La chica peculiar

Capítulo 22: Restos de algo que no se puede olvidar

Esa noche Lila me consoló preparándome un baño caliente; me prestó su ropa (que para mi sorpresa me quedaba) y me ofreció su cama para descansar. No hizo preguntas, solo me acarició el pelo suavemente hasta que me quedé dormida. De alguna manera, era todo lo que siempre esperaba que sucediera, pero en ese preciso instante no logré apreciarlo como debía.

Los días pasaron, semanas y meses. La sombra de aquella tormentosa noche me perseguía.

 

01/09/2016

El primero de septiembre fue un día de baja temperatura. El cielo se preparaba para una ligera nevada que nunca llegó, apenas las plantas y yuyos fueron cubiertas con una ligera capa de escarcha. Esa tarde me reuní con Lila y Sábita en el cine de la ciudad, el único. Al salir del establecimiento, pensábamos dirigirnos cada quien para su casa. En el momento de despedirnos, Sábita nos indica por lo bajo que lo siguiéramos a un sitio menos concurrido. Sus intenciones eran las de siempre, pasarle energía. No era como si no lo hubiera hecho durante los meses anteriores, sin embargo, esta vez no lo hice.

—Ya no los volveré a usar, ya fue suficiente de todo el tema de la luz. Lo siento Sábita —me disculpé, como si realmente hubiera tenido que hacerlo. Tenía la mano lista para sacarme el guante, cuando me percaté de mi inconsciente mecánica—. Espero que sepas entender, solo atrae desgracias —finalicé, palmeando su hombro y alejándome del lugar.

—Lo entiendo, no te preocupes. Jamás te obligaría a hacerlo, Cele. Aunque debo decir que espero que recapacites, la luz puede con los infortunios, ¿no crees? —dijo Sábita, con una media sonrisa, escapando por su capucha que le ocultan los ojos azules y su cabellera que dejó crecer en todo este tiempo.

Ha cambiado tanto en un lapso tan corto. Se lo comento a Lila de camino y concuerda en que mi idea de no dejarlo solo cuando se lo propuse, fue una excelente.

El clima convertía de las calles de Welttob en un lugar fantasma, las pocas almas que merodeaban o iban en auto, o no salían afuera por demasiado tiempo. Y debido a esto, Lila se animó a tomarme de la mano quitándomela del bolsillo de la campera. No le contamos a nadie de los nuestro, por lo que, de momento era un secreto entre nosotras. Ella mantenía su mirada al suelo, evitando contacto directo conmigo, era obvio que estaba avergonzada. No la culpo, yo tenía las orejas rojas y mis manos sudadas, que gracias a los felpudos guantes no se dio cuenta. Cuando llegamos al lugar en donde nos separaríamos, Lila se paró frente a mí.

—Bueno… nos vemos mañana en la escuela. No olvides la tarea y recuerda lo que estudiamos. —Su pelo se alborotaba como las hojas de los árboles de aquel día. ¿Por qué tengo que pensar siempre en eso? Debó haber demostrado algo que Lila pudo reconocer en mi ademán, ya que la punta de su nariz fría me hizo reaccionar—. ¿Qué? ¿No quieres? —me preguntó, para luego darme uno de esos besitos que me hicieron recordar a mis padres cuando era pequeño, el típico de: “buen día” o “hasta luego”.

 —Estoy distraída.

—Por lo menos te devolví el brillo en los ojos —sonrió tiernamente. Me agarró ambas manos y me quedó mirando fijo. Esperaba que me decidiera a ser la primera en dar el paso esta vez—. Sabes que no es fácil para mí, siempre ser la que…

La interrumpí con entusiasmo, para luego abrazarla con todas mis fuerzas.

—Hasta mañana, Lila… —me despedí.

Lila parecía confundida, pero no tardó en corresponderme. Entre tanta helada su calor despejó el nubarrón de mí cabeza.

Una semana después, las sombras tomaron fuerza, a tal punto que se habían vuelto físicas. Tres asesinatos en cuatro días. Nadie robó nada, sin forcejeo, como si el responsable hubiera sido Violeta o Malva.

A mediados de octubre, ya pasado mi cumpleaños, a poco tiempo de terminar el año escolar que, gracias a la ayuda e insistencia de Lila pude levantar todas las notas bajas. Con mi reciente teléfono celular, un mensaje que se sintió como un llamado al heroísmo, me dejó pensativa, pasmada en la mesa.

—¿Hija? ¿Cele? ¿Es que no tienes hambre? Se te va a enfriar la comida —mi mamá me sacó de la inmersión en mi mundo.

—S-sí, ahora como —respondí, con la mirada agotada, claramente visible por mis ojeras—. ¿Te puedo preguntar algo?

—Claro, querida.  

—¿Esta mal no querer ser lo que se supone que tengo que ser?

Mi mamá se acercó a mi lado, juntando su silla a la mía.

—¿Sabes que creo? Que nadie puede decirte lo que tienes que hacer, o quien tienes que ser. Si la humanidad tiene algo bueno, es que podemos elegir… pero recuerda que una decisión siempre repercute. ¿Ahora, me vas a contar de que se trata? —indagó.

—Mejor, no —sonreí forzando la mueca, dejando que me abrace y me diera un beso en la frente.

La cena estuvo deliciosa. Lo amargo se encontraba debajo de la mesa, posando en mis rodillas juntas en la pantalla de mi celular. El mensaje de Sábita: “Comparte tu poder y podremos detener a quien sea que ocasiona las muertes. Seamos lo que estamos destinados a hacer, Celeste, Lila y yo”.

Una vez en mi alcoba me puse a ver por la ventana. El vidrio estaba opaco debido a la humedad, así que le pasé la mano para ver a través de ella. Apenas se veía el brillo de la farola, pero al levantar la vista y mirar mi reflejo, mi apagado reflejo, me cuestioné: “¿Por qué me siento vacía? ¿No era eso lo que quería? Solo tengo que contestar con un simple “no””. ¿Entonces cuál es el motivo de haber enviado ese mensaje? Acepté, con el temor de encontrarme una vez más con la misma situación y no saber hasta que ocurra, lo que voy a hacer. ¿A que le temo? Quizá, a lo que me pueda convertir, pero lo que más miedo me da, es que hay una posibilidad de que ya me he convertido en un monstruo para derrotar a uno.

Todos mis esfuerzos por ser otra fueron a pulso y, ¿si nunca cambié? ¿Sigo siendo la misma? Puede que hasta ahora me mentí pretendiendo que era otra.




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