Ubicadas en nuestros asientos, conversamos con Lila sobre Sábita. Le propuse perdonarlo e ir a visitarlo después de la escuela, de cierta manera apoyarlo y ayudarlo. Fue algo trabajoso convencer a Lila, pero ella confiaba en mi juicio, por lo que terminó por concordar conmigo.
Era algo sorprendente lo amistosa y abierta que Lila se comportaba, me pregunto qué fue lo que le hizo cambiar de parecer respecto a mí en tan corto lapso de tiempo.
En ese instante, la nueva profesora de literatura se hace presente. Caminó hasta el pizarrón para escribir su nombre: "Violeta". Vestía un traje blanco, algo masculino y pulcro. Su cabello es rubio y lo traía atado en un rodete, llevaba anteojos redondos de marco delgado y, a través de ellos, unos ojos celestes de vivo color. Es muy hermosa; la amiga de Lila no mentía en absoluto.
La profesora no perdió tiempo, ni siquiera nos preguntó nuestros nombres, simplemente comenzó la clase de una forma casual.
Cuando las clases terminaron me quedé con Lila a limpiar y ordenar el salón. Aunque no era turno de Lila, ella le pidió a una chica del curso que cambiaran de día para que coincidiera con el mío.
—¿Vamos a ir? —le pregunté a Lila.
—Si tú dices que merece una oportunidad, tal vez... Solo como amigos, eso sí, no tengo intención de reconciliar nuestra relación de noviazgo —sentenció—. Creo que deberíamos llamarlo, quizá está ocupado y si vamos sin previo aviso podemos incordiarle con nuestra presencia.
—Algo me dice que no lo molestaremos, pero es mejor que le llames a ir por nada.
Estábamos pegadas al celular, esperando que contestara y en el segundo intento, atendió.
—¿Hola? ¿Quién es? —Parecía ser Sábita.
—Soy Lila —se presentó ella. Se escuchó un sorprendido: "¿Lila?"—. ¿Estás en casa? Me gustaría que hablemos.
—Bueno, en casa se me dificulta. ¿Podríamos juntarnos en tu casa?
—Yo tampoco puedo en mi casa, ¿en la de Celeste? —le propuso, pero interferí porque tampoco era buena idea ir a mi casa. No quería que mi mamá molestara. Le arrebaté el celular de las manos a Lila y seguí la conversación—. Sábita, soy yo, Celeste, ¿puedes venir a la escuela? Faltan como tres horas para que cierren y te queda más cerca que mi casa.
—Ah, hola Celeste. Me sorprende que me quieran ver después de.... eso. Está bien, estaré ahí en unos minutos.
Desde que colgó la llamada esperamos unos quince minutos en nuestro salón. La nueva profesora, seguía sentada detrás de su escritorio escribiendo cosas del trabajo, supongo. Unos segundos después, se levantó y se marchó despidiéndose cordialmente y aconsejándonos que tengamos cuidado de vuelta a casa. Era una mujer estricta, pero no parece una persona amargada, más bien lo contrario. Se nota que disfruta su trabajo. Cinco minutos después entró Sábita, con un atuendo compuesto por una camisa azul marino, unos vaqueros oscuros y unas zapatillas blancas. Todo el conjunto de una marca que ni en sueños me animaría a comprar, vale fortunas. Se quitó los auriculares, dejándolos reposar en su cuello y de su bolsillo izquierdo saca un celular, con el que parece poner pausa su música. Nos saluda con la mano desde lejos y pregunta:
—¿Hablamos? —dice sonriendo, dejando a la vista una dentadura de perfectos copos de nieve.
Juntamos tres sillas y platicamos sobre nuestra relación, sobre el hecho de que estaba faltando a la escuela y llegamos al punto de olvidar lo ocurrido. Nos pidió perdón con aparente sinceridad. En especial a mí de manera sutil, por el incidente del cual cuidamos cada palabra para no decir de más.
Cuando nos dispusimos a marcharnos la luz se cortó. Parecía que todo el establecimiento tenía dicho problema. Lila y Sábita sacaron sus celulares para alumbrar. El ambiente era algo tenebroso al igual que silencioso. Caminamos por los pasillos preguntando al aire si un profesor o servicio de limpieza se encontraba cerca. En eso, unas indiscretas pisadas se oyeron desde detrás.
—¿Quién anda ahí? —se aventuró Sábita, tratando de revelar a la persona al final del pasillo.
La respuesta fue un sonido que nunca antes tuve la oportunidad de oír en carne propia, pero me recordó a una película que ahora mismo no se me viene a la mente su nombre, el de un disparo con supresor. Intuitivamente me lancé hacia Lila y nos caímos al suelo. Al levantar la mirada, me apuré para recoger el celular de Lila y apuntar hacia el extenso corredor. No había nadie.
Un potente grito me sobresaltó, era la profesora Violeta. Horrorizada se acercó a Sábita, quien se encontraba abatido a nuestro lado envuelto en un charco de sangre. Dejaba escapar ahogados alaridos de dolor y desesperación.
—¡Tranquilo! Todo va a estar bien —le decía Violeta, en un intento de tranquilizarlo que no dio resultado.
Sacó su celular y llamó a la ambulancia.
En cuanto a Lila y a mí estábamos estupefactas, no había forma coherente de reaccionar ante tal situación. Demasiada información que procesar, me estaba doliendo la cabeza.
Sábita presionó la herida por pedido de Violeta, mientras ella trataba de explicar lo sucedido, y mientras esto sucedía regresó la luz.
Luego de que la ambulancia llegara la policía también lo hizo. Nos preguntaron de todo, pero poca información útil pudimos ofrecer. Lo único que entendí fue que le dispararon con un arma con supresor y láser. El perpetrador era una mancha oscura al final del pasillo, de lo que solo podía resaltar un traje negro y no era que estuviera del todo segura.
Nos acompañaron hasta la casa de cada una. Sábita fue llevado al único hospital de Welttob, herido en el hombro y fuera de peligro.
De camino en el patrullero, mis pensamientos se hundían en la posibilidad de que si esto era un tipo de ajuste de cuentas; un aviso tal vez. Una persona que parece saber lo que hacía y disparar en un sector no mortal, no tiene mucho sentido para mí. ¿Tendrá que ver con la ropa nueva y el celular? Solo espero que Lila no salga lastimada por su culpa.