La chica peculiar

Capítulo 11: Explosión

28/04/2016

El jueves fue un día extraño. La sensación no era habitual, el ambiente estaba cargado de miedo y preocupación. ¿Cómo es que un loco entra a disparar y se va tan tranquilo? Me lo he preguntado con regularidad este último tiempo.

Los días anteriores visitamos a Sábita en el hospital y nos confirmó que no tenía a nadie tras su pellejo. Lo que me hizo preguntarme si es que el agresor era uno de esos locos que solo elijen un objetivo al azar y, que, por un milagro, este loco era un novato que creyó dar un golpe letal. En parte me siento culpable, después de todo, yo asigne el lugar de encuentro.

La profesora Violeta me prestó gran atención durante la clase, creo que se dio cuenta que me cuesta más que al resto. Tras finalizar me quedé a limpiar una vez más en compañía de Lila. La chica que hoy tenía que hacerlo faltó. Esta vez tardamos más de lo habitual, al ver por la ventana nos dimos cuenta que había oscurecido. La profesora nos despidió como de costumbre, aconsejándonos de nuevo que tengamos cuidado en la calle.

Subida en mi bicicleta pedalee cuesta arriba. Era algo cansado, pero agradezco este ejercicio obligado; he bajado unos cuantos kilos que me sobraban. Al llegar dejé mi bicicleta recostada en la pared de casa.

—¡Mamá! ¡Ya llegué! —avisé.

Coloqué la llave en la cerradura y abrí. Paulatinamente fui empujando para darme cuenta que la luz estaba apagada. Guiándome por la pequeña luz naranja que posee el interruptor, la encendí.

—Tiene que ser broma —dije, al ver a la persona responsable de la herida de Sábita. Parada en silencio, sosteniendo a mi mamá de un brazo. La arrojó al piso y me apuntó con el arma dejando ver el láser en mi pecho. Pude distinguir su figura, era una mujer de grandes senos, vistiendo una ropa negra y apretada.

En el preciso instante en el que un disparo se efectuó de su arma el mundo se detuvo para mí. Los sonidos se disiparon, los movimientos se frenaron y en mi cabeza me decía:

—¡No puede ser verdad! No puede estar muerta, no... —Mi cuerpo comenzó a esparcirse en miles de haces de luces, tal como aquella vez— ¡Otra vez no!

Me atrevería a decir que podía sentir mis lágrimas de cierta manera. Y eso me enfurecía, porque significaba que nada había cambiado. Recordé el momento en que deseaba pasarle a Sábita lo que sea que poseo; de cómo me sentía.

—¡No voy a explotar! ¡No otra vez!

Poco a poco mi cuerpo era un todo en la sala. No puedo describir con lujo de detalle cómo era, simplemente avancé hasta la mujer con toda la intención de golpearla. Revoté por todo el sitio, chocando en cada rincón hasta que finalmente lo logré. La sensación del impactó en mi puño contra su cara fue lo más satisfactorio en mi vida. La mujer se reincorporo rápidamente, tenía lista su pistola apuntándome.

Pude colocar mis pies descalzos en el piso de madera. Me encontraba totalmente desnuda, aunque ahora, nada me daba vergüenza, estaba iracunda con ganas de matar como nunca me imaginé. Mi mente era una tormenta, tan inestable que en cualquier instante podría ocasionar un huracán, y si bien no podía ver su expresión, presentía su terror.

No podía mantener el control, mi respiración se agitaba por más esfuerzo que pretendiera. Las ventanas explotaron y recorrí la casa en cuestión de segundos. Estaba en cada rincón y recoveco. Luego de calmarme regresé al mismo lugar, frente a ella. La mujer no perdió tiempo, disparó tres veces, pero pasaron a través de mi cuerpo como si yo no estuviera, como si estuviera hecha de humo.

—¡Monstruo! —bramó.

—¿Por qué? ¿¡Por qué la mataste!? ¿Me buscas a mí? Entonces, ¡aquí me tienes! —En un parpadeo me coloqué delante—. Dame una razón para que no te mate.

—Tu madre no está muerta, duerme —me respondió aterrada, enseñándome un dardo que intuí, era tranquilizante. Luego añadió—: Dios te castigará.   

—¿Quién eres? —pregunté confundida, más calmada—. ¿Cuál es tu motivo?

—Dios susurró sobre ti. Pide que libere tu alma. ¿No te das cuenta? Eres un monstruo y tienes que morir.

Levantó su arma una vez más.

—No soy una asesina, pero si mueves tu dedo un mísero milímetro...

—Es tu instinto: matar.

Por alguna razón esas palabras me despistaron, recibiendo una bala en el estómago. Esta vez no me atravesó. Duele. Mi conciencia se fue desvaneciendo al tiempo en que mis parpados se cerraban con resignación.  

Reacciono de súbito pegando bocanadas de aire como si no hubiera un mañana. Tanteo mi cuerpo en busca de la herida, que, para mi sorpresa no está. "Mamá", digo. Volteando para revisar y cerciorarme de que ella se encuentra bien. Apoyó mi oreja en su pecho logrando escuchar su corazón palpitar.

—¡Esta viva! —exclamo con alegría.

La acomodo en el sillón, recojo mi ropa y me cambio. La mujer se había ido.

Para cuando mi mamá despierta es como si solo hubiera tomado una siesta. La comida está hecha sobre la mesa. Junté los trozos de vidrio en un balde que encontré afuera, además, tapé las ventanas con papel de diario, saqué cada bala de la pared y cubrí los agujeros con muebles y cuadros.   

—¿Cele? ¿Por qué tan contenta? —me preguntó al momento de despertar.

—N-no es nada.  

Al terminar de cenar, limpiar la mesa y los platos, subí a mi habitación a toda prisa. Tenía que intentar recordar la sensación. Lo había logrado, no transferí mis poderes y los había utilizado para defenderme. Apagué la luz y me quedé en el centro del cuarto, respiré hondo y traté de enojarme. No funciono. ¿Qué es lo que activa la luz? Con Sábita sentía que era mejor que los tuviera él, no, deseaba dárselos. Y hace un momento deseaba golpearla...

—Puede ser... que funciona según mis intenciones, ¿lo que anhelo? Si es así, ahora, quiero brillar.

Me concentre apretando con fuerza mis ojos. En mis parpados pude ver una claridad. Cuando los abrí, mis dedos brillaban tenues en la oscuridad. Me acerqué al televisor y apoyé mis yemas, provocando que a este se le partiera la pantalla.




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