La chica peculiar

Capítulo 13: La palabra clave

Bajamos a toda prisa en busca de la profesora Violeta. Con suerte aún no se había ido. Buscamos en el aula, en la sala de profesores, en el baño y en la secretaría. ¡Maldita sea! ¿A dónde se habrá ido esta mujer?

En eso, la secretaria nos pregunta:

—¿Necesitan algo? Recuerden que en cinco minutos estamos por cerrar las puertas.

—¿Sabe si la profesora Violeta sigue en la escuela? —le pregunté.

—Se acaba de ir, debe estar camino al estacionamiento reservado para el profesorado —respondió.

Otra vez nos echamos a correr. ¿Cómo no se nos ocurrió venir primero a preguntar? ¡Qué trío de tontos!

Al llegar al estacionamiento el vehículo seguía en su sitio. La llamé por su nombre: "¿Profesora Violeta?". De golpe, la profesora salió desde el lado opuesto del auto.

—¡Chicos! ¿Qué hacen tan tarde? Sus padres se van a preocupar —dice ella. Mostrando que la razón por la que estaba en el suelo, era que se le había caído la llave debajo del auto.

No hay rastros de asombro, preocupación, o lo que fuera que esperábamos ver en su cara. Es extraño, podría asegurar que su figura se compenetraba perfectamente en mi mente con la de aquella mujer, con traje negro como el azabache mojado. Al ver que nadie respondía, preguntó una vez más:

—¿Puedo ayudarlos en algo? —dejando ver su sonrisa encantadora y empujando el marco de sus lentes de armazón (le quedaban espantosos).

—No, solo queríamos saber... —Sábita parecía pensar en alguna excusa—. Si tiene pareja —terminó por decir, con el ceño fruncido. Parecía preocupado.

—¿En serio? Sábita, chicas, me sorprende que perdieran tiempo en venir hasta aquí por esa tontería. Vayan a sus casas que es tarde —nos reprochó, sin perder la mueca.

Se subió a su auto y arrancó el motor. Las luces se perdieron en una de las esquinas.

—¡Qué torpes! —nos gritó Lila—. ¡No puedo creer que lo único que se te ocurrió fue eso! Es más, ¿como no lo pensamos antes?

—Estoy de acuerdo, pero no todo salió mal —agregó Sábita.

—¿A qué te refieres? —extrañada, Lila inquirió.

—¿No se dieron cuenta? Me llamó por mi nombre y adivinen, yo no la tengo por profesora. Es cierto que estuvo en el accidente, ¿pero saben cuántos alumnos hay en esta escuela? Justo acordarse de mi nombre cuando solo nos vimos una vez. Aunque hablara con otro profesor, ¿cuántas posibilidades hay de que se acordara a la primera?

—Es demasiado rebuscado, Sábita. Yo, por lo menos, me acordaría si a algún alumno le disparan— repliqué.

—Celeste tiene razón, ella no tiene nada que ver —me secundó Lila—. No creo que la profesora Violeta esté involucrada. Piensa, haz memoria, ella apareció apenas la mujer de traje se fue. A no ser que sea más rápida que la luz.

Sábita me miró.

—No creo... —dije.

—¿Acaso ella también posee los poderes de Celeste? —reflexionó Sábita, en voz alta—. ¿Celeste será la única con la dicha de tener ese don? Pero entonces, ¿¡qué sentido tiene todo!? —se cuestionó furioso.

Con Lila tratamos de calmarlo, diciéndole que probablemente no es así. Que incluso lo que dijo Lila fue un poco errado, que ni siquiera dio tiempo entre la desaparición de la mujer con traje y la profesora Violeta, pero no parecía escuchar.

Ese día nos separamos repletos de nerviosismo y preocupación.

Cuando llegué a casa, traté de reparar en algo que nos ayudara a resolver el enigma. ¿Se me está escapando algo? ¡Piensa! Me agarraba la cabeza desesperada. De repente, me entró el miedo. En cualquier momento puede aparecer y lastimarme; a Lila, a Sábita. No estaremos seguros hasta que... Dios, ayúdame a completar esta frase.

Tras seguir revolviendo los hechos, llegué a la conclusión de que si la profesora Violeta, o sea quien fuere la mujer del traje, si ella tuviera la luz de su lado nos podría haber asesinado sin problemas. Solo había una pequeña cosa que me persiguió mientras intentaba conciliar el sueño, ¿por qué evitó herir a mi madre? Quizá la respuesta estaba en lo que dije anteriormente: Dios.

 

30/04/2016

El día sábado me desperté temprano, desayuné y salí velozmente a cierto lugar, el único sitio de ese estilo de la ciudad de Welttob.

La iglesia es pequeña a pesar de la gran cantidad de creyentes en este lugar, pero bastante alta.

La entrada es enorme comparado a mi tamaño. La última vez que entré a la morada de Dios, fue de pequeña, cuando aún no nos habíamos peleado con Lila. Mi mamá me llevaba de la mano y mi papá nos seguía el paso por detrás. Estaba aterrada, la gente se desvivía por aquel ser que no estaba presente, hasta que me dijeron que él estaba en todos lados y que lo sabía todo; me termine asustando aún más. No quiero que alguien sepa lo que hago a solas en mi intimidad, no quiero que sepa todo sobre mí y que yo solo sepa lo que un libro me dice sobre él. Y no saber si es la verdad o puras locuras escritas por un humano vil y manipulador. Fue tanta la angustia que tuve de niña, que nunca me volvieron a traer. Agradezco que no me hayan presionado para entregarme a Dios. Me pregunto si este don es porque hice lo correcto.

—¿Padre Ernesto? —golpeé la puerta, temerosa por entrar.

—¡Bienvenida! —se presentó, esforzándose por recordar mi rostro—. Ya te he visto por este lugar antes, no sé cuándo —dijo pensativo.  

—No se preocupe yo no sé tantas cosas. Soy Celeste, la hija de...

—¡Ah! Sí, sí, Celeste. Fueron años largos los que te ausentaste —rió. Luego prosiguió—. Dime, ¿abriste tu corazón al todo poderoso? Su luz te ha llegado al alma. Debe ser eso.

 No pude evitar esbozar una tonta sonrisita y morderme el labio inferior.

—Algo así —respondí. Me adentré un poco más en la iglesia, me senté en la primera fila dando al ambón, junté mis manos y dije—: Padre, puede decirme cómo convenzo a otra persona para guiarla al camino de la religión.

 El padre Ernesto me miró maravillado.




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