo, la pizarra, levanté los asientos y salí con mi mochila al hombro.
Bajando las escaleras de la planta alta, me topé con Sábita. En ese momento recordé, lo imbécil que fui al aceptar algo tan humillante y denigrante.
—Ya no quiero saber nada contigo, Sábita —fui tajante, directo al grano. No era el chico que pensé que era. Aunque, ¿con que derecho digo esto?
—¿Qué te hizo cambiar de parecer? No hay vuelta atrás —respondió, tomándome de la mano con la intención de besarme.
No pude evitarlo, me quedé helada. Imagine lo que pensaría Lila si por casualidad nos viera. ¡Me mataría! La perdería para siempre... Pero sus labios eran tan cálidos y húmedos, sus brazos me apretaban con pasión.
Se detuvo un segundo para decir:
—Somos iguales.
¿Eso era verdad? ¿Soy tan repugnante como Sábita? Siempre creí que la mala persona era Lila y que me odiaba porque así era ella. No puedo creer que a la quien siempre odie, era a mí misma. Quería salir de entre sus brazos, alejarme, ya no necesitaba que mi boca tocara la suya. La tristeza que sentía y la culpa me atormentaban lo suficiente como para poder oponerme a su fuerza. Aunque en ese punto, ya no sabía ni que es lo que quería.
Una vez más dejó de apretar sus labios contra los míos.
—De solo pensar en cómo se pondrá Lila cuando se entere… —Sábita manifestó algo que me hizo reaccionar.
—¡Estás demente! Lila nunca, nunca, nunca tiene que enterarse de esto. Además, hasta aquí llegamos. Es una idiotez lo que estamos haciendo.
Sábita comenzó a reír. Sus ojos azules eran inquietantes.
—¿Quieres retractarte cuando me besaste en su casa? Y por supuesto que se tiene que enterar, si no, ¿qué gracia tendría todo esto? Tienen que pelear por mí, odiarse y luchar...
—¡Basta! Estás loco.
Me tomó con sus brazos de nuevo y metió su lengua a la fuerza en mi boca. Bajó su mano lentamente, hasta sentir que tocó por debajo de mi falda, en mi muslo. Tenía los ojos llorosos, pero recordé a Lila. No quiero hacerle esto, no quiero que se entere que soy una mugre. Pude percibir una electrizad recorrer mi cuerpo, una chispa que me despejó las dudas, desde la punta de mis pies hasta los dedos de mis manos. Coloqué mis yemas en su camisa escolar y con un esfuerzo hercúleo lo mandé a volar varios metros, escaleras abajo.
—¡Te dije que pares! —bramé con vehemencia.
Mis dedos titilaban desde el interior, a través de la piel y la carne. Como si estuvieran conectadas por la ramificación de mis venas, brillantes de un color amarillo, de un vivaz color como el del sol entre las nubes. Desde el epicentro de mi corazón resplandecía con intensidad esa maravillosa luz. Latía enérgico, a lo que a su vez me aterraba.
Sábita estaba herido, su sangre cubría gran parte de su cara y de su ropa. La diabólica sonrisa en el rostro de Sábita me hizo acongojarme. Tenía la expresión de un maniático, igual de siniestra y enfermiza cómo los que aparecían en películas.
—Lo sabía, yo soy especial... Después de todo te tengo a ti. ¡Solo al protagonista le pasan estas cosas! ¡Ahora, enséñame! Como hacer eso, ¡dímelo! —Sus ojos estaban abiertos como platos. Se puso de pie y comenzó a subir los escalones como un animal rabioso, mientras no paraba de repetir: "¡Enséñame!".
Cada paso que daba me recordaba lo débil que era, retumbaban como estruendosos gritos.
—¡Me quiero ir! ¡Quiero ir a casa!
Lloré del terror cuando me apretó la garganta, estrangulando con fuerza y arrebatándome la respiración. Otra vez no pude hacer nada. En verdad que soy patética. Ya no escuchaba lo que salía de sus fauces. Cerré mis ojos esperando lo peor y, en un instante me sentía como si estuviera flotando, la calma se apodero de mi mente; ya no estaba llorando. Mi corazón dejó de latir desaforadamente, se podía oír su lento golpeteo con una claridad tranquilizante. En eso, una potente corriente de aire me enfrió el cuerpo y mis cabellos se alborotaron. Poco a poco despegué mis parpados para saber el motivo de mi paz. El sol me entrecerró los ojos de inmediato. El cielo celeste estaba tan cerca, me daba la impresión de que si estiraba mi mano podría acariciarlo. El sonido del viento me ensordecía mientras caía con mis extremidades estiradas. Solo quiero quedarme así para siempre, sin preocupaciones, con el calor del sol en mi rostro y la brisa dejando mi mente en blanco. ¿Sera un sueño? Espero que no ¿Estaré muerta? Si así es morir, prefiero estarlo. Cayendo por siempre...
Lamentablemente sé que nada es eterno. Podía notar que cada vez me alejaba más y más de aquel lugar en el cielo. Pronto divisé las montañas que rodean gran parte de Welttob, sus edificios y su población. Miré hacia arriba una vez más, para finalizar impactando contra la terraza de la escuela, en un frío y grisáceo suelo, partiéndome en millones, cientos de millones de partículas de luz, puntos resplandecientes que se disiparon en el aire, arrastrados por la brisa y guiados hacia quién sabe dónde, bailando al son del universo entre la existencia y la nada. Ahora, ¿qué es lo que soy?
—¡Quiero vivir! Todavía no...
Mis palabras no eran escuchadas por nadie, ni si quiera estaba segura de que las pronunciaba. Lo intenté una y otra vez, pero no daba resultado. La soledad era apabullante, me hizo amar la vida como la conocía. Si no era perfecta, debía hacer que lo fuera, y si no daba resultado, por lo menos quería saber que no me quedé sin hacer nada al respecto. Mis últimas energías las gasté en gritar con todo mí ser:
—¡Lila!