09/05/2016
Aún recuerdo el dolor... era desgarrador. La bala pasaba por mi cabeza destrozando el interior con ese estruendoso sonido; nunca antes había escuchado algo similar. Solo podía concentrarme en él.
Hoy fue el día en que me mataron (creo).
Ese día las clases pasaron con normalidad. Lila había faltado y a Sábita no lo alcancé a ver. Quién diría que eso pasaría al final de las clases.
La profesora Violeta se quedó como de costumbre en el aula y, bajo su petición, me quedé sentada en mi banco, esperando lo que sea, totalmente confundida. Creía en la posibilidad de que la mujer llamada Malva no tenía nada que ver con Sábita o conmigo.
Estaba tan inmersa en mis pensamientos, que no presté atención cuando Violeta se puso a hablarme:
—Lo que sucedió, Celeste... fue el claro ejemplo de que mi cruzada era correcta, respaldada por “El más grande” —rectificó—, el único grande. Oigo el susurro de mi señor. Me dice sobre quién debe caer bajo la justicia divina, porque el único capaz de sobresalir, de ser más que el hombre, es él. Fui escogida en su gloria y, Malva, mi pobre y fiel seguidora. Mi hermana dio su vida por la causa.
En ese instante se me heló el pecho, recién caía en cuenta de la situación. Me levanté bruscamente e igual de brusco la profesora me ordenó colérica: "¡Siéntate!". Obedecí aterrorizada.
—¿D-de que está hablando, profesora? Además, ya es muy tarde y tengo que irme a casa —dije.
—Todo este tiempo supe que tramaban algo... Dime, ¿cómo lo haces? A veces percibía el poder del diablo en tus compañeros y otros días ya no. —Intenté convencerla de que no entendía nada, pero ella lo sabía desde un inicio—. Son hijos del diablo y hoy me toca purgar el mal de esta triste y desamparada ciudad.
—Y usted, ¿porque no me dice cómo es que esta tan segura que lo que escucha proviene de Dios? —sugerí, tratando de desconcertarla. Necesitaba tiempo para pensar en algo que me saque de este embrollo.
Ella depositó sus lentes en el escritorio y continuó:
—No vas a engañarme hija del mal. —Su rostro era retorcido—. He limpiado a incontables como tú, mucho más inteligentes y mucho más conscientes que tú. Personas que entendieron el error que eran y acabaron sus vidas por sus propias cuentas.
—¿Entonces como explicas la muerte de Malva...?
—Lo que nunca imaginé es que ustedes son los más perverso con lo que me encontré. Adolescentes macabros, asesinos a sangre fría. Aun así, los perdono. Perdono que mi hermana haya quedado despedazada por toda la casa. Dios los juzgara, a ti... a Sábita... y a Lila.
—¡Lila no tiene nada que ver! ¡Si la tocas te mató, loca de mierda! —le grité desde lo más profundo de mi corazón. —Estaba agitada, respiraba afanosamente para calmarme—. Ahora responde, ¿por qué hiciste tanto lio? Haciéndome creer que mi mamá estaba muerta.
Violeta apoyó sus brazos en el escritorio, levantó su maletín del suelo y lo dejó en este.
—No quería cometer un error, no otra vez. Lo lamento tanto... te hubiera matado a penas te conocí. Hasta nunca Celeste.
Abrió el maletín y de él sacó un arma.
Recuerdo caer de cara a la mesa, la sangre la cubrió por completo. Tenía tanto frío.
Si mal no recuerdo, Violeta se marchó diciendo algo, pero debido al dolor y al ensordecedor sonido dentro de mi cabeza me fue imposible entender.
Debía estar asustada, acababa de recibir un disparo en el medio de la frente, pero irónicamente me sentía aliviada debido a que la profesora Violeta se había ido. No sé si es por el hecho de creerme invulnerable, o porque simplemente tras pasar todo el día sintiéndome culpable y atormentada, esto era una especie de descanso. De no ser por el dolor, era un estado de paz “distinto”.
No sé exactamente cuánto tiempo pasé como un muerto. De golpe, la voz de una mujer me hizo reaccionar. Era la chica de limpieza, lucía una cara de espanto que me causó cierta gracia, sin embargo, mi sonrisa desapareció en un segundo.
Tenía la cara cubierta de sangre y mi pelo empapado goteaba por el suelo.
—Tengo que ir a proteger a Lila —me dije, ignorando por completo a la persona frente a mí. Para este entonces nada me importaba.
Bajé las escaleras a toda prisa, con el dolor punzante de una jaqueca partiéndome la sien. Tomé la bicicleta y pedaleé sin descanso. Eran cerca de las ocho y comenzaba a oscurecer. En un parpadeo el cielo nocturno se posó sobre mí, entristeciéndome con la pregunta:"¿Será demasiado tarde?" No creo, es una casa segura, no hay posibilidad de que Violeta se adentre con total impunidad, me respondí. La incertidumbre iba en aumento, cada minuto que tardaba me angustiaba más y más. Finalmente llegué. Todo parecía normal, nada roto, nadie herido o peor. Puse mi dedo en el timbre.
—Hola, soy Celeste —le dije al aparato. Deseaba como nunca que Lila me contestase.
Su voz me respondió, fue como el canto de un ángel.
—¿Celeste? ¿Qué quieres? —me contestó de mal humor.
—Necesitamos hablar, es urgente.
—No tengo nada que hablar contigo, después de lo del otro día... ¿cómo te da la cara?
—Lila, por favor. No estoy aquí por algo sin importancia; hay un problema, me dispararon en la cara.
—¡Qué! —me estalló la oreja—. Más te vale que no me estés mintiendo. Y espero que la noticia de la mujer llamada Malva no tenga nada que ver con Sábita o contigo.
El sonido de la puerta me indicó que estaba abierta. Al pasar por la sala de estar su mamá me saludó. Hacía tiempo que no nos veíamos fuera de la escuela, por lo que se alegró. Bueno, hasta que me echó un ojo con detenimiento y se percató de que tenía la cara roja. Con mentiras me dirigí a la habitación de Lila. Al entrar a su cuarto le pedí perdón de inmediato. Arqueo las cejas y luego las frunció extrañada.
—¿Por qué? —se aventuró Lila girando su silla de ruedas, sentada en la computadora.