Ese día falté a clases. Estuve toda la tarde en un restaurante de comida rápida, donde nadie te presta atención por más que no te vayas, apreciando mi cono de papas fritas frías y comiendo de a una cada veinte minutos. Trataba de hallar la manera en que Sábita ya no me molestase y de que Lila vuelva a confiar en mí. ¿Qué es lo que Sábita quiere? ¡La luz! Si tan solo supiera de qué trata... Tal vez, si aprendo a emitirla a mi placer, quizá, pueda defenderme. Si Lila ve mi luz, ¿todo esto tendrá una resolución pacífica? Pero ella no sabe cómo es Sábita, su actuar. Lo que sí sé, es que, si no hago nada, nada se resolverá.
Dejé el dinero en el mostrador y me fui a toda velocidad. Tengo que encontrar un lugar solitario, lejos de los ojos de los metidos, donde pueda ser todo lo rara y sobrenatural que quiera. No conozco muchos sitios así, por lo que recorro la ciudad en busca de mi lugar de “entrenamiento”.
Finalmente me escabullo por los tejidos de una casa aparentemente desocupada. La pared estaba descascarada, los pastos altos y en general descuidada y maltrecha. Al entrar me encuentro con grafitis que decoraban el interior, hasta en el suelo había nombres ridículos de niños que se creen peligrosos y bandidos por pintarrajear cosas sin sentido.
Ahora solo debía probar de lo que era capaz. Respiré hondo para calmarme, la casa abandonada daba un poco de miedo, además, me sentía una loca por estar parada en el medio de la sala, sola e intentando lo que sea que iba a hacer. ¿En qué debo pensar? ¿Tendré que sentir algo? Probé recordando momentos tristes, alegres, de furia y meditar. Nada dio resultado. Ahora entiendo porque hasta las más mínimas cosas traen instrucciones. Pasé horas en esa polvorienta casa, sentada mirando mis dedos. No saben cuánto necesitaba ver, aunque sea una tenue lucecita, por más pequeña que sea, solo un incentivo para saber que progresé un poco.
Paulatinamente fue oscureciendo. Me estaba tardando más de lo pensado, y seguro mi mamá fue comunicada por mi inasistencia, debe estar preocupadísima. Y una aquí... paveando. Me incorporé, me sacudí el polvo de las piernas y de la cabeza. En ese preciso instante una pequeña luz me esperaba en la habitación contigua. Podía ver un resplandor emanar desde ahí. Era un cuarto pequeño, de algún bebe probablemente, sobre el cielo raso colgaba un avión, un cohete y una estrella. La luz flotaba con poca intensidad bajo esos juguetes. Algo me dijo que el pensamiento fugaz de hace un momento era una pista: "No quiero ir casa". Paulatinamente la luz se desvaneció y en mi mente apareció una idea.
—Donde quiero ir, donde en verdad me apetece ir es... ¡a buscar a Sábita! —me reí al darme cuenta que hablaba sola.
El problema es que no sabía dónde quedaba su casa, así que me fui a buscar a Lila, corriendo de nuevo por la nocturna Welttob, con mi mochila al hombro y mi corazón a mil, acelerado por la hermosa sensación de que la luz me acompañaba.
Toqué el timbre electrónico de Lila.
—Hola, ¿quién habla? —me respondió una voz masculina.
—Soy... Sábita —contesté imitando su voz, con ánimo de engañar a quien podría ser su padre o su criado.
—Enseguida se lo comunicaré a la joven Lila —me regresó.
El portón se abrió, dejando vía libre para recorrer el caminito de piedras hasta la puerta de su “mansión”. El camino estaba rodeado de arbolitos podados milimétricamente para darle forma de animales, y dos fuentes majestuosas con forma de humanoides mitológicos. Esperé detrás de la puerta, lo más pegada a ella. Luego de un minuto, Lila salió diciendo el nombre de su novio a medias. Digo a medias porque le arrebate las palabras de un empujón, tirándola al suelo y colocándome por encima para limitar sus movimientos con mis piernas y manos.
—¡Me vas a decir donde vive el perro de tu novio! —irrumpí.
Lila estaba sorprendía, no se le escapo ni un solo gemido. Sus hermosos ojos ámbar esperaban algún tipo de contexto. Tras un momento, Lila me dio el nombre de la calle y su altura. Me levanté lentamente, en cambio, Lila se quedó en el piso. No me atreví a añadir nada, simplemente me marché corriendo.
Una vez más Welttob me vio correr como una demente por las calles. Diez cuadras después, me encontré en lo de Sábita, en una casa que no me transmitía nada en especial, modesta y fuera de lo que creía que sería. Una pequeña casa sin jardín delantero, en un barrió, ¿carenciado? Me cuestioné si Lila me había mentido, cabía la posibilidad de que me diera una dirección errónea a propósito. No sabía si tocar la puerta o darme media vuelta y terminar con todo esto. Pegué mi oreja a dicha puerta. La televisión era lo único que se oía. Estaba a todo volumen.
—¿Qué haces aquí? Celeste...
La voz a mis espaldas me recorrió como un escalofrió de punta a punta.
Giré mi cabeza para ver a la persona decir mi nombre. ¡Sábita! Era él, cargando una bolsa de comercio blanca que dejaba ver algo de pan. Vestía la ropa de la escuela, a pesar de que ya eran casi las nueve de la noche.
— ¿Vives en este lugar? —me aventuré, sin ánimos de faltar el respeto.
—Sí, ¿hay algún problema? ¿No era lo que te imaginabas? —me respondió, diciendo con claridad lo que pensaba.
En ese instante, todo lo que creía sobre Lila se derrumbó. Una chica de apellido saliendo con alguien cómo Sábita. ¿Con que derecho juzgo? Soy de lo peor.
—¿Estas llorando? —se sorprendió Sábita.
Asentí esbozando una media sonrisa. Me acerque hacia él e intuitivamente, levantando mi mano derecha, con las puntas de mis dedos emanando una luz, parecida a cuando uno pone los dedos delante de un foco. Sábita imitando mis movimientos, alzó la suya, colocando sus yemas en las mías. Sus ojos centelleaban al contemplar este acto mágico y sobrenatural, en cambio, mi rostro solo reflejaba culpa. De golpe, la luz pasó por sus dedos para luego deslizarse hacia su corazón.